jueves, 15 de agosto de 2013

La buena y la mala suerte

Cuando era pequeña me impactó una escena de Ben-Hur, un golpe de mala suerte hace que su hermana se apoye en el borde de la azotea de su casa y una teja se desprenda al paso de la comitiva que llevaba al gobernador. El accidente provoca la desgracia de la familia. Este mes de agosto, en el campo de Villena, cerca de la escuela de tenis de Juan Carlos Ferrero, cuando todos estábamos hablando en la cocina, oímos un ruido tremendo como si hubiese temblado la tierra. Rápidamente salimos al porche, donde las tejas de la marquesina, resentidas por una obra reciente, se habían caído inesperadamente sobre el terrario y la casita de los dos niños de la casa. Apenas un minuto antes el pequeño de dieciocho meses estaba jugando allí. Todos nos quedamos sin palabras, temblando. Al abuelo se le cayeron las lágrimas. Enseguida quitamos todas las tejas. No hemos vuelto a hablar del tema. Constatamos que apenas un minuto puede separar la felicidad de la desgracia, apenas unos segundos suponen un intervalo entre la vida y la muerte. La mala suerte está acechándonos inexorablemente, el destino cruel permanece agazapado buscando cualquier debilidad. Afortunadamente, esta vez ganó la batalla el ángel de la guarda.

La salamanquesa Teresa

Tengo un animalito en mi casa que ha aparecido inesperadamente. La vi por primera vez en el patio entre las plantas, huía de mi presencia y se escondía entre las grietas de las paredes. Alguna vez entraba en mi casa para asustar a la chica que viene a limpiar. No hace daño a nadie, huye de la gente, es de color pardo, sale por la noche y devora insectos, cucarachas, gusanos y grillos. Yo creía que era una Salamandra y la llamé Sandra, pero después de consultar en internet, he averiguado que es una salamanquesa y desde ahora la llamaré Teresa. Dicen que los animales domésticos se parecen a los amos, tal vez tengan razón. Mi mascota  te deja vivir a tu aire y no te exige absolutamente nada, es curiosa, vivaz y huidiza. Por eso me gusta. La sorpresa fue que ayer por la noche en la cocina apareció una cria suya que se quedó paralizada por la luz. Teresa se ha apareado con un macho que parece que vive en el ático.


lunes, 12 de agosto de 2013

A la mierda el cuelga fácil


Marisa se ha arreglado la casa, ha cambiado el suelo y las puertas y ha pintado. Intenté ayudarla para colgar los cuadros porque, ya que no había dinero para cambiar los muebles, por lo menos quería cambiar de sitio algunos cuadros y deshacerse de los que no le gustaban. Fue una tarea imposible, nunca nos hemos sentido tan impotentes. Como no estaba segura de dónde ponerlos lo intentamos primero con los cuelga fácil de IKea, el primero que pusimos se llevó la pared detrás porque probablemente lo colocamos encima del yeso que habían dado para ocultar un agujero anterior. El segundo no se clavaba porque la pared era de cemento puro. Su indecisión y el miedo a cargarse la pared recién pintada, me llevó a proponerle las tiras para colgar cuadros el de la marca  Command que anuncian en Decogarden (por cierto, nada baratas), programa que veo cuando puedo, igual que Bricomanía, para intentar aprender las habilidades de las que la naturaleza no me ha dotado (no por ser mujer, este escrito es políticamente correcto). En las instrucciones no decía que con el gotelé se despegaba y nos pusimos manos a la obra, nada más poner cuatro cuadros nada pesados empezamos a oír un cric-cric sospechoso y uno de los cuadros se vino abajo. Intentamos ponerle superglú en la parte que se adhería al cuadro y tampoco, el cuadro se cayó junto con la regla niveladora recién estrenada, que acabó manchando de cola el sofá de cuero. Toda una mañana, una de las más calurosas del año, perdida. Al final acabamos gritando como posesas imitando a Fernando Fernán Gómez entre carcajadas liberadoras:
¡A LA MIEEEERDA EL CUELGA FÁCIL!
Lo aconsejo, es una buena terapia. No pienso volver a ver ninguno de esos programas que muestran una publicidad engañosa. La próxima vez que tengamos que hacer una ñapa,  utilizaremos un taladro.

domingo, 14 de julio de 2013

Asco en el Tahrir pamplonica, Jesús Moreno Abad


Había pensado escribir sobre estas imágenes vergonzantes, pero he encontrado el artículo de Jesús Moreno Abad y me lo he ahorrado. 

Es cierto que desnudarse en una plaza infectada de orangutanes borrachos no parece lo más inteligente del mundo; pero la candidez (o la estupidez) no es un delito. Sí lo es, sin embargo, la agresión o el acoso sexual.
Esta fotografía pertenece al chupinazo de Sanfermines de este año. No sé realmente qué veo, si la chica se desnudó libremente (bien) o la desnudan. Lo que sí veo son unos dedos de naturaleza absolutamente amputable bajándole el pantalón por detrás, y una marea de orcos, con aspecto de gente de reposadas lecturas, supurando babas y gruñidos a su alrededor. Luego se ven pares de manos que se dirigen hacia ella con algún tipo de licencia de barra libre carnal que no alcanzó a comprender. No sé el caso de esta foto en concreto, pero hay muchas parecidas circulando alegremente esta semana. En algunas se ven a chicas intentando bajarse las camisetas y apartarse las hordas de manos zombis que las acosan. Otras sonríen (si es con sinceridad y asentimiento, bien de nuevo). Lo que parece improbable es que todas esas jóvenes hayan dado su permiso para ser manoseadas por una turba de salidos. SIGUE EN PÚBLICO

martes, 9 de julio de 2013

La noche de los tiempos, Muñoz Molina


La publicación de La noche de los tiempos coincidió con el septuagésimo aniversario del fin de la Guerra Civil española. El autor y  narrador omnisciente ("Qué raro imaginar con tanta claridad lo que no he vivido, lo que sucedía hace más de setenta años")  nos acerca a este extraordinario fresco literario ("noticias desastrosas y opiniones ineptas") que salta de Madrid a Estados Unidos y mezcla personajes reales e imaginarios. Esta novela debería ser obligatoria en la asignatura de historia porque es un alegato contra la guerra, pero sobre todo contra la barbarie de la guerra civil española. El protagonista, inspirado en la biografía de Pedro Salinas y en la de Arturo Barea, es un arquitecto, cincuentón, casado y con dos hijos,  abúlico y desencantado, que vive los tiempos inciertos y difíciles de los años treinta del siglo pasado, mientras disfruta sorprendentemente de una gran pasión amorosa fuera del tiempo y del espacio con una joven americana ("la obsesión insana de estar juntos"). La originalidad radica en el punto de vista, el estilo y la magistral utilización del lenguaje. 

Acción poética Aluche en el IES Iturralde

 Últimamente la fachada del instituto me sorprende. Por las mañanas he encontrado, además de vallas levantadas que aumentan la sensación de estar en una cárcel, pintadas poéticas que me provocan una sonrisa cada vez que las leo. Sería una buena solución colocar  poemas en todo el perímetro para evitar que gamberros ensucien la pintura. Gracias a esos poetas anónimos (Acción poética Aluche):

Las sonrisas duran instantes y se añoran siglos

  Lleno muros recordándote

Preferiría no hacerlo





miércoles, 3 de julio de 2013

Elogio del oficio de enseñar, Julián Moreiro

Ayer asistí a mi último claustro (siento un poco de vértigo). Con ese motivo, y a modo de despedida, leí ese texto que comparto ahora con vosotros.


elogio del oficio de enseñar
          
  Cuando empecé a dar clase, Franco todavía no se había muerto, que ya eran ganas de fastidiar. Fue en un colegio semiclandestino de Vallecas, regido por dos enigmáticos personajes que debían de pertenecer a alguna secta y por un conserje mucho menos subrepticio que aún llevaba en la frente la huella del tricornio. No sé muy bien qué hice, cómo sobreviví al miedo escénico y qué diablos pude enseñar a aquellos vociferantes zangolotinos de octavo de EGB. Yo no había llegado a la enseñanza por vocación, aunque tampoco recuerdo que lo hiciera por descarte o por despecho; no sé, a lo mejor lo hice porque, como dijo George Bernard Shaw, “el que sabe hacer una cosa, la hace; el que no sabe, la enseña”. El caso es que muy pronto me noté en mi medio natural, como si hubiera nacido para esto. Hoy estoy seguro de que, de no haber sido profesor, solo hubiera sido un cantamañanas que sabía hacer cosas.
               En mi despedida, quiero afirmar algo que he dicho otras veces, una de las pocas certezas que he adquirido con los años: este es el mejor oficio que existe. Y no por aquellas tres famosas razones que esgrimían los cínicos: julio, agosto y septiembre (por cierto que ya no sirven: la tercera de esas razones se ha esfumado y hay cenizos que ven la primera en peligro).
               No. Yo creo que este es un oficio inestimable porque las relaciones laborales han sido siempre en él menos importantes que las relaciones afectivas. Porque la experiencia mágica de notar cómo de pronto, en una clase, un martes cualquiera, se establece una comunión absoluta con los alumnos, es difícilmente igualable (aunque esporádica: no se puede ser sublime sin interrupción, diga lo que quiera Baudelaire). Porque tratar siempre con personas que tienen la misma edad mientras uno va atravesando las crisis que trae cada nueva decena es lo más parecido que puede vivirse a la ilusión de la inmortalidad (aunque un amigo mío, un punto descreído, dice que es como no salir del día de la marmota). Porque ver crecer a niños que aprenden menos de lo que desearíamos pero mucho más de lo que solemos creer y de lo que alcanzamos a comprobar es un espectáculo maravilloso, como todos los que ofrece la Naturaleza. Porque, como dijo no sé quién, enseñar es aprender dos veces. Porque, en un mundo tan sobrado de individuos hoscos, insatisfechos y desabridos, tratar a diario con adolescentes que siempre parecen felices es una suerte. Y en fin, porque compartir intereses con todos los compañeros de trabajo, afinidades con muchos y cierta intimidad con algunos es un privilegio que ninguna orden de principio de curso puede arrebatarnos.
               Ahora que corren malos tiempos sigo pensado lo mismo, a despecho de reformas ominosas, de instrucciones furtivas y de autoridades maleducadas, malencaradas y malintencionadas. Como ya tengo pie y medio fuera, puedo decirlo sin pudor: somos gente importante y no podemos tolerarnos el desaliento. Este oficio, a prueba de ocurrencias y descarríos legales, trasciende nuestra propia circunstancia; lo dijo Henry Brooks Adams, un intelectual americano que vivió entre el siglo XIX y el XX: “Un profesor trabaja para la eternidad: nadie puede decir dónde acaba su influencia”. Ya dije antes que somos un poco inmortales…
              
 Hasta siempre. Salud y Escuela Pública.

Julián Moreiro  28/6/2013