La bibliopegia antropodérmica es la técnica de encuadernar libros con piel humana. Aunque en la actualidad es una práctica extremadamente inusual, alcanzó su momento de esplendor en el siglo XVII.
domingo, 13 de noviembre de 2016
Bibliopegia antropodérmica
La bibliopegia antropodérmica es la técnica de encuadernar libros con piel humana. Aunque en la actualidad es una práctica extremadamente inusual, alcanzó su momento de esplendor en el siglo XVII.
jueves, 10 de noviembre de 2016
En la era de la prosa cipotuda, Iñigo F. Lomana
En su artículo, Iñigo F. Lomana analiza con humor este estilo que poco tiene de nuevo, salvo su adjetivo.
domingo, 23 de octubre de 2016
Amores pletóricos (perdón, platónicos)
-No sé si sabrás que varias generaciones de mujeres se han enamorado de
ti y de tus canciones, pero no les ha quedado más remedio que acostarse con
otros.
-¡Pues que alegría! (Risas). Menos mal que se acostaban con otros
porque con todas no hubiese podido.
Entrevista a Aute para
el periódico El ojo de la libertad, del I.E.S Luis Buñuel de Alcorcón
Creo que solo he tenido dos amores platónicos en mi vida:
Luis Eduardo Aute y J. M.; el primero está recuperándose de un fatal infarto y el
segundo ha muerto este otoño. Con los
dos compartí momentos pletóricos en el IES Beatriz Galindo en distintos cursos de reciclaje. Ya sé que los
amores platónicos se basan en la búsqueda de la persona ideal y no desean el
contacto físico para no darte cuenta de que son como el resto de
los mortales, hechos de barro y de miserias; pero la posibilidad del encuentro
y la sensación de plenitud ante su presencia han desaparecido. Solo (y ya es bastante) me quedarán su obra y su recuerdo.
En el 2006 me declaré AUT-tista (seguidora incondicional
hasta el ridículo) en el artículo del periódico escolar que transcribo:
La
profesora que se quedó encerrada
Me declaro autista (seguidora incondicional hasta el
ridículo del cantautor Luis Eduardo Aute). Mi despertar musical siempre ha
estado unido a él. En tiempos pretéritos, cuando gobernaba el invicto, oí por
primera vez que podíamos desear lo imposible (Rosas en el mar) y me enamoré de su pelo liso, de sus grandes ojos,
de su cara redonda y de sus manos de artista. En Algunas de las primeras
manifestaciones canté Yankee go home
y descubrí que había muchos Fantasmas.
Disfruté del amor sin velos de novia (Anda,
quítate el vestido) y del desamor (De
alguna manera tendré que olvidarte). Asistí atónita a los últimos
fusilamientos de Franco (Al alba).
Incluso pasamos los dos una larga temporada tristes, él cada vez más críptico e
irónico (Si estás triste que te cuenten
algún chiste). Sólo una vez le fui infiel con Hilario Camacho. En los ochenta
llegó la movida y tiempos de no pensar. Surgieron Krahe y Sabina. Muchas le
abandonaron por Sabina, más seguro de sí mismo, más exhibicionista (Mira que eres canalla). Yo me quedé con
Aute, con el tímido e inteligente, con el monógamo que por aquel entonces
quería cambiar a la de cuarenta por dos de veinte. Empezó a adelgazar hasta
convertirse en espíritu impuro, al contrario que todos nosotros que ahora
degustábamos la nueva cocina. Me subí en el Suburbano y me enteré por mi amiga
Lina que sus hijos no le habían salido muy estudiosos en un colegio cercano a
la Fuente del Berro. Le vi en la Feria del Libro firmando autógrafos de su
primer libro y no me atreví a saludarle, me moría de vergüenza, los amores
platónicos deben seguir siéndolo. Escribí musarañas mientras él escribía
poemigas. He visto Un perro llamado dolor
cuando les ponía a mis alumnos El perro
andaluz. He observado su curiosa pérdida de pelo sin llegar a tener canas,
mientras me teñía el mío. Nos hemos puesto gafas al mismo tiempo, el de
hipermétrope y yo de presbicia. Sus manos de artista, que parecen odiar los
instrumentos cortantes, no envejecen. La cabecera de nuestro periódico se parece
al inicio de su página web.
Yo también creo que Las palabras son falsas y traidoras y
que, de todas las palabras, nación es una de las más feas. Que el peor enemigo
de Dios son las iglesias, que la aldea global perfectamente se podría llamar esfinternet, que todos llevamos la
piedra de Sísifo en un riñón, que no hay que dar órdenes, que el hombre está en
perpetuo desvalimiento, que los cuerpos después del amor apestan a alma y que
lo peor que le puede pasar a uno es una muerte colateral, que persiste siempre
el erotismo y la mirada y que deberíamos tener el derecho de ausentarnos y
hacernos invisibles. Comparto con él la curiosidad por el mundo y el hastío que
la política produce. También me asombra que no haya femeninos de algunas
palabras (la Dios, la yo, buenhembría); Incluso el año pasado pusimos una
pintura suya en el periódico para ilustrar el tema del maltrato a la mujer (Mortal de necesidad).
Menos mal que nos queda, me queda, Aute
J. era mucho más cercano porque le
podía tocar y abrazar cuando me lo encontraba de Pascuas a Ramos, casi siempre rodeado de profesoras, en la presentación de sus libros. Era encantador. Con su tranquilidad y sonrisa
perenne te dulcificaba la vida. Sabía escuchar y me ayudó mucho cuando, ante su
perplejidad, le expliqué cómo era víctima de acoso laboral en un instituto. Fue
en el café Comercial, ¿te acuerdas? Eran las siete y diez de una tarde triste
de invierno y no nos retrasamos ninguno de los dos.
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Julián Moreiro
jueves, 29 de septiembre de 2016
¡Vivan las canas!
La presión social que se ejerce sobre las mujeres mayores
que deciden dejarse su pelo al natural es tremenda. “Las canas hacen interesantes a los hombres y
viejas a las mujeres”, oímos desde muy pequeñas en boca de los perpetuadores
del machismo. Así que nos aferramos al tinte como a un talismán de la juventud,
sometidas a la tiranía de retocarnos continuamente el pelo que crece
inmisericorde a razón de un centímetro al mes, lo que dificulta el camuflaje y prende
nuestra cabellera de increíbles colores que pretenden ser naturales cuando solo
se asemejan al pelo artificial de las muñecas de nuestra infancia. Es bien sabido que las
canas se reparten en las familias de forma aleatoria por edad y carga genética
y no están unidas forzosamente a la senectud. Antes no se ocultaban, inspiraban
respeto, eran señal de experiencia y sabiduría, aunque siempre fueron denostadas
por los poetas que nos hablaban del ocaso, del tiempo airado, del viento
helado. Pero las canas son como la tarde al día, como el invierno al verano, el
nácar que nos envuelve dándonos más valor, nieves perpetuas que nos alimentan.
Ni estamos más jóvenes ni más guapos por teñirnos el pelo.
Tenemos la edad que tenemos, es decir, la que sentimos. No podemos recuperar lo
que antaño nos perteneció. Siempre me vienen a la memoria imágenes patéticas de
esta impostura: la última escena de la película Muerte en Venecia donde a Dick Bogarde se le derriten al mismo
tiempo la vida y el tinte en forma de goterones negros, mientras observa la
turbadora imagen del efebo Tadzio en la playa; un matrimonio amigo que compartía el mismo
tinte pelirrojo que les convertía en extraños hermanos; y la imagen patética de un presidente del
gobierno de nívea barba y reluciente pelo negro.
Durante diez años he estado tiñéndome el pelo para no oír las voces juveniles que asocian la cumbre nevada a la vejez y me prometí que dejaría de hacerlo cuando me jubilase. La sublime decisión la tomé en solitario, desoyendo los consejos de todas las peluqueras, deseosas de que su oficio no desapareciese, que me hablaban de terrores sin fin. El paso me daba miedo, pero una de las alergias raras en mi cuero cabelludo ha sido el detonante. Llevo tres meses sin pisar la peluquería y día a día he ido observando con sorpresa cómo brilla en mi cabellera un penacho de cabellos blancos con un fulgor hasta ahora escondido. Ya puedo decir que las nieves del tiempo platearon mi sien, que peino canas y, lo mejor, puedo echar una cana al aire. Además, ahora el pelo gris está de moda porque modelos y cantantes jóvenes se tiñen de este color como un símbolo de modernidad para ir contra corriente.
Continuación de la entrada Tomadura de pelo (2013)
lunes, 20 de junio de 2016
Novelistas buenos y malos, Pablo Ladrón de Guevara
La literatura nunca le ha gustado a la Iglesia. Primero fue
el «Índice de libros prohibidos», o «Index librorum prohibitorum et
expurgatorum», y luego, cuando este desapareció o cayó en desuso, algunos
clérigos publicaron unos cuantos libros para tratar de salvar nuestras almas
impidiéndonos leer cualquier libro importante. Hoy esos libros son un documento
impagable para conocer de primera mano las obsesiones, manías y fobias de estos
censores que solo pueden mover a risa a un lector del siglo XXI. Entre estos
libros destacan el del franciscano Amado de Cristo Burguera, Lecturas
nocivas y lecturas útiles, y sobre todo el de Pablo Ladrón de
Guevara (1861-1935) que condenaba a sus lectores a no poder leer prácticamente
ningún libro importante. Este jesuita escribió en 1910, en Colombia, un famoso libro en el que
atacaba, no desde un punto de vista literario sino con criterios exclusivamente
morales, ideológicos y conservadores, toda la narrativa progresista extranjera,
española e hispanoamericana: Novelistas malos y buenos juzgados en orden de naciones, 288
españoles, 97 hispanoamericanos, 24 portugueses, 65 italianos, 1178 franceses,
148 ingleses, 28 alemanes, 65 rusos, belgas, escandinavos y cuya cuarta
edición (1933) recogía más de 3000 autores que nunca leyó y demonizó usando los
adjetivos: inmundo, impío, herético, abominable, incrédulo, blasfemo, hediondo,
inmoral, obsceno, deshonesto, lascivo, lujurioso, indecente, cínico,
voluptuoso, sensual, aberrante...
En esta obra ataca entre otros a Azorín (que luego fue
conservador) llamándolo “no recomendable por las ideas” y sobre todo a Pío
Baroja, al que "no le cuadra el nombre de Pío, sino de impío, clerófobo y
deshonesto” y cuya novela El árbol de la
ciencia calificó de “inmoral, de malas ideas, desesperante y el remedio es
el suicidio”. De su Camino de perfección
indicó que era un libro “inmoral, blasfemo, hay pasajes deshonestos, da coces contra
un colegio de monjas y sobre todo contra obispos, canónigos y curas; es brutal;
contra los ejercicios de San Ignacio también se dispara”. No se salvaba de la quema ni Pedro Antonio de
Alarcón, a pesar de que escribió a favor de los jesuitas y de que incluso tenía
un hijo en la Compañía de Jesús, del que aseguraba que producía en los jóvenes
tal «calentura infernal» que les conducía a caer en pecado mortal, ni Rubén
Darío («muy malo en ideas y en moral»); La Regenta le parecía llena de
«porquerías, vulgaridades y cinismos» y el Guzmán de Alfarache, de pasajes
inmorales y deshonestos."
Los escritores extranjeros tampoco se libraban de su dedo
implacable y justiciero:
Hugo, Víctor (1802-1885). De Besanzón. Poeta dramático, novelista. Anduvo de muchacho con su padre, general de Napoleón, por España e Italia. En su prosa y versos abundan las blasfemias, las calumnias contra la iglesia, contra el papa, obispos y clero. Con frecuencia habla de modo que parece un loco, o más bien poseído del demonio. Muy inmoral y fatalista.
Maupassant, Guy de (1850- 1893) Nació en el Castillo de Miromesnil y murió en París después de dos años de enfermedad y locura, habiéndose antes dado al espiritismo. Discípulo del tan deshonesto Flaubert, se distingue por una falta completa de sentido moral y por un pesimismo que lleva a la desolación y el desconsuelo del alma. Realista extraordinariamente sensual, licencioso y, con frecuencia, bestial.
Hugo, Víctor (1802-1885). De Besanzón. Poeta dramático, novelista. Anduvo de muchacho con su padre, general de Napoleón, por España e Italia. En su prosa y versos abundan las blasfemias, las calumnias contra la iglesia, contra el papa, obispos y clero. Con frecuencia habla de modo que parece un loco, o más bien poseído del demonio. Muy inmoral y fatalista.
Maupassant, Guy de (1850- 1893) Nació en el Castillo de Miromesnil y murió en París después de dos años de enfermedad y locura, habiéndose antes dado al espiritismo. Discípulo del tan deshonesto Flaubert, se distingue por una falta completa de sentido moral y por un pesimismo que lleva a la desolación y el desconsuelo del alma. Realista extraordinariamente sensual, licencioso y, con frecuencia, bestial.
En fin, como afirmaba Luis Carandell, "una excelente guía literaria al revés". Creo que los que
amamos la literatura debemos estar agradecidos al padre Ladrón de Guevara,
porque no hay nada mejor que prohíban un libro para que te entren unas ganas
tremendas de leerlo y así condenarte al
infierno poblado de gente tan interesante como esos escritores. En mi infancia
me llegaron los ecos del impío don Pío y fue uno de los primeros
autores que leí en la adolescencia.
Pincha para descargar el libro en pdf
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domingo, 19 de junio de 2016
Evitables enemigos
Tiene razón Fernando Savater (Mi inevitable enemigo) cuando
afirma que los amigos puede uno elegirlos, pero en cuestión de enemigos hay que
resignarse con lo que nos toca en la pedrea. Lo que me sorprende es que su anónimo
enemigo sea un escritor que escribe habitualmente en un periódico de referencia
y que la causa sea política. Savater se queja porque su reconocible enemigo no considera el
separatismo como el peor problema de la ciudadanía en España y en vez de razonarlo,
arremete contra él de forma irreflexiva, acusándole de "ser un fiero
jabalí de la izquierda que no da una a derechas" y, de paso, reparte
mandobles a su mujer, "torrencial novelista".
Pensé que las polémicas entre escritores pertenecían a
siglos pasados, que ya habíamos superado el maniqueísmo absurdo, el cainismo y el empecinamiento cerril que ha
caracterizado el vivir hispano desde hace siglos. Los dos pertenecen a partidos
políticos dispares en la opinión sobre el tema de la unidad de España y están
en su derecho, lo que no invalida otras
facetas de su pensamiento. No conozco el
libro del denostado enemigo que pertenece a la estirpe
del padre Ladrón de Guevara, pero lo que
si sé es que este visceral artículo no debería haber sido escrito por un filósofo
al que admiro. Un eslabón más en la campaña "Todos contra Unidos Podemos". Un poco de cordura, por favor.P:D.Un ejemplo más de escritores a la greña, a los que se suman los académicos Pérez Reverte y Francisco Rico en el mes de octubre.
sábado, 11 de junio de 2016
A pie de calle
Mientras desayunaba, desde la ventana de una cafetería convertida en un tragaluz porque unos carteles ocupaban la mayoría del cristal, observaba las piernas y los pies de los
transeúntes que deambulaban por la calle, cuerpos demediados que se movían ágilmente.
Dada la hora, en la coreografía bailaban más piernas de mujeres que de hombres y
algún niño en cochecito. Piernas y pies
blancos, recién salidos de los pantalones invernales, a punto de zambullirse en las
piscinas. Con impúdica crudeza, se
sucedían piernas estilizadas, gambas piernicortas, patas pantorriludas,
pinreles perniabiertos, remos zambos. Y todo un muestrario de calzado: sandalias, bailarinas, zapatillas de deporte, menorquinas, algún
zapato de tacón y, de repente contra
todo pronóstico, un hortera con unas botas chúpamelapunta que con toda
seguridad estaban achicharrando los dedos de su propietario. Andares decididos,
titubeantes, basculantes, temblorosos, firmes, audaces, cansinos, torpes, elegantes.
Se identificó con los pies, con marcas de heridas en el talón, de una mujer madura sobre unos zuecos
pasados de moda, que sostenían unos tobillos hinchados, y se dio cuenta de que nunca había entendido la expresión tan contento como un niño con zapatos nuevos. Lo que hubiese dado por volver a los calcetines del invierno. Y es
que en junio, con los primeros calores, los pies están tan tiernos como los de un bebé.
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