Son muchos los escritores arrepentidos de sus publicaciones. Virgilio, antes de morir, pidió al emperador Augusto que destruyera la Eneida, menos mal que el emperador se opuso rotundamente y no cumplió la petición. Cuenta la leyenda también que Juan Ramón Jiménez se arrepintió de haber escrito Platero y yo e intentó rescatarlo de las librerías.
Sabemos que muchos incipientes escritores queman y rompen lo escrito. La lectura de sus escritos les resulta insoportable: exceso de adjetivación, incongruencias argumentales, enredos sintácticos y confusiones semánticas. La destrucción no puede ser más útil: reduce la egolatría y hace reflexionar. Pero nos sigue sorprendiendo que muchos de los grandes escritores destruyeran parte de su obra. Francisco Ayala explicaba en una entrevista que destruyó sus poemas porque le parecía que no tenían altura: ” Los destruí. Como destruí mis pinturas, las que había hecho en un momento de mi vida cuando pensé que podía ser pintor, que era una tradición que existía en mi casa. Tenía los medios materiales, pero mis pinturas no me satisfacían y las destruí, en lugar de dejar esos testimonios de mi torpeza”. También el premio Nobel, Vargas Llosa, como cuenta en El pez en el agua, pidió a ayuda a su amigo Javier Silva Ruete para quemar un cajón lleno de versos porque “no era bueno como poeta”
Afortunadamente algunas maravillas desechadas fueron rescatadas del olvido en baúles, rincones o basureros; otras, en cambio, desaparecieron, consumidas por el fuego invencible, iniciado por autores más precavidos. Ernesto Sábato iba a quemar Sobre héroes y tumbas, pero su mujer le disuadió. Stephen King tiró Carrie a la basura y su esposa lo rescató.
Eduardo Lago reflexiona sobre este tema en su novela Llámame Brooklyn: " Naturalmente sólo
tenemos conocimiento de los casos en que los amigos desobedecieron. ¿Cuántos
habrá que, por el contrario, respetaron la voluntad del muerto? ¿Cuántos kafkas
y virgilios habrán desaparecido sin dejar rastro de su paso por la tierra?"
En el suplemento Cultura/s de La vanguardia se dieron las razones principales de la destrucción de las propias obras artísticas:
- Insatisfacción con la propia obra: 30%
- Depresión: 26%
- Falta de espacio o materiales: 15%
- Temor a acciones legales: 8%
- Preocupación por su legado: 7%
- Ritual: 5%
- Otros (aumentar la cotización, locura...): 9%
Veamos algunos ejemplos de hojas quemadas:
Gógol
Gógol publicó Almas Muertas en 1842, pero, tras una larga peregrinación a Jerusalén, decidió abandonar la literatura para concentrarse en la religión y quemó lo que había escrito de la segunda parte de Almas Muertas diez días antes de su muerte en Moscú. Sólo algunos fragmentos de esa segunda parte sobrevivieron a la quema y han sido publicados.
Kafka
Kafka sólo publicó algunas historias cortas durante toda su vida, una pequeña parte de su trabajo, por lo que su obra pasó prácticamente inadvertida hasta después de su muerte. Con anterioridad a su fallecimiento, dio instrucciones a su amigo y albacea Max Brod de que destruyera todos sus manuscritos; Brod hizo caso omiso de esas instrucciones, y supervisó la publicación de la mayor parte de los escritos que obraban en su poder. La compañera final de Kafka, Dora Diamant, cumplió sus deseos pero tan sólo en parte. Dora guardó en secreto la mayoría de sus últimos escritos, incluyendo 20 cuadernos y 35 cartas, hasta que fueron confiscados por la Gestapo, en 1933.
Cortázar
Cortázar quemó una novela que se llamaba Soliloquio, una historia real, basada en su propia experiencia, donde un profesor culto se enamora de una alumna rebelde, pero no es correspondido. También quemó una serie de cuentos que se llamaban La otra orilla, de los que había dado copias a amigos, que la publicaron. Y se arrepintió de que reeditaran el primer libro de sonetos Presencia.
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