jueves, 7 de mayo de 2015

Juan Ramón Jiménez, un escritor al borde de la locura

La distinción entre la cordura y la locura es más estrecha que el filo de una navaja 
Philip K. Dick

En internet encontramos una lista de escritores al borde la locura, entre los que figuran Virginia Woolf, Paulo Coelho, Marqués de Sade, William Blake, Artaud,  Hölderlin, Leopoldo María Panero, Maupassant, Martín Adán, Gérard de Nerval. Podríamos añadir a Bukowski y William Burroughs y muchos más.  De alguno de ellos he hablado en El club de los escritores suicidas y Escritores alcohólicos y adictos.

Entre los escritores españoles, la figura que más me ha impactado ha sido la de Juan Ramón: "He sido niño, mujer y hombre; amo el orden en lo exterior y la inquietud en el espíritu; creo que hay dos cosas corrosivas: la sensualidad y la impaciencia; no fumo, no bebo vino, odio el café y los toros, la relijión y el militarismo, el acordeón y la pena de muerte; sé que he venido para hacer versos; no gusto de números; admiro a los filósofos, a los pintores, a los músicos, a los poetas; y, en fin, tengo mi frente en su idea y mi corazón en su sentimiento”. Estas palabras suponen el retrato de un antiespañol que tenía todos los números para que le ridiculizasen y se burlasen de él. Fuera de la melancolía que rezuman sus versos, nadie diría, si no lee su biografía,  que estuvo inclinado al suicidio, que sufría crisis nerviosas, tal vez fruto de su polaridad, que le hundían en la depresión. El neurasténico JRJ pasó largas temporadas en clínicas y balnearios, tenía la necesidad obsesiva de silencio y una tendencia al aislamiento que le hacía hosco y esquivo. 

"Mi peor necesidad es la del aislamiento absoluto de todo lo vivo, para mi trabajo, no para mi creación, que esa no es trabajo para mí (ya dije en un aforismo mío que sólo la creación vence el ruido de la Creación), sino para mi ordenación del caos porque necesito oír el Cosmos, cuyo ruido difuso y completo, como el de la vida, no me molesta. Nada que viva, una persona, un gato, una hormiga puedo tolerarlo mientras ordeno y vijilo mi instinto. Esta absoluta necesidad, sí o no absoluta, es lo que me ha hecho molestar más a mi familia, que siempre la tuve alarmada. Yo siempre he comprendido que los demás tuvieran las mismas necesidades de espacio y tiempo que yo, pero el hecho era inevitable. He mendigado el silencio, lo he impuesto, todo lo he concedido a mi destinada vocación, ya que creo que el mayor crimen del mundo es deformar una vocación".

"Yo nunca busco el defecto, lo encuentro en mí, en todos y en todo, pero me gusta el defecto, cuando es falta y no es sobra, no es ripio. Yo siempre veo la parte débil, fea o ridícula en mí y en los otros, como la parte bella. En conjunto me gusta mucho la sociedad de dos, de tres y, sobre todo, de uno. Más, no. Como los hombres son más parecidos a mí, prefiero las mujeres, los niños y todo el resto de la creación. Entre los que me gustan, soy alegre, triste entre los que no me gustan y triste cuando estoy solo. Lo que prefiero en la vida es la simpatía."

¿Qué hubiese sido de este escritor si no hubiese conocido a Zenobia? Él, como otros hombres, tuvo la suerte de encontrar a la compañera ideal de vida, una mujer inteligentísima, culta, vital, que se encargó de cuidarlo y de guiarlo, con un sentido práctico del que él carecía, por el tortuoso camino de la vida. Para ello tuvo que sacrificar su vocación literaria. Por lo menos, una vez muerta, JRJ lo supo reconocer:

“A Zenobia de mi alma, este último recuerdo de su Juan Ramón que la adoró como a la mujer más completa del mundo y no pudo hacerla feliz . Sin fuerza ya”


Sr.D.J.R.J.
‘‘Mi más querido amigo:
Está usted ya aburrido de que sus «compañeros» digan o escriban tonterías sobre usted y su vida, ¿verdad? Esa vida de usted que, según ellos, no es vida porque usted no va a la C. del H, ni a R, ni a las casas de prostitución.
Tiene usted razón. Le voy a contar a usted mi vida para que vea que se parece mucho a la de usted. Un día: Me levanto a las nueve. Hijiene. Desayuno. A mi terraza a saludar el día. A sonreír a mis flores, a regar, a ver las campanillas de anoche. Viene S.C.G. Conversación: Irlanda. Poetas irlandeses. Patagonia. Remonta: caballos. Dos horas de trabajo en mi cuaderno 6. Almuerzo con mi mujer y una amiga. Una hora de desechar papeles, libros, etcétera. Viene J.B. Me lee sus «Filólogos». Voy al Hotel Savoy, a visitar a las damas chilenas D.a A.L.N. y D.a L.L. de R. Conversación: Chile, Argentina, Poética, Literatura, vida social. Un largo paseo por la parte del Botánico, Museo, en una puesta de sol. Dos horas de trabajo de creación. Cena. Terraza. Disfrute del cielo estrellado, de la brisa. Dicto a máquina lo que he escrito antes. Una hora de lectura. Me acuesto a la una.
Otro día: Escribo dos cartas. Paseo por las afueras: Guindalera. Almuerzo con mi mujer en casa de M. con ellos y sus hijos. Desecho papeles. Voy a casa de B.P. a ver sus cuadros. A la imprenta, a gozar de la maquinaria. Paseo por Rosales, entre el pueblo. La librería. Dos horas de trabajo. Ceno en mi terraza con mi pensamiento. Me acuesto a la una y media.
Todo esto sobre la normalidad del amor pleno y junto a mi mujer fina, espiritual, graciosa, contenta, en una casa modesta y suficiente que me retiene, con sus butacas, sus librerías, sus mesas, sus grandes ventanas, sus biombos, sus flores.
Así soy feliz y así seguiría siéndolo por siglos aunque a ciertos poetones y poetitas les parezca poco o demasiado o... o... ¡Oh!
No voy a... a... a... porque no me gusta ir. Razones... de hijiene. Tengo que darle la mano a... ¿Qué hago yo con mis manos toda la tarde?
Me aburren mis compañeros. Prefiero jente estraña que me habla de otras cosas. Detesto la calle de Carretas, de La Montera, de Silva, de Jacometrezo. Además: detesto la cerveza, no me gusta el café, me fastidia el tabaco, no leo diarios, no sé de toros, de militares, de plumas estilográficas, de radiografías...’’
J. R. J.
[Carta de Juan Ramón a sí mismo,tomada de Poesía, revista ilustrada de información poética, nº 13-14, Invierno 1981-82. Ministerio de Cultura]

6 comentarios:

Unknown dijo...

Estos genios/locos nos hacen disfrutar con sus obras y, a veces, con sus biografías.Pero lo cierto es que la mayoría de ellos tuvieron unas vidas muy desgraciadas. Un precio muy alto a pagar.Personalmente opino que no vale la pena, que es preferible evitarlo, si es posible.No conviene entrar en "profundidades" porque puedes caer en el abismo. Pero cada uno con su vida...Luis Manteiga Pousa

Mª Ángeles Cuéllar dijo...

Muchas gracias por tu comenentario,

Luis Manteiga Pousa dijo...

Me parece que ser un genio puede dar miedo.

Luis Manteiga Pousa dijo...

Ser un genio te hace ver más allá de lo que se ve a simple vista, o sentirlo, hace que tu cabeza de vueltas incluso aunque no quieras, planteandote cuestiones que la mayoría de la gente no se plantea, que le des vueltas y vueltas a los temas rompiendo los estereotipos. Desde luego, te quita tranquilidad y te hace vivir en la incertidumbre y en la búsqueda contínua. Y eso puede dar miedo. Ya se dice que la genialidad y la locura pueden estar muy cercanas, mezcladas, y ese puede ser uno de los posibles miedos, el de enloquecer. Profundizar demasiado puede llevarte al abismo mental incluso, muy a menudo, sin llegar a ninguna parte satisfactoria. Por otra parte, la genialidad puede ser apasionante, entrar en territorios desconocidos y conseguir grandes logros. Puede tener esa ambivalencia, como de algún modo las drogas.

Mª Ángeles Cuéllar dijo...

Gracias por tu interesante comentario.

Luis Manteiga Pousa dijo...

Gracias a ti también por el blog.

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