Deshaciendo la casa de mis padres en Villena, donde han ido
a parar todos los trastos que no cabían en Madrid, he encontrado todos los
apuntes de la carrera de mi padre y el borrador de la novela,
Juicio
de conciencia, que mandó al premio Nadal en 1948 o 1949, porque no aparece el año. Él nunca me habló de
su aventura literaria, solo se lo oí comentar a mi madre que fue la que pasó el
original a máquina. Sus 200 páginas me las
he leído con emoción e interés en dos días. Me ha sorprendido su habilidad narrativa,
sobre todo para hacer diálogos, y
descubrir en él un espíritu joven e idealista muy diferente del talante de sus
últimos años. Así era mi
padre, todo un misterio, un hombre de ciencias
enamorado de la literatura. La novela no le salió redonda, tiene un tufillo antiguo, propio de
los años en que fue escrita; es una novela iniciática, de aprendizaje muy
parecida a la de los escritores del 98, mezcla de literatura intelectual,
sentimental y religiosa, con alguna que otra pincelada costumbrista, pero refleja
fielmente las lecturas juveniles y su propia personalidad.
El tema fundamental es la defensa de las mujeres caídas a través de la historia de amor de dos jóvenes del mismo
pueblo y de caracteres muy diferentes, la indecisión de él y la búsqueda de nuevas
experiencias de ella les separarán. La
novela comienza con el famoso Examen de Estado que varios jóvenes realizan en
Alicante y que supone una ruptura con su antigua vida. Carmen Rosales y Pedro Torres
irán a Barcelona, él estudiará Derecho y ella empezará la carrera de Químicas
que no terminará porque en su camino se cruza un don Juan, el barón de
Cornellá, del que se hará su amante. Se desarrolla entre 1927 y 1934, cuando se celebra el extraño juicio que en que la voz de la conciencia
hace de abogado defensor y de fiscal.
El narrador se
muestra claramente omnisciente, parece observar con un teleobjetivo la vida de
sus criaturas, dialoga con el lector, anticipa conversaciones y acontecimientos, es
testigo de cómo Carmen acusa de su caída al incrédulo Pedro "porque siempre
se goza culpando a los mejores hombres de las faltas graves". Pedro,
huérfano de padre ,inteligente e inmaduro, con grandes ideas y poco espíritu práctico, es un buen estudiante que lleva una vida diáfana en busca de la perfección y la
felicidad: "Estudia, ama, siente impulsos de juventud por conocerlo todo". Carmen es una mujer bella a la que la
búsqueda de la felicidad le va a acarrear la desgracia: "Halagada por
todos llora en silencio la existencia de un verdadero amor". Un hombre
rico con una mujer enferma de tuberculosis que vive en Suiza, deslumbra a
nuestra pueblerina. Carmen quiere vivir esa vida de lujo que no le ofrece
Pedro. Cuando su mujer muere, la abandona compensándola con dinero. Después de dilapidar su fortuna en viajes, lujos,
drogas y amantes, abandonada por todos,
esta femme fatal, decide ir contra su
amigo y amor de juventud para solucionar sus problemas económicos. Le demanda porque de joven la corrompió con
sus ideas librepensadoras sobre el amor libre, a través de un diálogo
intrascendente entre el amor espiritual y el amor carnal que le leyó Pedro.
En este inusual folletín no podía faltar el final feliz,
Carmen es redimida por el amor de Pedro. Junto a los dos personajes principales,
aparecen muchos secundarios: una compañera de la carrera con la que Pedro tiene
una relación fugaz, Julia Montañola, muchos
estudiantes que quieren vivir libremente fuera del conservadurismo que les
rodea, una madre (Virtudes), una hermana de la protagonista, un cura y un marqués. Como fondo tres
ciudades, Túrtula (nombre antiguo de Villena), Barcelona y Valencia.
En sus páginas hay pocas descripciones, solo algunas
pinceladas costumbristas de Villena: canciones populares, referencias a las
fiestas de Moros y Cristianos, con comparsas muy distintas a las que hay ahora, y a
José María Soler, ganador del prestigioso premio internacional
Montaigne. No puedo copiar toda la novela, pero he
entresacado estos párrafos que dan una idea del estilo del autor:
"Ninguno de los protagonistas sabe lo que es el
aburrimiento y están esperando que vengan las fiestas de la Virgen para
pasarlas como las mejores de su vida.
Con ellas se escaparán de la rutina de las vacaciones y del trabajo. Los
festejos como en años anteriores están anunciados con programas policromados.
Se trata de las fiestas de Moros y Cristianos tan arraigadas en la región
levantina. Desde el cinco de septiembre
hasta el nueve, todas las horas están ocupadas bien con simulacros de batallas
y alianzas, bien con procesiones y sermones, bien con corridas de toros y charlotadas,
bien con contrabando, bien con desfiles, bien con bailes o bien con conciertos.
Tradicionalmente se ha ido elaborando el programa de festejos que difiere poco
de unos años a otros. Su finalidad consiste en dar las mayores facilidades para
que cada individuo del pueblo goce del mayor número de diversiones. La comisión
que redacta el programa encauza los gustos de sus paisanos: no quieren que la
iniciativa propia malogre lo que cuesta tantos sinsabores y dineros, y tan solo
a las comparsas a altas horas de la noche les dejan cierta libertad para que
organicen bailes y reuniones".
"Como el año anterior las Fiestas de Moros y Cristianos
se celebraban con todo su esplendor y Rafael se sintió atraído por la
policromía de los diversos trajes. Esos moros con sus dibujos arabescos y
pantalones de raso, color encarnado, amarillo y azul. Los estudiantes con la
misma vestimenta de los españoles célebres del Siglo de Oro. Los marineros con
la sencillez de sus vestido calcado de los que llevan los trabajadores del mar,
con la clásica camiseta de rayas horizontales blancas y azules. Los
contrabandistas, viva estampa de los fieros bandidos de Sierra Morena; ni José
María el "Tempranillo" llevaría el garbo que al andar esos
turbulenses proporcionan a sus cuerpos disfrazados. Los americanos, retrato
fiel de los hombres del Oeste de Norteamérica, pues también aquí en este rincón
de España un puñado de jóvenes se sintieron atraídos por las luchas legendarios
de Eddie Polo, William Duncan, Tom Tyler* y otros, y esos cinco días del 5 al 9
de septiembre, salen a la calle del pacífico pueblo a hacer realidad las
aventuras de Él, Ella y el Bandido.
Los Maseros o labradores manifestando el poder de la gleba, pues hasta en las
fiestas se cuenta con ellos. Los romanos, hombres serios y graves que con los
Cristianos cierran las últimas comparsas, para al final de los cinco días,
después de haber permitido el triunfo de la morisma, acabar con ella y
obligarla a la conversión al cristianismo en el santuario donde se venera a la
Virgen.
De todas estas comparsas Rafael se sintió atraído por los Americanos,
era la voz de la sangre la que se le inflamaba, pues tenían algo de aquellos
pamperos que dominan con el látigo el potro salvaje y el toro de carne de muchas arrobas. Y así él en las retretas,
fiesta de noche en donde se permite todo cuanto inspire el vino, dejaba a sus
amigos y se juntaba a estos festeros para correr y saltar al compás de los pasodobles
que una música traída ex profeso de un pueblo vecino les seguía a todas partes".
"-No te mereces ser turbulense, si yo fuera tú, me las
arreglaría para escribir un libro que retratase con fidelidad estas bellas
tradiciones que han hecho conocer a tus paisanos. Eres muy serio en comparación
con tanta alegría como se reparte por esas calle Túrbula.
-¿Y por qué tengo que ser yo quien escriba ese libro, cuando
ya hay un Romancero turbulense y hay
gente como José María Soler que con un espíritu más histórico que el mío, que llevan
toda su vida recogiendo datos para publicarlo?
-Pero nadie posee el sentimiento tuyo, amigo Pedro. Estoy
seguro que tú descubrirías cada paso con la poesía que nos das a conocer cuando
relatas los sucesos más importantes.
-Gracias, Rafael, por lo que me dices, pero si he hecho
poesía alguna vez, ésta ha sido un poco trágica, algo existencialista y creo
que describiría mejor la semana de Pasión que la semana de Fiestas".
"Tenía por norma Juan encabezar sus epístolas con adjetivos
galantes que Carmen iba anotando en una libreta. Nunca se repetía y mientras
duraron las ausencias le adornó las cartas con los siguientes piropos:
"Guapa, maja, jarifa, galana, venusta, linda,
agraciada, peregrina, relinda, hechicera, jorguina, garrida, graciosa,
mirífica, bondadosa, mayestática, álfica, armiñada, leda, etc."
* Los tres fueron actores del cine mudo y sonoro.