Philip K. Dick
En internet encontramos una lista de escritores al borde la locura, entre los que figuran Virginia
Woolf, Paulo Coelho, Marqués de Sade, William Blake, Artaud, Hölderlin, Leopoldo María Panero, Maupassant, Martín Adán, Gérard de Nerval.
Podríamos añadir a Bukowski y William Burroughs y muchos más. De alguno de ellos he hablado en El club
de los escritores suicidas y Escritores alcohólicos y adictos.
"Mi peor necesidad es la del aislamiento absoluto de todo lo vivo, para mi trabajo, no para mi creación, que esa no es trabajo para mí (ya dije en un aforismo mío que sólo la creación vence el ruido de la Creación), sino para mi ordenación del caos porque necesito oír el Cosmos, cuyo ruido difuso y completo, como el de la vida, no me molesta. Nada que viva, una persona, un gato, una hormiga puedo tolerarlo mientras ordeno y vijilo mi instinto. Esta absoluta necesidad, sí o no absoluta, es lo que me ha hecho molestar más a mi familia, que siempre la tuve alarmada. Yo siempre he comprendido que los demás tuvieran las mismas necesidades de espacio y tiempo que yo, pero el hecho era inevitable. He mendigado el silencio, lo he impuesto, todo lo he concedido a mi destinada vocación, ya que creo que el mayor crimen del mundo es deformar una vocación".
"Yo nunca busco el defecto, lo encuentro en mí, en todos y en todo, pero me gusta el defecto, cuando es falta y no es sobra, no es ripio. Yo siempre veo la parte débil, fea o ridícula en mí y en los otros, como la parte bella. En conjunto me gusta mucho la sociedad de dos, de tres y, sobre todo, de uno. Más, no. Como los hombres son más parecidos a mí, prefiero las mujeres, los niños y todo el resto de la creación. Entre los que me gustan, soy alegre, triste entre los que no me gustan y triste cuando estoy solo. Lo que prefiero en la vida es la simpatía."
¿Qué hubiese sido de este escritor si no hubiese conocido a Zenobia? Él, como otros hombres, tuvo la suerte de encontrar a la compañera ideal de vida, una mujer inteligentísima, culta, vital, que se encargó de cuidarlo y de guiarlo, con un sentido práctico del que él carecía, por el tortuoso camino de la vida. Para ello tuvo que sacrificar su vocación literaria. Por lo menos, una vez muerta, JRJ lo supo reconocer:
“A
Zenobia de mi alma, este último recuerdo de su Juan Ramón que la adoró como a
la mujer más completa del mundo y no pudo hacerla feliz . Sin fuerza ya”
Sr.D.J.R.J.
‘‘Mi
más querido amigo:
Está
usted ya aburrido de que sus «compañeros» digan o escriban tonterías sobre
usted y su vida, ¿verdad? Esa vida de usted que, según ellos, no es vida porque
usted no va a la C. del H, ni a R, ni a las casas de prostitución.
Tiene
usted razón. Le voy a contar a usted mi vida para que vea que se parece mucho a
la de usted. Un día: Me levanto a las nueve. Hijiene. Desayuno. A mi terraza a
saludar el día. A sonreír a mis flores, a regar, a ver las campanillas de
anoche. Viene S.C.G. Conversación: Irlanda. Poetas irlandeses. Patagonia.
Remonta: caballos. Dos horas de trabajo en mi cuaderno 6. Almuerzo con mi mujer
y una amiga. Una hora de desechar papeles, libros, etcétera. Viene J.B. Me lee
sus «Filólogos». Voy al Hotel Savoy, a visitar a las damas chilenas D.a A.L.N.
y D.a L.L. de R. Conversación: Chile, Argentina, Poética, Literatura, vida
social. Un largo paseo por la parte del Botánico, Museo, en una puesta de sol.
Dos horas de trabajo de creación. Cena. Terraza. Disfrute del cielo estrellado,
de la brisa. Dicto a máquina lo que he escrito antes. Una hora de lectura. Me
acuesto a la una.
Otro
día: Escribo dos cartas. Paseo por las afueras: Guindalera. Almuerzo con mi
mujer en casa de M. con ellos y sus hijos. Desecho papeles. Voy a casa de B.P.
a ver sus cuadros. A la imprenta, a gozar de la maquinaria. Paseo por Rosales,
entre el pueblo. La librería. Dos horas de trabajo. Ceno en mi terraza con mi
pensamiento. Me acuesto a la una y media.
Todo
esto sobre la normalidad del amor pleno y junto a mi mujer fina, espiritual,
graciosa, contenta, en una casa modesta y suficiente que me retiene, con sus
butacas, sus librerías, sus mesas, sus grandes ventanas, sus biombos, sus
flores.
Así
soy feliz y así seguiría siéndolo por siglos aunque a ciertos poetones y
poetitas les parezca poco o demasiado o... o... ¡Oh!
No
voy a... a... a... porque no me gusta ir. Razones... de hijiene. Tengo que
darle la mano a... ¿Qué hago yo con mis manos toda la tarde?
Me
aburren mis compañeros. Prefiero jente estraña que me habla de otras cosas.
Detesto la calle de Carretas, de La Montera, de Silva, de Jacometrezo. Además:
detesto la cerveza, no me gusta el café, me fastidia el tabaco, no leo diarios,
no sé de toros, de militares, de plumas estilográficas, de radiografías...’’
J.
R. J.
[Carta de Juan Ramón a sí mismo,tomada de Poesía, revista ilustrada de información poética, nº 13-14, Invierno 1981-82. Ministerio de Cultura]