Stoner es una novela sencilla, sin alardes técnicos, emotiva,
perfecta en su trazado y en sus palabras. Es un libro al que cualquier público
se puede acercar, pero que, como las grandes obras, satisface a los amantes de
la lectura y a los filólogos. Su ritmo es como una música melancólica cuya
cadencia resuena en nuestros oídos después de haberla leído. Es literatura
en estado puro. Es vida. Es muerte.
Stoner — considerada una especie de novela de culto—, narra la vida de John Stoner, un hijo de
campesinos que en 1910 entra a la universidad de Misuri a estudiar agricultura
pero que al poco tiempo cambia de rumbo cuando descubre su gusto por la
literatura y su vocación como profesor universitario. Una novela un tanto
triste sobre un idealista que aspira a triunfar en el amor y en su trabajo,
pero que –sin poder evitarlo- ve cómo su matrimonio y su ascendente carrera
como profesor se precipitan al despeñadero. “Al cabo de un mes él supo que su
matrimonio era un fracaso; al cabo de un año abandonó toda esperanza de que
fuera a mejorar. Aprendió a callarse y dejó de imponerle su amor”, se lee en la
primera parte de la novela. El mismo sentimiento de decepción va a estar
presente en la relación de Stoner con los otros profesores y sus alumnos,
aunque el autor siempre negó el carácter triste del protagonista. “Creo que es
un verdadero héroe”, dijo John Williams en una entrevista: “Mucha gente que ha
leído la novela piensa que Stoner tuvo una vida triste y mala. Yo creo que tuvo
una muy buena vida. Él estaba haciendo lo que quería".
Me he emocionado con la vida de este
profesor, que tanto tiene que ver con su propio autor, y con las dificultades que tuvo que vivir y afrontar que no eran
obstáculos inquebrantables o sucesos extraordinarios, sino el mismo paso del
tiempo y el peso de la vida que a veces puede resultar insoportable.