De todas los escritores de novelas negras que nos llegan de los países nórdicos: Stieg Larsson, Camilla Lackberg, Asa Larsson, destaco a Arnaldur Indridason. Me gusta tanto el detective islandés Erlendur como el detective sueco Wallander, al que ya he dedicado una entrada en el blog. Ambos son cincuentones, solitarios, misántropos, antihéroes, con problemas psicológicos y
físicos, con hijos, obsesionados con el pasado e inmersos en un mundo sin
valores. Me identifico con esa mentalidad nórdica donde no caben las salidas
mediterráneas: familia, comida, fiestas, sol y playa. Me gustan por el tono
blanco de su piel que no les aisla de su entorno y porque no sienten la necesidad de ser felices en un mundo que no lo es. No contemporizan. Me gustan tanto como los días nublados.
El argumento de “La voz” es convencional: en Navidad el conserje de un hotel de Reikiavik aparece acuchillado en el sótano, con los pantalones bajados y un condón puesto. Erlendur y su equipo descubren que había sido un niño prodigio del canto, pero que un incidente truncó su carrera y que los dos discos que grabó son preciadas piezas de coleccionismo.
Tal vez estas novelas tengan demasiados lugares comunes, pero me hacen olvidar de los problemas cotidianos, poblados de adolescentes maltratados-maltratadores y ancianos dementes.
El argumento de “La voz” es convencional: en Navidad el conserje de un hotel de Reikiavik aparece acuchillado en el sótano, con los pantalones bajados y un condón puesto. Erlendur y su equipo descubren que había sido un niño prodigio del canto, pero que un incidente truncó su carrera y que los dos discos que grabó son preciadas piezas de coleccionismo.
Tal vez estas novelas tengan demasiados lugares comunes, pero me hacen olvidar de los problemas cotidianos, poblados de adolescentes maltratados-maltratadores y ancianos dementes.
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