Desde hace bastantes años se viene produciendo en la sociedad española un proceso de verdadero culto a los niños que podríamos llamar pedolatría, o bien, si el término suena mal en oídos refinados, paidolatría, para evidenciar más su estirpe helénica. Es ya un tópico que se les mima en exceso, no se les niega nada en cosas y en acciones, y los tiernos infantes, ya desde muy pequeños, se creen con derecho a todo, se erigen en dictadorzuelos de sus padres y a veces llegan a la edad adulta convertidos en auténticos tiranos del entorno.
Este proceso tiene diversas causas que sería prolijo desgranar ahora en detalle. Basta recordar que desde máximas como la romana que dice “quien no pega a su hijo es que no le quiere” y nuestro “quien bien te quiere te hará llorar”, la situación ha llegado casi a invertirse.
A tal grado de desenfreno ha debido de llegar nuestra infancia y juventud, que las autoridades educativas han decidido atizarles un zurriagazo de tomo y lomo por medio de lo que más daño puede hacerles: empeorar su educación, para que se vayan enterando de lo que vale un peine. Han decidido acabar de un plumazo con la pedolatría para pasar a la pedofobia, olvidando que el punto justo está en otra máxima romana: “al niño se le debe el mayor respeto.”
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