Monólogo final de la película "Dublineses", de John Huston, basada en el relato "Los muertos", de James Joyce.
De sobra sabemos que la nieve, en la ciudad, pasa de prodigio inmerecido a material calamitoso, a ennegrecerse, a mancharse de residuos de gasolina quemada, a convertirse en una especie de borra inmunda: es una nieve vieja, que se mezcla con los residuos de las aceras, y que cuando va fundiéndose deja aflorar todas las cosas que cubrió su blancura embustera. (...) Y ni siquiera esa penitencia extrema de la nieve me ha vuelto insensible a la emoción de su advenimiento.
2.Los trece mejores poemas 'helados' que debes leer tras la nevada histórica
De Ángel González a Lorca pasando por Alfonsina Storni o Alberti. Aquí aparecen algunos versos de los mejores poetas hispanohablantes. Ya lo decía el gran poeta Ángel González: "No fue un sueño, lo vi: la nieve ardía". Y es cierto que la nieve ha ardido estos días entre las manos de muchos; entre las de los felices que jugaban a las guerras de bolas o esquiaban en el centro de Madrid, pero también entre las de los que han sufrido sus colapsos, sus heridas a las casas y a los coches, su absoluta locura instaurada.
Con ecos populares, Ángel González en su Canción de amiga, nos recuerda que el corazón se nos puede helar en cualquier día del año:
Nadie recuerda un invierno tan frío como éste.
Las calles de la ciudad son láminas de hielo.
Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.
Las estrellas tan altas son destellos de hielo.
Helado está también mi corazón,
pero no fue en invierno.
Mi amiga,
mi dulce amiga,
aquella que me amaba,
me dice que ha dejado de quererme.
3. Tormentas de nieve en las novelas
Winston Manrique Sabogal,
Cinco grandes libros protagonizados por el invierno y la nieve para disfrutar la ola de frío. Donde
las tormentas de nieve son más inclementes en el corazón del ser humano que en
la naturaleza. Desde Guerra y paz, de Leon Tólstoi, y Los hermanos Karamazov,
de Dostoievski, pasando por capítulos de En busca del tiempo perdido, de Marcel
Proust, hasta Seda, de Alessandro Baricco.
Karina Sainz Borgo, Literatura y nieve: novelas donde siempre hace frío. De Thomas Mann a Robert Walser, pasando por Joseph Roth,
Tolstoi o Victor Hugo... Una selección literaria donde el invierno es al mismo
tiempo un escenario y una metáfora.
4. Menchu Gutiérrez, Decir la nieve
Para escribir sobre la nieve y sus metáforas Menchu Gutiérrez se ayuda de su propia experiencia y de la de otros escritores y poetas para quienes la nieve no es o ha sido un mero escenario literario, sino materia misma de la escritura. Cargada de profundos simbolismos, la fascinación producida por su belleza es universal; sin embargo, la nieve actúa como espejo de quien la contempla y, así, puede mostrarse benéfica y maléfica a un tiempo, constituir un paisaje ideal o una cárcel. Esa gran diversidad de miradas hacen que por estas páginas desfilen autores tan dispares como Dostoievski, Walser, Tsvietaieva, Hemingway, Santoka o Maupassant.
5. Carson McCullers, La balada del café triste
En el tórrido pueblo del Sur de los EEUU donde discurre La
balada del café triste, uno de los relatos clásicos de Carson , cae de
pronto una copiosa nevada: “La mayor parte de la gente”, escribe, “se sentía
humilde y alegre ante aquella maravilla; hablaba en voz baja y decía “gracias”
y “por favor” más de lo necesario”.
Aquel invierno ocurrió algo insólito, y por eso todos lo recuerdan y hablan todavía de él; fue una cosa extraordinaria. Cuando los vecinos se levantaron el 2 de enero encontraron que el mundo entero se había transformado a su alrededor. Los niñitos inocentes miraron por las ventanas y se asustaron tanto que se echaron a llorar. Los viejos empezaron a revolver en sus recuerdos y no pudieron encontrar nada que en estas tierras se hubiera parecido a aquel fenómeno. Y es que había nevado por la noche. Durante las oscuras horas después de medianoche habían empezado a caer los leves copos suavemente sobre el pueblo. Al amanecer, todo el campo estaba cubierto de aquella nieve extraña que encuadraba las vidrieras rojas de la iglesia y blanqueaba los tejados. El pueblo tenía un aspecto como sumergido y aterido. Las casitas de los obreros resultaban sucias, ruinosas, como si estuvieran a punto de derrumbarse; y todo parecía más oscuro y miserable. Pero la nieve, en cambio, tenía una belleza que pocas personas del pueblo habían visto antes. La nieve no era blanca, como decían los del Norte; era de suaves tonos azules y plateados, y el cielo era de un gris claro y luminoso. Y aquella calma soñolienta de la nieve al caer…, ¿cuándo había estado el pueblo tan silencioso?