EPISTOICOS Y ESTOICÚREOS
El estoicismo es una corriente filosófica que defiende la resistencia frente a un mundo hostil y peligroso. Su lema básico es “resiste y renuncia”: hay que practicar una vida pura, renunciar al placer y al deseo y asumir que ante el universo no somos nada. Cree en la Providencia, pero para someterse a sus inescrutables designios. El alma debe sobreponerse siempre al cuerpo. En suma, “hemos venido a sufrir”.
El epicureísmo, en cambio, sostiene que la finalidad de la vida humana es el placer. Niega toda Providencia o finalidad en el cosmos, pues este sólo está formado de átomos y vacío, y los dioses serían, en todo caso, seres formados por combinaciones atómicas mejores que las nuestras, pero que no se ocupan en absoluto de la humanidad. El placer debe entenderse sobre todo como ausencia de dolor y temor, más que la saciedad de apetitos ciegos, que sólo lleva al hastío y al dolor. En cualquier caso, “hemos venido a gozar”.
Ambas escuelas se desarrollan en la Grecia del s. III aC, la llamada época helenística, que sigue al hundimiento del enorme y efímero imperio de Alejandro Magno. Es una sociedad (curiosamente algo parecida a la nuestra) en que han colapsado las antiguas ciudades griegas y los imperios del Cercano Oriente, surgen reinos y naciones, el comercio es intenso y sobre todo hay guerras continuas que destruyen territorios y poblaciones y las someten a deportación y esclavitud. Avanza la tecnología, producto de la ciencia griega y apoyada por la riqueza, pero apenas se aplica. Se diseñó hasta la máquina de vapor, pero no se construyó.
En ese ámbito inestable y amenazador, el estoicismo y el epicureísmo fueron, entre otros, un refugio y un asidero para alguna gente. El primero, con su espiritualismo, propugna cumplir con el deber y aguantar lo que venga. El segundo, materialista, defiende el derecho del individuo a buscar su vida propia y a llevar una vida sin sufrimiento. No deja de ser simbólico que la palabra estoico deriva del griego stoá ‘pórtico, porche’, donde Zenón, el fundador, impartía su enseñanza: el estoicismo nos pone a cubierto de las inclemencias exteriores. Y Epicuro, creador de la otra doctrina, estableció su escuela en un jardín (o huerto, que los antiguos no distinguían mucho), al aire libre, en placentero contacto con la Naturaleza: la “filosofía del jardín”, como se la llamó, busca el placer moderado acotando un espacio de libertad en un mundo hostil.
Un mundo hostil es también el nuestro, y quizá con males y amenazas que los antiguos no podían imaginar, ni nosotros mismos hace unos años. Puede ser el momento de sintetizar estos antiguos saberes y hacernos epistoicos o estoicúreos: asumir la responsabilidad individual y colectiva, la austeridad frente al despilfarro, la racionalidad ante los enormes peligros que nos rodean, pero también defendiendo a rajatabla los derechos de la gente a vivir con dignidad, a tener su parcela de intimidad y de disfrute porque la evolución de la mente humana así lo exige, la asunción de los derechos de los demás para mantener legítimamente los nuestros, la eliminación del fanatismo y la violencia como única ley… Quizá todo imposible. Pero ser un poco estoicos y algo epicúreos podría ser el primer paso para avanzar o, al menos, quererlo.
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