Estábamos esperando turno en una barra angosta de un restaurante donde continuamente, sorteando una peligrosa escalera, pasaban las camareras equilibristas llevando los platos de
exquisito olor al comedor. A mi lado
había dos jóvenes fornidos, sentados en sendos taburetes de estilo industrial, que iban antes
que nosotros. Finalmente, los llamaron y fue tal la alegría del que estaba
sentado a mi espalda que salió en estampida, de modo que el taburete, desequilibrado porque tenía el respaldo ribeteado por una barra de hierro, se venció hacia atrás. No cayó al suelo, porque yo,
que estaba de espaldas ajena al movimiento, lo paré con mis
tobillos. En ese momento, pensé que algún loco me había golpeado con un objeto contundente o que había ocurrido un terremoto y que la tierra me iba a tragar. Solo pude articular una frase peliculera mientras las lágrimas descendían por mis mejillas: "no siento las piernas". El bruto se acercó a mí diciendo que no había sido a propósito. Me levanté los pantalones y aparecieron unas heridas ensangrentadas. Afortunadamente no me caí como me suele pasar, pero el tremendo dolor y el calor pegajoso me amargaron ese día y los siguientes. A la semana, mis tobillos estaban tan negros como los de un sin techo que lleva meses sin ver el agua. Un mes después, los huesos y los músculos se resisten a curarse, el dolor implacable persiste cuando camino. El médico ha diagnosticado una tendinitis de Aquiles en los dos tobillos. Otro ejemplo de la mala pata y la mala racha. Deberían meter en la cárcel al que diseñó el artilugio asesino junto al joven imprudente.
P.D.: La foto que acompaña estas líneas no es la del taburete que causó el daño, es el más parecido que he encontrado en internet.
No hay comentarios:
Publicar un comentario