Interesante conversación con Cruz, profesora de inglés, en el IES Joaquín Araujo donde se explica claramente las horas que dedicamos a la enseñanza.
¿Dónde estudió el asesino de Sandra Palo? ¿Dónde estudian los alumnos recién llegados de Santo Domingo que no han estado escolarizados? ¿Dónde estudian los hijos de los traficantes de droga de la Cañada Real? ¿Dónde estudian los hijos de los rumanos que viven en condiciones infrahumanas? La respuesta la sabemos todos: en colegios e institutos públicos. La enseñanza pública nace con voluntad de servicio para llegar a las clases sociales que han estado tradicionalmente fuera del sistema escolar. De ahí que los gobernantes concienciados siempre hayan tratado de mejorar las condiciones laborales de los encargados de tamaña empresa. Además, los profesores de los institutos eran los encargados de controlar que el sistema funcionase sin enchufismos ni intereses creados.
Hay institutos muy buenos, regulares y malos en función del lugar en el que están situados. No es lo mismo dar clase en un instituto de Boadilla que en uno al lado de Pan Bendito. Por eso no es lo mismo dar clase en la enseñanza pública que en la privada. La privada selecciona a sus alumnos, les pone un uniforme, un ideario y unas cuotas y el que no se somete a esa disciplina es expulsado.
Un profesor de la pública pasa por un sistema de selección -imperfecto, mejorable, a veces injusto- pero que garantiza su idoneidad. Las oposiciones son muy difíciles porque se presentan muchos profesores muy bien preparados para muy pocas plazas. Todo profesor de la privada sabe que si quiere menos horas lectivas al mes debe pasar por ese requisito. Así pues, tenemos los mejores profesores para, a veces, los peores alumnos.
Una jornada de cuatro horas diarias de clase es agotadora. Los que las han dado lo saben. El desánimo llega al mismo tiempo que la afonía y muchos presentan los síntomas del profesor quemado. ¿Cuántos expedientes se tramitan por faltas leves y graves al año? Pocos alumnos disruptores estropean muchas veces al resto.
Por otra parte, la mayoría de los institutos del centro de Madrid están avejentados, los profesores tienen más de cuarenta y cinco años. La savia joven de los interinos ha desaparecido cortada de cuajo. La consejera de educación firmó jubilaciones anticipadas, que se están acabando, y reducción de jornada a los mayores de 55 años, que sigue en vigor pero que no se está cumpliendo.
Como nos gusta nuestro trabajo y nos partimos el alma por hacerlo bien, no exponemos nuestras miserias a la opinión pública, temerosos de que los alumnos buenos y excelentes que tenemos nos abandonen. En las entrevistas a los manifestantes sólo se oye que no hacemos la huelga por las dos horas. Decimos lo que es políticamente correcto. Parece que el discurso de Esperanza Aguirre ha calado también entre nosotros. Pues bien, dos horas más en el infierno de algunas clases es muchísimo trabajo (más alumnos, más asignaturas, más niveles, más correcciones, más juntas de evaluación, más pruebas iniciales) que cae como un mazazo sobre nuestros doloridos hombros.
No he oído nadie decir el problema legal que se plantea con esta ampliación de dos horas. La Ley indica que cada vez que nuestro horario excede una hora de trabajo, tiene que estar recompensado con dos horas (CHL), pero la Consejería por medio de una circular interna ha rebajado a una hora. Si se cumpliese la Ley, los profesores no tendrían horas para trabajar en el centro porque su jornada se vería reducida solo a las horas lectivas. ¿Cómo se le ha podido ocurrir a alguien semejante desaguisado? Al político que pretende acabar con la enseñanza pública estrangulándola, a quien le molesta que, a pesar de las dificultades, en los institutos se dé una enseñanza de calidad para todos.
Tampoco he oído a nadie referirse al agravio comparativo que hay entre los funcionarios del cuerpo A de la Administración. Los profesores (restemos a directores y jefes de estudios) ganamos entre seiscientos y mil euros menos al mes, no disponemos de espacio para trabajar en los institutos, ni ordenador, ni teléfono. Trabajamos en nuestra casa y el material (bolígrafos, folios, internet, tinta) corre de nuestra cuenta. Como no hay apenas personal de conserjería, también hacemos las fotocopias.
Por lo tanto, luchemos contra los recortes con lo que supone de pérdida de derechos para los más débiles y para la educación en general; pero luchemos también por nuestras condiciones laborales. Recordemos también que la ley está hecha para que la ampliación de horario sea una excepción y no una norma. Y no hagamos caso a aquellos que nos envidian las vacaciones, el horario y el sueldo, porque ellos no saben ni quieren saber lo que hay detrás de esas horas.