A través de otros profesores del I.E.S. Luis Buñuel que le dieron clase, tuve la
suerte de conocer hace poco a José Luis Pérez Santiago del que ya había oído elogios como pintor y copista. Este joven pintor de hablar pausado, simpático
y sabio, transmite gusto por todo lo que hace. Pasamos un buen rato disfrutando
de su compañía. Ojalá le hubiese conocido antes para contratarlo y así
recuperar el retrato perdido de mi padre que debería figurar junto al resto de
los directores de la fábrica militar El Fargue y del que solo nos queda una
fotografía; pero ahora ando preocupada por problemas y enfermedades cotidianos
y poco me puedo ocupar de vanidades del pasado.
Viendo en Instagram Un cuadro al día, me acordé de él porque hablaba de los copistas del
Museo del Prado, que ya me llamaron la atención cuando fui por primera vez de la mano de mi padre. Entonces se decía que las copias se hacían para
aprender y para venderlas a personas adineradas para que en formato adecuado
adornasen sus paredes. Y es que El Prado nació para ser una escuela con el
objetivo de concentrar una gran cantidad de obras y hacerlas accesibles a todo
el mundo. Desde su apertura en 1819, existen copistas en sus salas. Algunos fueron
pintores conocidos: Manet, Picasso, Sorolla, Sargent; y otros resultan sorprendentes: la Reina María
Cristina, el poeta Alberti o el compositor Verdi. En la actualidad se cursan unas treinta
solicitudes al año, menos que antes cuando las reproducciones gráficas solo se hacían en blanco y negro. No se pueden copiar ciertas obras porque son las más
visitadas del museo y la instalación del copista en la sala supondría un
estorbo para el público, como sucede con “Las meninas”, “El jardín de las
delicias”, “La maja vestida” y “La maja desnuda”. Y como anécdota, señalaré que los cuadros copiados no pueden
tener las mismas medidas que los originales para evitar que estos puedan ser robados y sustituidos por su copia.
Vista de la rotonda de "Goya alta" del Museo del Prado |
Vista del interior de San Antonio de los Alemanes |
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