En el viaje que tengo programado a Perú para esta primavera no se incluyen las líneas de Nasca (o Nazca), situadas en su costa meridional -en la cuenca del Río Grande- y realizadas entre el 200 a.C. y el 650 d.C.; pero, gracias a la exposición de la Fundación Telefónica, he podido acceder a esta enigmática cultura a través de audiovisuales, paneles, planos geológicos y dioramas. Sin necesidad de madrugones, de cuatro horas en autobús, de los avatares y mareos que puede producir un vuelo en avioneta, he observado con total nitidez sus geoglifos, marcas en la tierra, a través de las cuales los antiguos habitantes de Nasca transformaron un terreno pedregoso en un espacio ritual definido por miles de líneas y figuras que representan imágenes gigantescas de animales, seres humanos y diseños geométricos. Además de muestras la cerámica, tejidos y objetos de metal de esta cultura que empezó a estudiarse a principios del siglo XX y que, paradójicamente, no dejó ningún documento escrito.
El mono |
El único inconveniente de la exposición es la iluminación de la sala. Falta luz, muchos focos están apagados o mal dirigidos. Algunos de los objetos, sobre todo las telas, no se pueden apreciar porque están en penumbra.