Nunca aprendí a hacer ganchillo porque no entendía por qué las mujeres no podían estar mano sobre mano, pensando, leyendo, rebelándose. Entre el continuo hacer de mi madre sin vacaciones y el ocio de mi padre, preferí, como hacía él, leer en mis tiempos libres. Ahora que estoy jubilada y tengo tiempo para todo, me he apuntado a clases de ganchillo en la Cruz Roja, donde un grupo de mujeres nos reunimos una vez a la semana. Solo había tejido con agujas de punto cuando mi sobrino era pequeño, le hice mil jerséis hasta que me cansé yo o se cansó su madre porque en la guardería era el único niño que llevaba jerséis hechos a mano. Al principio no sabía cómo coger el gancho, que en mis manos inexpertas parecía un estoque entrando a matar, y los puntos me salían desiguales, pero con práctica, paciencia y los tutoriales de Youtube he conseguido hacer mi primera obra: una manta retro hecha de cuadrados granny. Una manta, o sea yo en el sentido de poco hábil o inútil, creando una manta. La experiencia la he vivido con un frenesí inquietante, durante quince días no podía dejar de tricotar, todo el tiempo que le dedicaba me parecía poco. Ha sido una aventura mágica crear algo de la nada, improvisar, mezclar los colores... No domino la técnica, me he equivocado mil veces, pero lo he hecho. La pequeña manta es muy fotogénica, solo de cerca se observan los errores. A partir de ahora me lo tomaré con más calma, proyectaré un trabajo a largo plazo y solo tejeré a ratos perdidos (eso espero).
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