En la vida social tenemos que aguantar a muchos indeseables, metepatas e irresponsables. Pero entre todos ellos destacan los que carecen de empatía, que por hacer una gracia, casi siempre clasista, homófoba o machista, llegan incluso a atacar a su propia familia. Se sienten los más listos y más guapos porque nadie osa hacerles frente. Los demás, bien por aburrimiento o por no aguar más la fiesta, nos callamos. Pero lo peor es que si hablásemos daría igual, porque ellos ni atenderían ni entenderían, solo levantarían el tono de voz, porque creen tener razón. Pasan por la vida sin reflexionar, sin leer, ciegos y sordos.
Este verano fui calificada de "gordita" sin venir a cuento por la dueña de la casa a la que había sido invitada a su piscina. Me callé, pero me sentó como un tiro, sobre todo por el condescendiente diminutivo que no tenía nada de cariñoso. Además yo no tenía ninguna confianza con ella ni con su familia. Horas después, su marido se metió con su nieto preadolescente con una broma terrible delante de un grupo de personas: "Nene, como sigas así, te voy a tener que comprar un sujetador". El niño se quedó aturdido ante tamaña bofetada, luchó por no llorar y se marchó cabizbajo. Inmediatamente fui a su encuentro y lo abracé diciéndole que era el niño más guapo y listo del mundo, que ya crecería y la pesadilla desaparecería, que el crecimiento hace que unas partes se desarrollen más que otras sin concierto ninguno. Me miró y me reconfortó diciendo: pues a mí no me parece que estés gorda. Acabamos riéndonos.
Al rechazo a los cuerpos grandes y gordos se le llama gordofobia. Sin ir más lejos a mí me pasa con mi propio cuerpo, me odio por haberme convertido en una persona gorda y por eso me solidarizo con todas las "gorditas". Pero me rebelo cuando el blanco de las bromas es un menor que está en proceso de crecimiento, no entiende lo que le está pasando y carece de armas para defenderse. No hay derecho a meterse con el físico de nadie, ni a humillarle delante de los demás por ser diferente. Las madres y los padres tienen una misión titánica para que niños y niñas no padezcan los complejos instigados por la sociedad. La gente que no sigue los cánones tradicionales tiene dieciocho veces más riesgo de padecer trastornos de la conducta alimentaria. Hay que insistir y transmitir que el valor de las personas no reside en el aspecto físico. Puede que en el cole o en la calle las conductas gordofóbicas golpeen a los niños o adolescentes, pero la familia tiene que ser un lugar seguro. Hay que reforzar que lo importante es lo que son, no como los ven los demás. El aumento del volumen de las mamas en un niño debido al desarrollo se denomina ginecomastia. En la mayoría de ocasiones no se trata de la manifestación de una enfermedad, sino de situaciones normales y transitorias, como en el caso de los bebés y preadolescentes.
La anécdota me la ha recordado la lectura del artículo Gordofobia en la consulta médica, de la que ha había hablado en mi entrada ¡Como odio a mi endocrino!.