Un amigo mío
tiene una amiga que fue antigua alumna, una mujer bellísima e inteligentísima,
sobre la que el deseo de ser madre hizo estragos. Digo esto porque nunca deseó tener
un hijo hasta que llegó a la edad en que las mujeres nos convertimos en yogures
caducados. Ella que
había sido altiva y despreciativa con los que la requerían de amores, la mayoría
jóvenes y guapos, buscó primero un hombre maduro con experiencia en las lides de la
paternidad, luego fue bajando sus preferencias y llegó a buscar posibles donantes en la noche madrileña. Mi amigo nunca me dijo si lo solicitó para padrear*, primero con
trato carnal y luego como donante. Él sabrá. Lo que averigüé ayer, viendo el
homenaje que le habían hecho a un dramaturgo de merecida fama con el que esta
amiga de mi amigo posteriormente había compartido amores, es que los dos son clavaditos físicamente. Ahora
entendí que, en un encuentro casual que tuvieron los tres en una tarde de
verano, como quien no quiere la cosa, ella deslizase el siguiente comentario
mientras los abrazaba: ¡Qué feliz soy entre las personas que más quiero!
Finalmente la amiga de mi amigo acudió a un banco de esperma. Ignoro si en la actualidad
se siente orgullosa de su decisión. O si los dos hombres, ahora también amigos,
se arrepienten de la suya. Éric Rohmer hubiese hecho una
excelente película con estos mimbres.
* Parecerse a su padre en las facciones o en las costumbres/
Ejercer las funciones de la procreación.
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