Ese director de cine, en 1947, en los tiempos convulsos de la
posguerra, adaptó al cine una de las obras maestras de Lope de Vega, Fuenteovejuna, que conocía bien desde
sus tiempos en el Teatro Universitario de La Barraca, durante la Segunda
República. En las representaciones había podido comprobar la especial
fascinación que ejercía sobre el público. Incluso fue testigo de que en algunas
representaciones los espectadores llegaban a invadir el escenario para linchar
al comendador. Ahora era colaborador y director de películas propagandistas del
régimen franquista (Raza, Los últimos de Filipinas) y tenía que tener mucho cuidado. Aunque no se pueda
decir que la obra de Lope discutiera el orden social establecido, ni que fuera
políticamente subversiva, sí justificaba la rebelión frente a un poder
corrompido y, en definitiva, podía llegar a interpretarse en un sentido
revolucionario al grito de "¡Muerte a los tiranos! Román y el guionista José María Pemán sabían de que ese germen revolucionario debía minimizarse; pero un fotograma fugaz que no era necesario, supongo que muy
consciente, presentaba al comendador ejecutado por el pueblo, colgado boca abajo
como las fotos que habían llegado en 1945 del cadáver de Mussolini y otros jerarcas
fascistas, capturados por la Resistencia italiana. Precisamente ese fotograma es el que hace más interesante la película al
espectador actual y la hace excepcional en su tiempo. ¿Cómo es posible que la
censura no se diera cuenta de esa similitud ? A mí solo se me ocurre explicarlo por los extraños lazos que se establecen entre la realidad y el deseo, o mejor, por la impronta dejada por García Lorca en el director.
* No he sido capaz de capturar la imagen del cadáver del comendador, que se puede ver en el vídeo de Youtube (106,36) para que se pueda observar el paralelismo.