"Frente a la antigua maldición, investigaciones recientes afirman que hablar varias lenguas entrena el músculo de nuestra mente: nos protege del deterioro cognitivo y expande el horizonte de nuestro pensamiento. Tal vez la mayor “barbaridad” sea marginar o despreciar algunas de ellas. Anhelar el viejo mito del idioma único nos empequeñece. Somos criaturas de la diáspora que, en la algarabía de Babel, abandonamos las cuevas de las diminutas tribus para compartir ideas, explorar lejanías y convertirnos en una especie mestiza: de trogloditas a políglotas".
Pensar que las lenguas son más importantes por el número de hablantes es como valorar a las personas por el dinero que tienen. No vean en la variedad de lenguas, dialectos y hablas una maldición bíblica sino como una de las mayores riquezas creadas por el ser humano. Si intentamos salvar de la extinción al lince ibérico o a la posidonia, ¿cómo no vamos a hacer lo mismo con las últimas palabras que se pronuncian en un idioma?
Javier Figueiredo
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