No suelo mirar los posibles daños que pueden causar los
medicamentos porque ponen el vello de punta, ni los ingredientes de los
productos envasados que consumo. Soy, en el fondo, una optimista. Creo que lo
que te mata no es lo que comes, sino la propia vida que te obliga a tragar con
todo. No soy hipocondríaca, consumo productos caducados desde pequeña porque a
veces llegaban excedentes de chocolates y sardinas del ejército. Debo decir que jamás tuvimos ningún
problema. Ahora que somos un país civilizado que sigue la normativa europea se
han disparado todas las alergias, incluidas las mías.
Glutamato Yé-Yé, el grupo de la movida que encontró el
nombre en un envase de un flan, nos dio a conocer uno de los aditivos más
estudiados junto a la sal o el bicarbonato que no sabíamos que lo consumíamos y la necesidad de leer la letra pequeña.
El glutamato es un potenciador del sabor que usaban los soldados alemanes, cuando no había alimentos para
conseguir energía, se lo daban en forma de pastillas. Como en todo, hay división
de opiniones, unos dicen que es positivo y otros que negativo porque es una
neurotoxina.
Con el aburrimiento de un verano caluroso y el cansancio producido por no haber consumido
glutamato, eché un vistazo a los componentes de un plato preparado de judías
verdes con patatas de una marca muy conocida. Los ingredientes eran los
adecuados: Judía verde (55%), patata
(22%), cebolla, aceite de oliva (5%), ajo, sal y especias. Pero cuando llegué a
los alérgenos, me advertían de que puede contener trazas de crustáceos, huevo,
pescado, soja, leche y derivados (incluida lactosa), apio, moluscos y mostaza.
No me lo podía creer, cómo es posible que tenga trazas de productos que no
están en los ingredientes. ¿De dónde han salido los crustáceos y los moluscos? ¿Es
que no limpian? Me refuerzo en mi idea primigenia, en cuestiones de
alimentación y medicina es mejor no saber. Como en las infidelidades.