Soy madre sustituta de mis sobrinos segundos (hijos de una
prima hermana, más hermana que prima) y abuela de unos nietos ajenos. Con todos
ellos me unen lazos invisibles más estrechos que los de la sangre. Con los
primeros convivo, a los segundos los sigo en la distancia. Un bebé de ocho
meses, depositado en mis brazos en un
día soleado del mes de marzo, me robó el
corazón hace unos diez años. La pequeña, de tez amelocotonada, nariz diminuta y
pelo pajizo, iba vestida de rojo y me
miró con sus ojos achinados mientras esbozaba una sonrisa contagiosa. Desde
entonces sigo todos sus pasos como una fan a su ídolo musical. Sus suspensos en
matemáticas me duelen como si fueran míos y sus lecturas me alimentan como si
las hubiese hecho yo. Poco tiempo después nació un niño, otro pequeño Dalai Lama, que ahora hace sus primeros pinitos
musicales. Ver sus fotos me llena de ternura y colma mi poco espíritu maternal.
Sólo disfruto de sus ventajas y no sufro ninguno de los inconvenientes.
Esa sensación la he tenido con muchos de mis alumnos, sobre
todo con los que conocí de pequeños en 1º de la ESO, sinceros, amables,
cariñosos, con ganas de aprender y que abandonaron el instituto seis años
después hechos (con buenas notas y un buen bagaje cultural) y
derechos (comprometidos y solidarios). A algunos no los volveré a ver, incluso he
olvidado sus nombres y hasta sus caras, pero me han dado ánimos durante todos
estos años y les estoy muy agradecida. Lo curioso es que a los bordes, macarras y desastres, también los recuerdo con cariño.sábado, 8 de febrero de 2014
jueves, 6 de febrero de 2014
Confieso que he plagiado
Prácticamente
hasta el s. XIX no se puede hablar de plagio, sino de tradición e innovación,
los grandes escritores se formaban copiando y parafraseando a los clásicos o a
la literatura popular. Los plagios más famosos de la literatura reciente tienen
estos nombres: Alfredo Bryce Echenique, Camilo José Cela, Carlos Fuentes, José
Saramago, Manuel Vázquez Montalbán, Ana Rosa Quintana, http://www.estandarte.com/noticias/varios/los-plagios-literarios-mas-famosos_1076.html
El plagio en el teatro clásico español: los memoriones
Lope de Vega y
Calderón de la Barca vivían de vender sus comedias a compañías teatrales que
las adquirían en manuscrito: quien poseía el manuscrito era dueño de la obra.
Pero el mundo del teatro era brutalmente competitivo. Las compañías rivales
contrataban a ciertos personajes oscuros, portentosos, a quienes llamaban
«memoriones», cuyo talento consistía en acudir a los corrales de comedias, ver
una misma obra muchas veces, ir aprendiéndola de memoria, verter los fragmentos
al papel, hasta que, juntando las fracciones, formaban un nuevo manuscrito. Con
esa copia en mano, la nueva compañía se volvía dueña de facto de la obra y de
inmediato la montaba en otra ciudad. El plagio no era tan simple como hacer
clic en una cámara, encender un escáner o bajarse un MP3: la copia demandaba
una laboriosidad casi tan barroca como la escritura original.
En este ensayo, Manuel Francisco Reina repasa la historia de la literatura en busca de los casos más sonados de apropiación indebida de textos, delito del que ni siquiera se libran maestros de las letras como Dante, Cervantes, William Shakespeare, José Zorrilla o Federico García Lorca. El autor recurre también a casos actuales, como el de Ana Rosa Quintana o el de Lucía Etxebarria en un intento de, sin sangre, dilucidar qué es plagio y qué homenaje, qué es una referencia inconsciente y qué un una copia indefendible.
Roberto Bolaño, La pista de hielo
A través de tres narradores van trazándose los pormenores de un crimen en una casa abandonada de un pueblo de la Costa Brava (Blanes) donde se ha construido ilegalmente una pista de hielo para que una bella y caprichosa patinadora entrene. Con grandes dotes de observación y un humor certero, Bolaño nos atrapa con su lectura. Además hay una magnifica ficha de lectura sobre la novela para trabajarla con los alumnos:
sábado, 1 de febrero de 2014
Una novela de la crisis: La habitación oscura de Isaac Rosa
En esta interesante y bien escrita novela, un grupo de jóvenes que comparten un local se refugian en una habitación oscura para buscar sexo anónimo, silencioso y divertido. Quince años después, ese lugar se convertirá en un refugio donde curarse de las heridas del mundo exterior sumido en una terrible crisis. El tema fundamental es una crítica de una generación que nació en plena transición y no ha sabido o no podido tomar las riendas de la sociedad actual. Entre otras tramas secundarias aparecen reflexiones sobre la protesta ciudadana y sobre el control tecnológico en el ámbito laboral.
jueves, 9 de enero de 2014
El esguince
Gloria, que se acaba de jubilar, le comentaba a Ana lo duro que
había sido dar clase en un instituto de las afueras de Madrid. Una clase de
refuerzo de matemáticas, a las dos y cuarto de la tarde, poblada de alumnos
difíciles, le había provocado pesadillas durante todo el curso. La de veces que
había deseado que pasase algo que le impidiese acudir al suplicio, que se le
hacía eterno. A la salida del metro había pensado tropezar con una alcantarilla
para que le diesen la baja, lo que
supondría un alivio a sus desgracias. Ana se rió con la anécdota porque la comentaba con mucha gracia y se identificó con ella. El sábado 4 de enero,
disfrutando de unas vacaciones merecidísimas, cuando soplaba un viento huracanado en pleno centro de Madrid y
se sentía feliz recibiendo la bendición de la lluvia en su pelo aplastado, en la plaza de Santa María Soledad Torres Acosta, un secarral de granito lleno de barreras arquitectónicas, ocurrió
lo inesperado, tropezó con un bordillo aparentemente invisible, dio un traspiés y su tobillo izquierdo se dobló
como si fuera elástico. Gritó y lloró. A duras penas llegó a casa.
Ahora está de baja con un dolor sordo en el tobillo que está rígido como una
bota multicolor. Inesperado efecto mariposa
que supondrá una merma en sus haberes a fin de mes y ningún descanso para su alma.
Las tres generaciones
Pocas veces había sentido la llamada de la sangre tan fuerte
como aquella. Delante de él iban su hijo y su nieto, ambos, con una guitarra a
la espalda, con la melena negra al viento y los mismos andares. Los tres se dirigían hacía
el coche que les llevarían a la cena de nochebuena. Una estampa que hubiese
querido plasmar con una foto, pero que solo
se quedó impresa en su retina. En ese instante la vida y sus contradicciones merecían
la pena. Cuando vieron los ojos vidriosos del abuelo, ajenos a la experiencia
mágica, lo achacaron al frío reinante.
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martes, 7 de enero de 2014
El aburrío
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