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Recreación de un explicador |
“Callaron todos, tirios y troyanos, quiero decir, pendientes estaban todos los que el retablo miraban de la boca del declarador de sus maravillas…”.
Miguel de Cervantes.
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.
II parte. Capítulo 26
El cinematógrafo no tenía capacidad de
grabar imágen y sonido al mismo tiempo. Pero el cine silente no era tan mudo, las imágenes hablaban por sí solas y el sonido de las películas se
hacía en directo con música que tocaba un pianista y
con un explicador que iba contando a la gente lo que pasaba en la
película, ya que entre el público se encontraban con frecuencia analfabetos que no sabían leer los carteles que se intercalaban. Además, en la sala de proyección, la falta de sonido de la película se suplía con la algarabía de un público animoso, donde se comentaba, se reía sin discreción y se abucheaba. Algo que cambió radicalmente cuando llegó el cine sonoro, que, paradojas de la vida, provocó que el público quedara mudo.
Con la sustitución del cine mudo por el cine sonoro se perdieron una serie de oficios que fueron muy interesantes en su época. Vamos a recordarlos.
El escritor de títulos, el epigrafista
Dado que el cine mudo
no podía servirse de audio sincronizado con la imagen para presentar los
diálogos, se añadían cuadros de texto para aclarar la situación a la audiencia
o para mostrar conversaciones importantes. Los intertítulos (o títulos, como se
los llamaba en esa época) se convirtieron en elementos gráficos en sí mismos
que ofrecían ilustraciones y decoraciones abstractas con comentarios sobre la
acción. El escritor de
títulos era un profesional del cine mudo que a
menudo era mencionado en los créditos al igual que el guionista.
Los explicadores, voceadores, comentaristas o charlatanes
Los explicadores, situados a un lado de la pantalla o detrás de ella, comentaban las escenas y el argumento de forma muy exagerada
y dramática, hacían chistes e, incluso, hablaban con el público y respondían a
sus comentarios. Esta figura podía actuar también como charlatán o aclamador que anunciaba el contenido del espectáculo, voceando en la puerta del local con la finalidad de atraer al público. Eran el equivalente a los comentaristas deportivos de la radio y la televisión cuando narran un
partido de fútbol o una corrida de toros. Como dice Daniel Sánchez Salas venían a ser “un médium entre el público y la película”. Su misión era conseguir que los espectadores
disfrutaran de la película para hacerles sentir las emociones y estados de ánimo
que se contaban en la pantalla: risa, dolor, miedo, intriga… También utilizaban un puntero para señalar en la pantalla
y todo tipo de cachivaches para hacer efectos de sonido; por
ejemplo, cáscaras de coco para imitar los cascos de los caballos o bocinas para
hacer los ladridos de los perros como se hacía en la radio. Llegaron a convertirse en personajes muy famosos y populares.
Se hacían concursos para elegir a los mejores y, muchas veces, la gente iba a
ver las películas por el explicador. Sus nombres se ponían, junto al de los
actores, en los carteles de las películas. Las explicaciones de este personaje eran necesarias por la ausencia de rótulos en la mayor parte de la producción, por la duración cada vez mayor del metraje de la película, y por la truculencia de los enrevesados argumentos.
Se distinguen hasta 6 clases de comentaristas: el propietario del local, que pretendía
brindar una experiencia cinematográfica más entendedora y, de este modo,
promocionar su cine; los actores
amateurs que intentaban doblar los actores con la ayuda de un director que
hacía las acotaciones para que entraran cuando era necesario; los actores profesionales que,
doblándose a ellos mismos o a los actores de las cintas; los pianistas o músicos que, a pesar de que no era tan común,
explicaban algún detalle sobre la película acompañándolo con música
disminuyendo o intensificando la melodía según convenía; los explicadores no profesionales, que acostumbraban a traducir los
letreros o leerlos literalmente para que el público analfabeto estuviera al
caso de las frases escritas; y, finalmente,
los explicadores profesionales, que eran expresamente enviados por las
distribuidoras coincidiendo con los estrenos, comentaban el film a partir de un
guion muy elaborado, hablaban de cara al público y estaban de pie junto a la pantalla,
a veces apaciguando el alboroto del público.
En Madrid destacaron dos comentaristas profesionales: el escritor y periodista Tomás Borràs*, que trabajó en el cine de sus padres en el parque del Retiro alrededor de 1910, y Federico Mediante Noceda, un escritor pionero de la novela policíaca en España que ejerció este oficio. La época de esplendor de los comentaristas fue entre 1904 y 1910, empiezan a desaparecer a medida que los intertítulos tienen más presencia en el cine mudo.
Lástima que apenas queden rastros de este arte oral y efímero. A modo de ejemplo, el director de cine Eduardo García Maroto, reproduce al comienzo de sus memorias el discurso de un explicador al que asegura haber oído en su infancia, comentando una película dramática:
“El violador, espantado por su deleznable delito y repugnante acción huye cobardemente; pero el padre de la inocente víctima sale en su persecución dispuesto a cargárselo. El violador tuerce por la calle 23; el padre le sigue raudo por la calle 22, en una carrera ‘macanuda’. Ahora entra en la plaza de la Libertad y, ya a tiro, el padre saca una Colt y dispara. El violador cae muerto; la víctima ha sido vengada. ¡Qué el Altísimo perdone al criminal!”
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(13-12-1.928) Federico Mediante Noceda |
Azorín, en los años cincuenta y sesenta, se convirtió en un espectador que se deleitaba viendo sesiones dobles en los cines próximos a su casa. Recuerda en el capítulo titulado “Dos peligros” de El efímero cine (1955), un nombre propio, Julio Salcedo “Juliano”, cuando en películas cortas y mudas animaba los cines “con su ingenioso arte de ventrílocuo”.
Daniel Sánchez Salas, La figura del explicador en los inicios del cine mudo
https://criticalia.com/articulo/el-explicador-del-cine-mudo-personaje-en-el-sonoro
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Eduardo Pérez, "el explica" (1931)
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Música en vivo y sonido: el pianista
La música servía para romper el hielo y para dar vida a las imágenes. Sin embargo, estas músicas no se ponían en principio para acompañar a la acción, sino para disminuir el ruido que producían las bobinas de las cintas que todavía no estaban separadas del público. Poco después es cuando se plantea el elegir los temas musicales en función de lo que se está viendo en la pantalla. El cine silente se valió de música instrumental propia del romanticismo para procurar que este nuevo arte fuera desde sus comienzos bien aceptado por las clases altas y aristocráticas que escuchaban aquella música. Se utilizaban piezas del repertorio clásico que representaban determinados clichés y que aún se utilizan en los dibujos animados: la nana de Brahms para el sueño, la Obertura de Guillermo Tell de Rossini para una persecución, la marcha fúnebre de Chopin para la muerte, los arpegios para el agua… Después de 1910 se alternaban la música clásica y la ligera.
En sus comienzos, la música del cine mudo consistía en improvisaciones en directo
interpretadas por un pianista u organista. Normalmente los pueblos pequeños contaban con un piano para acompañar las proyecciones, pero las grandes ciudades tenían su propio órgano o incluso una orquesta capaz de producir efectos sonoros. La música trataba de
representar los sucesos que ocurrían en pantalla de una manera exagerada y poco
sutil. Quien decidía donde aparecían estas sutilezas era el pianista o el
director y, en el mejor de los casos, el pianista podía visionar la película para
tener una mejor idea de dónde y cómo realizarlas. Se solían utilizar ritmos
rápidos para persecuciones, sonidos graves en momentos misteriosos y melodías
románticas para escenas de amor.