sábado, 8 de febrero de 2014

Mi espíritu maternal

Soy madre sustituta de mis sobrinos segundos (hijos de una prima hermana, más hermana que prima) y abuela de unos nietos ajenos. Con todos ellos me unen lazos invisibles más estrechos que los de la sangre. Con los primeros convivo, a los segundos los sigo en la distancia. Un bebé de ocho meses, depositado en mis brazos en un día soleado del mes de marzo, me robó el corazón hace unos diez años. La pequeña, de tez amelocotonada, nariz diminuta y pelo pajizo, iba vestida de rojo y me miró con sus ojos achinados mientras esbozaba una sonrisa contagiosa. Desde entonces sigo todos sus pasos como una fan a su ídolo musical. Sus suspensos en matemáticas me duelen como si fueran míos y sus lecturas me alimentan como si las hubiese hecho yo. Poco tiempo después nació un niño, otro pequeño Dalai Lama, que ahora hace sus primeros pinitos musicales. Ver sus fotos me llena de ternura y colma mi poco espíritu maternal. Sólo disfruto de sus ventajas y no sufro ninguno de los inconvenientes.
Esa sensación la he tenido con muchos de mis alumnos, sobre todo con los que conocí de pequeños en 1º de la ESO, sinceros, amables, cariñosos, con ganas de aprender y que abandonaron el instituto seis años después hechos (con buenas notas y un buen bagaje cultural) y derechos (comprometidos y solidarios). A algunos no los volveré a ver, incluso he olvidado sus nombres y hasta sus caras, pero me han dado ánimos durante todos estos años y les estoy muy agradecida. Lo curioso es que a los bordes, macarras  y desastres, también los recuerdo con cariño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario