Desde hace meses se ha extendido entre algunos ciudadanos del Estado de Israel la siniestra costumbre de acudir a ciertos miradores
cercanos a la frontera con Gaza para observar, con la ayuda de gemelos y catalejos, la
destrucción sistemática de ese territorio y su población por el ejército hebreo. Los
visitantes muestran su regocijo por los fáciles éxitos de su ejército ante gente indefensa, diciendo
que “ya era hora de liquidar a los palestinos, que les habían robado su tierra”. La
realidad es que los palestinos, con ese mismo nombre o su posterior forma griega (“filisteos”),
estaban por esas tierras hace unos 3000 años, más o menos a la vez que los cananeos, arameos,
hebreos, árabes y demás tribus semitas, todos ellos peleando entre sí, y el único
título de propiedad sobre el territorio que los hebreos podían (y pueden) presentar es
que “se lo había prometido su Dios”, sea este denominado Yahvéh, Elohim, Adonay o como
fuera (evidentemente, en su origen, dioses diversos).
En fin, un relato que sería grotesco si no fuera trágico, y quizá el primer ejemplo histórico de un esperpéntico turismo bélico.
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