El médico de
cabecera la envió al urólogo tras hacerle una ecografía, porque la infección de
orina presentaba un cultivo negativo desde verano y y estaba fuera de su
sabiduría. "¿De dónde pueden venir los leucocitos en orina si no hay infección?",
le preguntó al especialista. El médico sonrió y respondió: "Muy fácil, de
la tuberculosis del tracto urinario". Era el 30 de diciembre y se le cayó literalmente
el mundo encima cuando oyó el nombre de la temida enfermedad de su familia
materna. No sabía que hubiese una tuberculosis urinaria. Al ver su cara, el
médico recomendó:" Tiene que llevar una muestra de orina tres días
consecutivos para que le hagan en el laboratorio unas pruebas de tinción que
tardaran más de dos meses. Hay que esperar los resultados,
entonces sabremos si la tiene o no. Si no la tiene, realizaremos otras pruebas.
Y no se preocupe, ese tipo de tuberculosis no es contagiosa y tiene cura. Puede
hacer vida normal. Mientras tanto beba mucha agua". Le dio el volante y le
deseó feliz año.
Sus deseos no se
cumplieron. Cuando llegó a casa, buscó en internet y comenzó la zozobra. Se
obsesionó con cómo me he podido contagiar y recordó que, en el último Instituto
en el que dio clases, hubo un caso de tuberculosis pulmonar e hicieron la
prueba de la tuberculina a todos los alumnos y profesores, pero ella afortunadamente
no tenía ese curso. A medida que iban pasando los días más largos de su vida, resignada se fue haciendo a la idea, tal vez sea un bacilo que se haya reactivado por una bajada de defensas. A principios de
marzo llegaron los resultados. Alea iacta est. Tardó un rato en mirarlos. Por
fin, después de angustias e insomnios, se quedó tranquila, todo daba negativo. Hubiese
preferido un médico más cauteloso a la hora de emitir un diagnóstico. Ahora no
tiene miedo al coronavirus. Lo que tiene que ser, será. Lo único que conserva de tísica es el oído.
No hay comentarios:
Publicar un comentario