Desde
hace años se ha extendido el uso del giro que encabeza estas líneas, a menudo abreviado
en la forma “A ver…”, generalmente cuando un hablante inicia una respuesta en
un diálogo entre dos o más personas. A veces se interpreta como muestra de
vacilación o inseguridad sobre lo que se va a decir, una forma de ganar tiempo
de las varias que se observan en las entrevistas de los medios o en nuestras
propias conversaciones: Buenooo… pueesss…, sonidos nasales o guturales (mmmm…),
carraspeos (ejem…) y otras. Aunque esta interpretación puede ser más o menos
válida en algunos casos, el sintagma “(Vamos) a ver…” tiene un significado o
más bien un valor o función propios en el discurso. Es un conector, un elemento
de transición que expresa el paso a un aspecto o nivel distinto en el diálogo,
e incluso a algo más complicado. Es como decir: eso que plantea requiere cierta
explicación, no se puede despachar con sí o no ni con una fórmula sencilla, prepárate
porque deberé extenderme…
Lo
cierto es que últimamente la fórmula se ha extendido tanto que lleva camino de gramaticalizarse
por desgaste (“usura lingüística”, decían los viejos gramáticos) y perder valor
expresivo. El economista Niño Becerra, que tiene un espacio de radio donde
responde a periodistas y oyentes, empieza siempre sus intervenciones diciendo
“A ver…”, sin saberse si es para indicar lo inseguro del terreno de las
preguntas (¿cuándo vamos a salir de la crisis? ¿van a mejorar a corto o medio
plazo las expectativas laborales?) o como mera muletilla que se dice sin
querer, tal como nos pasa a muchos: esta mañana oía una entrevista con un
presidente de una comunidad autónoma que intercalaba cada 2 ó 3 frases el giro
“en este sentido”; al acabar, el locutor, sin duda contagiado
inconscientemente, se despidió diciendo: “Pues nada,muchas gracias, en este
sentido, por sus declaraciones…”
Algunos se despiden con un escéptico "ya veremos", pero esa es otra historia.
Algunos se despiden con un escéptico "ya veremos", pero esa es otra historia.