sábado, 12 de abril de 2014

Crónica de una muerte anunciada: el IES Luis Buñuel de Alcorcón

Me he quedado de piedra al leer la noticia, aunque se veía venir gracias a la desacertada política de educación de la Comunidad de Madrid, que ha estado convirtiendo algunos institutos en centros de especial dificultad con gran número de inmigrantes. Al bajar la demanda de estos, el centro sobra. Es una mala noticia para todos. El Buñuel cuenta con unas instalaciones excelentes, campos de deporte, biblioteca informatizada, departamentos bien equipados. Acababa de cumplir 25 años.¡Qué desperdicio!
He recordado los cinco años que pasé en sus aulas y a las excelentes personas que conocí, que incluyen a toda la comunidad escolar: equipo directivo, profesores, alumnos, padres, conserjes y señoras de la limpieza. ¿Qué será de ellos? Los profesores mal que bien encontrarán su acomodo, pero los alumnos serán los grandes perdedores. Esta carta, escrita por el padre de un alumno,  apareció en el periódico 20Minutos y refleja cómo se ha trabajado allí:
J. T. F.. 26.06.2006
Los niños, los enfermos, los ancianos y hasta las plantas mejoran su rendimiento al hablarles con cariño. A esa profesora del IES Luis Buñuel de Alcorcón que con sus cartas de ánimo (que a los padres nos emocionan y a él le hacen llorar desconsoladamente) lo ayuda a salir del desánimo.  A esos profesores que ponen a su trabajo algo más de lo que están obligados. Nuestro más sincero agradecimiento. Ojalá cuando vosotros lo necesitéis tengáis a vuestro lado a personas con vuestros mismos sentimientos.

martes, 18 de marzo de 2014

Un coro de ángeles en el funeral

 No me gustan los funerales. Siempre me he escaqueado de todos los que me han tocado, pero no podía faltar al de mi madre como no podré perderme el mío. Sentada en la primera fila, no tenía referentes para saber cuándo me tenía que sentar o levantar. Acabé con dolor de cuello de tanto mirar de reojo a los feligreses.  Encima, el texto de la representación litúrgica lo han cambiado con pequeñas variantes que me impedían seguir el hilo. Seguí oyendo, como cuando era pequeña: ni paz os dejo, ni paz os doy; y me alegré una vez más cuando nos dijeron: podéis ir en paz. Luché todo el rato con las ganas de llorar a raudales porque llevo muchos días reprimiéndolas. A nuestro lado estaba con 90 años Ángel Arana, amigo y compañero de mi padre de la Marañosa, el único que queda vivo. A la salida se produjo un momento mágico, que mi madre seguro que habrá visto desde algún lugar. Gracias al blog, en la iglesia de Las Maravillas, sin avisar, apareció un coro de ángeles inesperados: los hijos de Carmen y su marido, Ángel, que vinieron desde San Martín de la Vega. Carmen entró a trabajar en mi casa de La Marañosa cuando apenas era una chiquilla para cuidar de mi hermana y de mí. Mi madre le enseñó a coser, a escribir, a cocinar. Se casó pronto con un obrero de la fábrica, tuvo cuatro hijos, pero nunca nos dejó del todo. Hemos seguido teniendo noticias de ellos y manteniendo el cariño y la amistad. Nos han ayudado mucho porque sus hijas trabajan en el hospital Gómez Ulla.
Carmen, mujer lista y madre coraje, está malita y no pudo venir, Su hija Pilar me leyó el emotivo texto que ha escrito su hermano Ángel para darle las gracias porque le hizo fuerte para poder afrontar su enfermedad considerada como rara. En ese momento se me cayeron las lágrimas reprimidas. Ángel ha conseguido que una empresa ayude a los niños con sus mismos problemas para que no pasen la infancia tan dura como la que pasó él. 

lunes, 17 de marzo de 2014

El juerguímetro


La invención del juerguímetro se debe a dos grandes villenenses y cuñados entre sí:  Ernesto Rodes Martí y Trinidad Cuéllar Caturla. Ambos compartieron amistad y numerosos viajes en verano en bicicleta a la finca de Los Menores para visitar a sus entonces novias. Una vez casados, descubrieron que sus mujeres presentaban altibajos exasperantes en su estado de ánimo, a veces difíciles de detectar. La única manera de luchar contra ellos era el sentido del humor, que los cuñados poseían a raudales. Así que cuando había que hacer planes, siempre se hacia la misma pregunta: ¿Cómo va el juerguímetro? Cuando les respondían "a cero", ya sabían que ese día no era el propicio.
El juerguímetro es un dispositivo invisible capaz de detectar el estado de ánimo de una persona, solo con observar su semblante, se basa en las palabras, como un libro. No pesa, no hay que encenderlo o apagarlo, no tiene botón, no cuesta dinero y jamás registra erróneamente un sentimiento.
En cierta manera se puede decir que el invento les unió. Las dos familias permanecieron siempre juntas.

En la imagen, a la izquierda, Trinidad y a la derecha, Ernesto

domingo, 16 de marzo de 2014

El pedómetro, invento de la Generación del 27

Los jóvenes de la Residencia de Estudiantes eran, como los de ahora, unos gamberros que en vez de estudiar dedicaban su tiempo a divertirse. En una de estas juergas líricas, surgió un invento que mantenían en secreto y que lo llamaron el “pedómetro”, que era una caja cuadrada de madera con un agujero dentro de ella, donde se alzaba una vela con un cordoncillo de hilo detrás de la llama. Se trataba que los participantes “expelieran” por el orificio pedos que consiguieran doblar la llama y hacer arder el hilo. Rafael Alberti lo recuerda en sus memorias (La arboleda perdida) que se necesitaba “un pedo de gran fuerza para lograr que la llama se doblase y llegara a prender el hilo” y sospechaba si alguno de los serios profesores de la residencia tuvo “el humor de practicarlo”.
En la página 15 encontraréis una reconstrucción del invento:
Ahora atrévete a crear, como ellos, un artilugio original e innecesario. 

domingo, 9 de marzo de 2014

Ayer murió mamá

Ayer murió mamá. Hoy la velaremos en el tanatorio. Justo veinte años después de la muerte de mi padre. Cerca de la primavera languidecen algunas vidas. Ya no queda nadie de esa generación en la familia. Ahora estamos todos en primera línea. 
Casualmente he encontrado esta divertida foto que se hicieron en Granada durante su viaje de novios (Agosto, 1947),  en el estudio de Emilio Ruiz. A Granada volverían después, en los años 70, allí pasaron los mejores años de su vida (y también el peor). Me gusta recordarlos así, jóvenes, guapos y felices, aunque el decorado, una mezcla de las carrozas del bando moro de Villena y de una película de CIFESA, sea de cartón piedra.


La segunda foto es del panteón de los Caturla en Villena,  donde ahora yacen juntos (26/12/14), curiosamente sigue teniendo ese aire morisco de la foto anterior.  En una caja de la casa aparecieron las tiernas y apasionadas cartas de amor que mi padre le enviaba a mi madre cuando estaban recién casados y él se ausentaba por motivos laborales. 



viernes, 28 de febrero de 2014

La crioterapia: hielo abrasador y fuego helado

La crioterapia utiliza el frío extremo (nitrógeno líquido: -196ºC) para el tratamiento de lesiones cutáneas superficiales (queratosis actínicas, léntigos actínicos, verrugas, etc.). Quien lo probó en su piel, sabe perfectamente que Quevedo no se refería al amor en estos famosos versos, sino a esta técnica:

Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente.

Como se puede observar en esta imagen, el aerosol con el que se aplica es una moderna reinvención del arco de Cupido.

miércoles, 26 de febrero de 2014

El francotirador paciente, Arturo Pérez Reverte

El francotirador paciente es más que un buen título, es buena literatura a ratos con un ritmo vertiginoso y apuntes de novela negra que seducen al lector, y supongo que, sobre todo, lo hará al adolescente. Para Reverte los grafiteros son los últimos héroes sometidos a estrictos códigos, escritores de la rapidez (“pinto, luego existo”). Sus peleas callejeras con la policía tienen un tono épico. No se dejan seducir por el mundo del arte, prefieren la marginalidad. A pesar de sus aciertos, a mí no me ha gustado el mundo que retrata el autor ni tampoco su personaje principal, una mujer con sensibilidad de pija y modales de camionero.
Me ha hecho recordar un estupendo relato de Cortázar, una historia de amor que transcurre en la dictadura argentina:  Graffiti

Los polvorones de Marco Soriano

 Qué hambre pasaban esos dos estudiantes que compartían habitación en la pensión de Madrid, donde estudiaban primer curso de Peritaje Mercantil. Todo era muy caro y el dinero que les mandaban del pueblo no les llegaba para casi nada. En septiembre, la madre de uno de ellos le llevó una caja de polvorones para que no echara de menos las fiestas de moros y cristianos. La compartió inmediatamente con su amigo. Desenvolvieron la golosina como si se tratase de la joya más preciada, evitando que se rompiera, apoyándola en el papel de celofán, y se la comieron poco a poco. La boca se les llenó de una explosión deliciosa de azúcar,  almendras y canela, y les recordó el olor del horno donde los hacían y el tufo a pólvora de los arcabuces. Casi se les caen las lágrimas de satisfacción.  Antonio vio como su amigo guardaba la caja en su armario y se olvidó del asunto, hasta que al día siguiente volvió a sentir la llamada del hambre y pensó que como había muchos, su amigo no se daría cuenta. Así estuvo quince días disfrutando en solitario de ese placer redondo.  Cuando su paisano se acordó de los polvorones, solo quedaba uno, el de la vergüenza, junto al cromo de una figura del toreo. Antonio se los había comido todos, pensaba que su amigo seguía su mismo ritmo diario.







Maltratada por el dentista

Oír la palabra dentista y ponerme en tensión es instantáneo. Yo no le tengo miedo, sino pánico. El miedo imaginario se mezcla con el real. Tengo odontofobia. Malas experiencias de la infancia, dos muelas de leche que me provocaron una hemorragia exagerada y la colocación al tresbolillo de mi dentadura definitiva en una mandíbula muy pequeña han hecho que acumule bastantes experiencias negativas que no tengo ganas de recordar. Me hice de una mutua de funcionarios para obligarme a ir por lo menos una vez al año y no lo he conseguido nunca, lo voy aplazando hasta que se produce el desastre que acarrea más dolor. Cuando pienso en el dentista, me acuerdo de la película Marathon man donde Laurence Olivier torturaba a un indefenso Dustin Hoffman tocándole el nervio dental. Cuando voy, cierro los ojos para no ver los artilugios  dignos de la Inquisición y me clavo las uñas en las palmas de las manos, deseando con toda mi alma que el aparato succionador me absorba también a mí. He llegado a agarrarle el brazo y a morderle en alguna ocasión.
Como estaba mejor de mi esguince y se me había caído un puente (cuando cumples años todo se cae) que
arrastró a la muela que hacía de pilar, aproveché la baja para que me pusiera dos implantes molares. Pero no había hueso suficiente y procedió a elevarme “el seno maxilar con un injerto subantral” (en román paladino: dos incisiones cruentas en el hueso como las que hace una taladradora destrozando la acera). Él me dijo que la intervención sería como una pequeña bofetada, pero que me recuperaría enseguida. Mentiroso, ha sido una buena paliza, me ha dejado la cara hecha un Cristo , el ojo morado y casi cerrado, la mejilla aumentada dos veces de tamaño, la boca torcida y un dolor atroz  Estuve cuarenta y cinco minutos en un moderno potro que no tiene nada de anatómico en una posición imposible para mi cuerpo y mi boca. Para colmo me costó mil euros, justo lo que he cobrado este mes. El dinero no lo tengo en el banco, ahora está en mis dientes como si fuera una gitana rumana. He pagado para ser maltratada y he tenido que salir a la calle con gafas de sol y un pañuelo cubriéndome la mitad de la cara en un intento absurdo de pasar desapercibida. Por lo menos, al mismo tiempo y por el mismo precio,  me podía haber hecho también la cirugía estética, el mal trago habría sido el mismo y el resultado mucho mejor, se lo hubiese agradecido. Lo peor que tengo que volver dentro de seis meses a hacerme los implantes y el resto de mi dentadura empieza también a fallar. Eso sí, no pienso poner la otra mejilla. 

domingo, 9 de febrero de 2014

¿Qué es lo que tiene el negro literario?

Los fantasmas existen, yo conozco uno que jamás verá su nombre en la solapa de un  libro y que solo se conformará con un agradecimiento en el prólogo. Este fantasma blanco trabaja de negro para un blanco con el alma muy negra que actúa como un negrero,  que le presiona para trabajar y no le paga ni un duro. Este negro de alma blanca traduce y arregla voluntariamente los textos de su amo, porque es generoso y sabio y huye de las glorias mundanas.  Es invisible y más libre, porque el negrero vive esclavo de su trabajo, acomplejado del buen hacer de su fantasma, al que tendrá que estarle eternamente agradecido con el miedo de que en cualquier momento le pueda atacar. 
La expresión negro literario es de origen francés, surgió cuando se pusieron de moda los folletines en el siglo XIX y hace referencia al que hace trabajos anónimamente en provecho de otro que es el que firma la obra. El mayor negrero fue Alejandro Dumas padre, que tuvo toda una factoría de escritores a su cargo, entre ellos, Gérard de Nerval. Algo debía de aportar Dumas, que intervenía dando ideas y retocando escenas, porque ninguno de sus negros tuvo tanto éxito bajo su nombre real como cuando trabajaba para él. Se dice que llegó a tener más de 76. Existen varias anécdotas al respecto. Se cuenta que en una ocasión le preguntó al hijo: «¿Has leído mi nueva novela?». A lo que el hijo contestó: «No, ¿y tú?»
¿Qué es lo que le lleva a un escritor a actuar de negro? La satisfacción de saber que alguien más ha leído su obra, la necesidad económica, devolver un favor, la timidez, el propio mercado editorial que admite que se vendan libros escritos por personas que no los firman como los de Belén Esteban, Naty Abascal, David Bisbal, Julián Muñoz, Carmen Bazán o El Cordobés. En Internet podemos encontrar innumerables empresas dedicadas a la escritura fantasma que ofrecen sus servicios por una módica cantidad. Un trabajo tan digno como otro y no muy sencillo. Su labor abarca todo tipo de textos: memorias, biografías, ensayos, monografías, guiones, tesis, materiales académicos de distintas disciplinas, textos empresariales o de organizaciones sociales, políticas, sindicales, discursos, etc. Se dan casos en que el fantasma necesita a su vez otro fantasma porque está saturado de trabajo.  Para algunos es una forma lícita de trabajar y para otros una estafa. Para los lectores no supone un engaño porque saben muy bien que no los han escrito ellos. Algunos escritores trabajaron de negro en sus comienzos como ha desvelado Vargas Llosa en el estreno de "Hathie y el hipopótamo" que trabajó para una adinerada que vivía en París y que tenía "ideas pero no palabras."
A veces los negros, mal pagados y estafados, recurren a una pequeña venganza, plagian otras obras para salir del atolladero. La negritud tal vez sea más encomiable que el plagio; pero, a veces, van de la misma mano. 


sábado, 8 de febrero de 2014

Esguince mental

Lo complicado que es el cuerpo humano, casi tanto como la mente. Basta con que alguno de sus tornillos o cuerdas vaya mal para que se resienta todo el engranaje. El esguince se complicó y trajo de la mano una tendinitis del tendón de Aquiles. Cuando ando, me duele también la rodilla y la cadera. No puedo bajar las escaleras y tengo instalado un dolor insistente en mis ternillas. Me tuvieron que hacer una resonancia magnética para ver el alcance de mi lesión un domingo por la tarde (ahora los centros privados se parecen  a un todo a cien de los chinos, abiertos todos los días del año). Cuando llegué, me quedé perpleja: había un pulmón de acero como los de mis pesadillas de la infancia, después de haber visto una película donde la protagonista se contagiaba de esa temible enfermedad llamada poliomielitis. Menos mal que mi esguince era de tobillo y el aparato se detuvo a la altura de mi cintura, dejándome respirar al ritmo de mi corazón palpitante. El auxiliar, muy amable, me dio unos auriculares para mis oídos, pero cuando me los puse no funcionaban.
-Por favor, los auriculares no van, no se oye música.
-Señora, es que solo sirven para tapar los oídos.
Ya estaba la Maritú metepatas, la que lucha continuamente entre la realidad y el deseo, atrapada entre unos auriculares que no servían para oír música, sino para amortiguar los sonidos espeluznantes de la máquina infernal. El auxiliar me pareció menos amable.
Ahora voy a rehabilitación: magnetoterapia y ultrasonidos en un self-service de la Gran Vía, donde yo misma me utilizo los aparatos, sin que a nadie le importe cómo va mi tobillo. A la vuelta estoy tan cansada como si hubiese corrido la maratón de Nueva York. Poco a poco voy notando pequeños avances, pero todavía hay movimientos que no puedo hacer y me ha quedado un miedo atroz a que se vuelva a repetir. Voy a paso de tortuga sorteando baldosas mal puestas, empedrados decimonónicos, bordillos exagerados, alcorques de árboles inexistentes y otras trampas del castigado asfalto de Madrid, con miedo de convertirme en uno de los venerables ancianos que comparten  mis aparatos. Esta pasividad me tiene loca, si mi cuerpo está así, ¿cómo estará el disco duro de mi cerebro?.

Mi espíritu maternal

Soy madre sustituta de mis sobrinos segundos (hijos de una prima hermana, más hermana que prima) y abuela de unos nietos ajenos. Con todos ellos me unen lazos invisibles más estrechos que los de la sangre. Con los primeros convivo, a los segundos los sigo en la distancia. Un bebé de ocho meses, depositado en mis brazos en un día soleado del mes de marzo, me robó el corazón hace unos diez años. La pequeña, de tez amelocotonada, nariz diminuta y pelo pajizo, iba vestida de rojo y me miró con sus ojos achinados mientras esbozaba una sonrisa contagiosa. Desde entonces sigo todos sus pasos como una fan a su ídolo musical. Sus suspensos en matemáticas me duelen como si fueran míos y sus lecturas me alimentan como si las hubiese hecho yo. Poco tiempo después nació un niño, otro pequeño Dalai Lama, que ahora hace sus primeros pinitos musicales. Ver sus fotos me llena de ternura y colma mi poco espíritu maternal. Sólo disfruto de sus ventajas y no sufro ninguno de los inconvenientes.
Esa sensación la he tenido con muchos de mis alumnos, sobre todo con los que conocí de pequeños en 1º de la ESO, sinceros, amables, cariñosos, con ganas de aprender y que abandonaron el instituto seis años después hechos (con buenas notas y un buen bagaje cultural) y derechos (comprometidos y solidarios). A algunos no los volveré a ver, incluso he olvidado sus nombres y hasta sus caras, pero me han dado ánimos durante todos estos años y les estoy muy agradecida. Lo curioso es que a los bordes, macarras  y desastres, también los recuerdo con cariño.

jueves, 6 de febrero de 2014

Confieso que he plagiado

Vaya por delante mi admiración a todos los escritores que se enfrentan a una página en blanco a solas con su imaginación; pero el escritor es un impostor, cualquier escrito no es original, es un reflejo de sus referentes culturales, de sus lecturas, y se basa en nuevas formas de abordar contenidos ya conocidos.  Pío Baroja ya lo dijo: "Todo lo que no es autobiográfico, es plagio". Llamémosle retroalimentación, recreación, homenaje, remake, refrito, si somos benevolentes; o  robo, engaño, rapiña literaria, estafa, latrocinio, si somos más severos. Todos podemos plagiar, lo verdaderamente difícil es ser plagiado. Pero sorprende saber que grandes escritores a los que admiramos lo hayan hecho. Las nuevas tecnologías sirven para que muchos aprendices de genios se parezcan a las antiguas costureras que arreglaban trajes en épocas de crisis: se zurce, se teje, se corta, se añade. El que copia generalmente no ve el error, pero si él fuese el copiado montaría en cólera. El plagio es un acto entre la admiración y la codicia. 
Como en los pecados, hay plagios veniales y mortales, los veniales son leves y despiertan conmiseración, se dan en escritores faltos de imaginación que acuciados por la entrega inmediata de un ejemplar buscan en otros ideas. Los mortales se hacen por ausencia de talento o carencia de principios y condenan al escritor. Yo misma plagié en una revista de alumnos de la facultad un episodio de la novela de mi padre porque estaba vacía de ideas y quería sorprender al chico que me gustaba, total la novela no se publicó nunca y los plagios en familia, como los robos, no son delito. Me temo que mi blog es una muestra de pequeños pecados veniales, me apropio de ideas de otros escritores desconocidos que a saber de dónde las han sacado.  Mis alumnos están continuamente copiando los trabajos de internet sin citar las fuentes porque piensan que, como la profesora es muy despistada, no se va a enterar. Las nuevas tecnologías auxilian al ladrón, pero sirven también para delatarle. Creo que en este país somos muy indulgentes con los amigos de lo ajeno tanto en política como en literatura, recordemos que en Alemania ha dimitido algún ministro por copiar su tesis doctoral. 
Prácticamente hasta el s. XIX no se puede hablar de plagio, sino de tradición e innovación, los grandes escritores se formaban copiando y parafraseando a los clásicos o a la literatura popular. Los plagios más famosos de la literatura reciente tienen estos nombres: Alfredo Bryce Echenique, Camilo José Cela, Carlos Fuentes, José Saramago, Manuel Vázquez Montalbán, Ana Rosa Quintana, http://www.estandarte.com/noticias/varios/los-plagios-literarios-mas-famosos_1076.html

El plagio en el teatro clásico español: los memoriones
 Lope de Vega y Calderón de la Barca vivían de vender sus comedias a compañías teatrales que las adquirían en manuscrito: quien poseía el manuscrito era dueño de la obra. Pero el mundo del teatro era brutalmente competitivo. Las compañías rivales contrataban a ciertos personajes oscuros, portentosos, a quienes llamaban «memoriones», cuyo talento consistía en acudir a los corrales de comedias, ver una misma obra muchas veces, ir aprendiéndola de memoria, verter los fragmentos al papel, hasta que, juntando las fracciones, formaban un nuevo manuscrito. Con esa copia en mano, la nueva compañía se volvía dueña de facto de la obra y de inmediato la montaba en otra ciudad. El plagio no era tan simple como hacer clic en una cámara, encender un escáner o bajarse un MP3: la copia demandaba una laboriosidad casi tan barroca como la escritura original.


'El plagio como una de las bellas artes' (Ediciones B) 
En este ensayo, Manuel Francisco Reina repasa la historia de la literatura en busca de los casos más sonados de apropiación indebida de textos, delito del que ni siquiera se libran maestros de las letras como Dante, Cervantes, William Shakespeare, José Zorrilla o Federico García Lorca. El autor recurre también a casos actuales, como el de Ana Rosa Quintana o el de Lucía Etxebarria en un intento de, sin sangre, dilucidar qué es plagio y qué homenaje, qué es una referencia inconsciente y qué un una copia indefendible.

Roberto Bolaño, La pista de hielo


A través de tres narradores van trazándose los pormenores de un crimen en una casa abandonada de un pueblo de la Costa Brava (Blanes) donde se ha construido ilegalmente una pista de hielo para que una bella y caprichosa patinadora entrene. Con grandes dotes de observación y un humor certero, Bolaño nos atrapa con su lectura. Además hay una magnifica ficha de lectura sobre la novela para trabajarla con los alumnos:
https://docs.google.com/file/d/0ByfWgh9iW9TlZ1hfRC14eFdXRFk/edit

sábado, 1 de febrero de 2014

Una novela de la crisis: La habitación oscura de Isaac Rosa


En esta interesante y  bien escrita novela, un grupo de jóvenes que comparten un local se refugian en una habitación oscura para buscar sexo anónimo, silencioso y divertido. Quince años después, ese lugar se convertirá en un refugio donde curarse de las heridas del mundo exterior sumido en una terrible crisis.  El tema fundamental es una crítica de una generación que nació en plena transición y no ha sabido o no podido tomar las riendas de la sociedad actual.  Entre otras tramas secundarias aparecen reflexiones sobre la protesta ciudadana y sobre el control tecnológico en el ámbito laboral.



jueves, 9 de enero de 2014

El esguince


Gloria, que se acaba de jubilar, le comentaba a Ana  lo duro que había sido dar clase en un instituto de las afueras de Madrid. Una clase de refuerzo de matemáticas, a las dos y cuarto de la tarde, poblada de alumnos difíciles, le había provocado pesadillas durante todo el curso. La de veces que había deseado que pasase algo que le impidiese acudir al suplicio, que se le hacía eterno. A la salida del metro había pensado tropezar con una alcantarilla para que le diesen la baja, lo que supondría un alivio a sus desgracias. Ana se rió con la anécdota porque la comentaba con mucha gracia y se identificó con ella. El sábado 4 de enero, disfrutando de unas vacaciones merecidísimas, cuando soplaba un  viento huracanado en pleno centro de Madrid  y se sentía feliz recibiendo la bendición de la lluvia en su pelo aplastado, en la plaza de Santa María Soledad Torres Acosta, un secarral  de granito lleno de barreras arquitectónicas, ocurrió lo inesperado, tropezó con un bordillo aparentemente invisible, dio un traspiés y su tobillo izquierdo se dobló como si fuera elástico. Gritó y lloró. A duras penas llegó a casa. Ahora está de baja con un dolor sordo en el tobillo que está rígido como una bota multicolor.  Inesperado efecto mariposa que supondrá una merma en sus haberes a fin de mes y ningún descanso para su alma.

Las tres generaciones

Pocas veces había sentido la llamada de la sangre tan fuerte como aquella. Delante de él iban su hijo y su nieto, ambos, con una guitarra a la espalda, con la melena negra al viento y los mismos andares. Los tres se dirigían hacía el coche que les llevarían a la cena de nochebuena. Una estampa que hubiese querido plasmar con una foto,  pero que solo se quedó impresa en su retina. En ese instante la vida y sus contradicciones merecían la pena. Cuando vieron los ojos vidriosos del abuelo, ajenos a la experiencia mágica, lo achacaron al frío reinante.  

martes, 7 de enero de 2014

El aburrío


La calle principal del pueblo estaba poblada por las buenas familias, respetables y acaudaladas que, como un escaparate,  abrían las puertas de su casa a los vecinos por inercia, porque era la costumbre inmemorable. En los años sesenta, por la tarde, sobre todo en las de verano, se recibía tanto a la familia como a los extraños. Por el portal, repleto de sillas y sillones, desfilaba interminablemente un ejército de personas que se acercaban por tedio, por amistad, por agradecimiento, por rutina o vaya usted a saber por qué. Las visitas deberían haber sido prohibidas por el código penal, porque eran el enemigo silencioso, seres fugitivos de su aburrimiento y ladrones de vidas ajenas, quintacolumnistas que poco a poco se iban apoderando del espacio de los dueños de la casa. Antes de tomarse un helado o darse un paseo aparecían sin avisar en una casa donde se estaba fresco, donde había una silla donde reponerse y unas palabras amables. Ese portal era uno de las favoritos, el trajín entre los que iban y venían era considerable, no tenía nada que envidiar al casino, que estaba justo al lado.  Sixto, con apenas seis años, permanecía sentado en una esquina, castigado por haber roto el tiesto de una aspidistra en el patio, precisamente el que más  le gustaba a la abuela. "Quédate ahí sin moverte hasta que vengan el papá y la mamá".  Ya no sabía el tiempo que había pasado desde que había oído esas palabras, ni la de besos que había recibido, ni la de veces que había escuchado: ¿Y tú de quién eres?, ¿cuántos años tienes?, ¡qué alto estás!, ¡tienes los mismos ojos que tu abuelo! Se puso a raspar la tapicería de la silla y dio una cabezada, luego otra. De repente, notó un penetrante olor a colonia y se cayó de la silla con gran estrépito. “¿Nene, qué te ha pasado?”,  le preguntaron. A lo que él respondió con su media lengua: “El aburrío que m´ha tirao”.