domingo, 25 de agosto de 2013

Hay que deshacer la casa del pueblo

Hay que deshacer la casa es una obra de teatro de Sebastián Junyet que vi hace mucho tiempo interpretada por dos hermanas que se deben repartir la herencia en el domicilio familiar, tarea nada fácil puesto que todos los objetos tienen detrás recuerdos y reproches. Este verano, me ha tocado a mí sola la ingrata tarea de deshacer la casa de mis padres, después de haber sido ocupada por unos drogadictos y de que la policía reventara la puerta de entrada con una orden de registro. He tenido que hacerlo en vida de mi madre. Le prometí, cuando la memoria habitaba en ella, cuidar su casa y no lo he hecho, se la he deshecho. Después de llevar más de quince años abandonada y sin limpiar, se asemejaba a una tumba. Había más arena que en una playa y más polvo que en el decorado de una película de miedo. Los ladrones habían reventado con cuchillos los armarios que aparecían destripados y desordenados. Todos los objetos de valor habían desaparecido. El tiempo se había detenido entre habitaciones de principios de siglo pasado, años cuarenta y ochenta, cuando se había hecho la reforma; parecía la casa de Cuéntame. Los muebles que estaban mejor se los he dado a los habitantes de casa Zoilo, que me acogen todos los veranos como si fuera una más de la familia, allí los podré ver.  Mi madre había acumulado cosas y más cosas sin ordenarlas. Han aparecido más de seis tulipas que no se corresponden con ninguna lámpara, el camisón de piel de melocotón de su noche de boda, la ropa de acristianar con las iniciales de mi padre y los bordados que mi abuela materna hizo en la Normal de Castellón. El problema son los recuerdos de mi padre, los libros y las revistas de los años cuarenta (Destino, Campeón) y de los setenta (Triunfo) que  no sé qué hacer con ellos. Todavía quedan sin tirar más de ochenta bolsas de basura llenas de porquería, de objetos rotos, de visillos ennegrecidos y ropa vieja. Parece mentira todo lo que podemos acumular en vida, aunque sepamos que nos vamos ligeros de equipaje. Ha sido muy duro desprenderme de algunos objetos, sobre todo de los ligados a mi infancia. 
Me he acordado de un poema de mi compañero Ángel Guinda, donde se pregunta adónde van las casas y los objetos que las habitaron. La respuesta a este ubi sunt es bastante clara: primero al olvido y luego a la basura.   

¿Adónde van?
Las casas y objetos que nos habitaron,
los grandes descalabros,
los triunfos,
las promesas incumplidas,
la ilusión caducada,
los instantes tremendos,
las huellas que se interrumpen,
los placeres,
los días tenebrosos,
las citas decisivas,
la avidez desplomada,
los álbumes de fotos,
los vivos y los muertos.

La casa es preciosa,  modernista de principios del siglo XX, un dúplex con salón, dos cuartos de baño y cinco habitaciones con mucha luz, situada en el centro del pueblo con inmejorables vistas a las fiestas de Moros y Cristianos, eso sí, sin ascensor. La voy a poner en venta. No fui capaz de hacer fotos ni antes ni después del desastre, supongo que para olvidar. Si la casa estuviera en Madrid, sería muy afortunada. 

viernes, 23 de agosto de 2013

Hacíamos el amor compulsivamente (Palinuro de México, de Fernando del Paso)

Trasteando por internet he encontrado esta interesante joya literaria formada por adverbios.  Dan ganas de leerse el libro enterito.

"Hacíamos el amor compulsivamente. Lo hacíamos deliberadamente. 
Lo hacíamos espontáneamente. Pero sobre todo, hacíamos el amor diariamente. O en otras palabras, los lunes, los martes y los miércoles, hacíamos el amor invariablemente. Los jueves, los viernes y los sábados, hacíamos el amor igualmente. Por últimos los domingos hacíamos el amor religiosamente. 
O bien hacíamos el amor por compatibilidad de caracteres, por favor, por supuesto, por teléfono, de primera intención y en última instancia, por no dejar y por si acaso, como primera medida y como último recurso. Hicimos también el amor por ósmosis y por simbiosis: a eso le llamábamos hacer el amor científicamente. Pero también hicimos el amor yo a ella y ella a mí: es decir, recíprocamente. Y cuando ella se quedaba a la mitad de un orgasmo y yo, con el miembro convertido en un músculo fláccido no podía llenarla, entonces hacíamos el amor lastimosamente. 
Lo cual no tiene nada que ver con las veces en que yo me imaginaba que no iba a poder, y no podía, y ella pensaba que no iba a sentir, y no sentía, o bien estábamos tan cansados y tan preocupados que ninguno de los dos alcanzaba el orgasmo. Decíamos, entonces, que habíamos hecho el amor aproximadamente. 
O bien Estefanía le daba por recordar las ardilla que el tío Esteban le trajo de Wisconsin y que daban vueltas como locas en sus jaulas olorosas a creolina, y yo por mi parte recordaba la sala de la casa de los abuelos, con sus sillas vienesas y sus macetas de rosasté esperando la eclosión de las cuatro de la tarde, y así era como hacíamos el amor nostálgicamente, viniéndonos mientras nos íbamos tras viejos recuerdos. 
Muchas veces hicimos el amor contra natura, a favor de natura, ignorando a natura. O de noche con la luz encendida, mientras los zancudos ejecutaban una danza cenital alrededor del foco. O de día con los ojos cerrados. O con el cuerpo limpio y la conciencia sucia. O viceversa. Contentos, felices, dolientes, amargados. Con remordimientos y sin sentido. Con sueño y con frío. Y cuando estábamos conscientes de lo absurdo de la vida, y de que un día nos olvidaríamos el uno del otro, entonces hacíamos el amor inútilmente. 
Para envidia de nuestros amigos y enemigos, hacíamos el amor ilimitadamente, magistralmente, legendariamente. Para honra de nuestros padres, hacíamos el amor moralmente. Para escándalo de la sociedad, hacíamos el amor ilegalmente. 
Para alegría de los psiquiatras, hacíamos el amor sintomáticamente. Y, sobre todo, hacíamos el amor físicamente. 
También lo hicimos de pie y cantando, de rodillas y rezando, acostados y soñando. Y sobre todo, y por simple razón de que yo lo quería así y ella también, hacíamos el amor voluntariamente. 
"

Fernando del Paso, Palinuro de México,  1982

* Palinuro fue el piloto de la nave de Eneas desde su salida de Troya tras la destrucción de la ciudad. Cuenta Virgilio en la Eneida que, tras parlamentar Venus y Neptuno, éste le prometió a la diosa que los troyanos arribarían al Lacio con navegación segura a cambio de una ofrenda humana. Durante la travesía nocturna, Somnus (equivalente romano de Hipnos) visita a Palinuro y lo duerme; Palinuro cae al mar, llega a una playa y allí lo matan unos bandidos. Se cumple así la profecía neptúnica, aunque aún habrán de encontrar dificultades por tierra los troyanos antes de llegar a Italia.
El dibujo es de Egon Schiele

Tres textos a propósito de la publicidad


El poder del eslogan 
Lo invaden todo, están en todas partes: en los labios de los oradores, de los charlatanes, de los anunciantes; en las ondas y las pantallas, grandes o pequeñas; en las paredes, los muros, las casas, los paisajes; en las  páginas de los periódicos, los carteles, los folletos, las pancartas, las octavillas, las pegatinas, los escudos, las insignias… Decir que nos asedian es poco; se instalan con toda naturalidad en nuestra memoria, en nuestro lenguaje, quizás en el fondo mismo de nuestro pensamiento.
Pero, ¿cómo es posible que una breve fórmula, vulgar o ingeniosa, sinuosa o explícita, vehemente o cerebral, baste para provocar tal o cual reacción de masas, vender un producto que realmente nadie necesita, cambiar el resultado de unas elecciones, unir a las multitudes en una causa que no es la suya, empujar a pueblos enteros al motín o a la guerra?

Olivier Reboul, El poder del eslogan 

Epidermis publicitaria
Al alcohol lo llamo directamente Ballantine’s. Digo Bic por bolígrafo, Mont-Blanc por pluma, Olivetti por máquina de escribir y Mac por ordenador. En los restaurantes finos suelto Avecrem en lugar de sopa o Camy por “biscuit-glacé”, y lo peor de todo es que suelo acertar. Cuando intento pronunciar palabras tan sencillas como somnífero, tónica, zapatillas, bicicleta, tarjeta de crédito o cigarro me salen espontáneamente marcas caprichosas: Valium, Schweppes, Adidas, BH, Visa, Montecristo. Los digitales son Casio, y los analógicos, Omega. Las “colas” son Coca-Cola, incluso cuando bebo Pepsi. Al televisor le digo el tubo, y al tubo, claro, Triniton. Y así todo el tiempo. Soy irremediablemente metonímico, qué se le va a hacer. De la misma manera que otros son zurdos, bizcos, tartajas, daltónicos, patizambos, miopes o inspectores de Hacienda, yo tengo la desgracia de padecer metonimia aguda. Cuando hablo o hago estas redacciones suelo tomar la parte por el todo, o lo que es más intolerable por estos alrededores literarios, tomo la marca por la cosa.

Juan Cueto, El País Semanal, 1987

Palinuro en Productolandia
Ya para entonces había sonado su despertador West de todos los días a las siete de la mañana en punto (¡Tiiiiing! hizo el despertador) y nuestro amigo después de quitarse de encima sus sábanas Queen y su cobija eléctrica Sunbeam, de bostezar (¡Auuuggggh!) y de hacer la lección número 13 del curso de Charles Atlas, fue a la cocina, tomó un Alka-Seltzer (¡Tsss! ¡Tssss!) y tras eructar convenientemente (¡Erp! ¡Erp!) abrió la puerta de su refrigerador Westinhoouse (¡Brrrr! ¡Brrrr!) sacó una lata de jugo de naranja Sunkist, la abrió con su abrelatas Ecko (¡Click!) se la bebió (¡Gulp! ¡Gulp!) encendió su estufa Acros (¡Flum!) puso a calentar agua (¡Buble! ¡Bouble!) se sirvió una cucharada de Nescafé (¡Splash!) le puso un chorrito (¡Pisss!) de leche Carnation y dos terrones de azúcar de la Tate and Lyle (¡Plop! ¡Plop!) mientras que en su tostador General Electric tostaba dos rebanadas de pan Wonder a las que embarró con mantequilla Gloria (¡Trsss! ¡Trsss!), habiéndose comido después un gran plato de Rice Krispies de Kellogg´s (¡Crisp! ¡Crasp! ¡Crisp!) y luego habiéndose limpiado la boca con una servilleta Scott, fuese al baño a lavarse los dientes con pasta Forhan´s  (que era como la extensión de la piel de sus dientes), habiendo hecho su cepillo Dentamatic al frotar sus incisivos algo así como ¡Brushjjt! Brisschj Braschjt! (…)

Fernando del Paso, Palinuro en México, Edic. Algaguara, Madrid, 1982, págs... 284-7 

jueves, 22 de agosto de 2013

El inquilino, Javier Cercas

He leído con interés El Inquilino (1989), la primera novela corta de Javier Cercas que escribió nada más volver de la universidad de Illinois. El tema es el otro, la impostura, la suplantación que pretende reemplazarnos, que nos hace reflexionar sobre quiénes somos. Fusión no muy original entre lo biográfico y la ficción literaria. 
Mario Rota da clases en una universidad en Estados Unidos. El primer día que comienzan las clases sale a correr y se tuerce un tobillo. A partir de ahí toda su vida parece torcerse y la razón es el nuevo inquilino del edificio en el que vive. El nuevo inquilino parece estar en todas partes apropiándose de la vida de Mario, primero de su trabajo, luego de su novia, de sus amigos... 

Cartas finlandesas

Para mi ahijada Marta García Rodes, con el deseo de que escriba sus propias cartas finlandesas sobre su experiencia como becaria Erasmus

Ángel Ganivet (Granada,1865 – Riga, 1898), considerado por algunos como el precursor de la Generación del 98, fue, entre otras cosas, cónsul de Helsinki en 1886, cuando Finlandia era un gran condado ruso y la capital se llamaba Helsinfors. Durante su estancia en Helsinki le surge la idea de intentar describirles a sus amigos aquel sitio tan lejano y distinto a España, de ahí nacen las Cartas finlandesas que se publicaron en el periódico “El defensor de Granada” durante 1896-98 y que fueron finalmente recopiladas en un libro. En las cartas, de forma amena,  habla de muchos aspectos de la vida en Finlandia: las mujeres, los borrachos, la muerte, los avances tecnológicos, la educación...


“En nombres de mujeres los hay preciosos y no dejaré tampoco de dar varios de los que más me agradan, por si alguna de mis lectoras se halla en estado interesante y preocupado por el nombre que ha de poner “a lo que nazca”: Olga, Dagmar, Hilda, Ida, Lida, Gerda, Lidya, Aina, Selma, Sanny. Mia, Alma, Thyra, Ada, Dina, Aini, Hulda, Edla, Ebba, Elsa”.

 Ángel Ganivet, Cartas Finlandesas,  Austral, pág. 45.


lunes, 19 de agosto de 2013

Más que palabras: trabajo con textos

Pasapalabra para 1º ciclo de la eso



jueves, 15 de agosto de 2013

La buena y la mala suerte

Cuando era pequeña me impactó una escena de Ben-Hur, un golpe de mala suerte hace que su hermana se apoye en el borde de la azotea de su casa y una teja se desprenda al paso de la comitiva que llevaba al gobernador. El accidente provoca la desgracia de la familia. Este mes de agosto, en el campo de Villena, cerca de la escuela de tenis de Juan Carlos Ferrero, cuando todos estábamos hablando en la cocina, oímos un ruido tremendo como si hubiese temblado la tierra. Rápidamente salimos al porche, donde las tejas de la marquesina, resentidas por una obra reciente, se habían caído inesperadamente sobre el terrario y la casita de los dos niños de la casa. Apenas un minuto antes el pequeño de dieciocho meses estaba jugando allí. Todos nos quedamos sin palabras, temblando. Al abuelo se le cayeron las lágrimas. Enseguida quitamos todas las tejas. No hemos vuelto a hablar del tema. Constatamos que apenas un minuto puede separar la felicidad de la desgracia, apenas unos segundos suponen un intervalo entre la vida y la muerte. La mala suerte está acechándonos inexorablemente, el destino cruel permanece agazapado buscando cualquier debilidad. Afortunadamente, esta vez ganó la batalla el ángel de la guarda.

La salamanquesa Teresa

Tengo un animalito en mi casa que ha aparecido inesperadamente. La vi por primera vez en el patio entre las plantas, huía de mi presencia y se escondía entre las grietas de las paredes. Alguna vez entraba en mi casa para asustar a la chica que viene a limpiar. No hace daño a nadie, huye de la gente, es de color pardo, sale por la noche y devora insectos, cucarachas, gusanos y grillos. Yo creía que era una Salamandra y la llamé Sandra, pero después de consultar en internet, he averiguado que es una salamanquesa y desde ahora la llamaré Teresa. Dicen que los animales domésticos se parecen a los amos, tal vez tengan razón. Mi mascota  te deja vivir a tu aire y no te exige absolutamente nada, es curiosa, vivaz y huidiza. Por eso me gusta. La sorpresa fue que ayer por la noche en la cocina apareció una cria suya que se quedó paralizada por la luz. Teresa se ha apareado con un macho que parece que vive en el ático.


lunes, 12 de agosto de 2013

A la mierda el cuelga fácil


Marisa se ha arreglado la casa, ha cambiado el suelo y las puertas y ha pintado. Intenté ayudarla para colgar los cuadros porque, ya que no había dinero para cambiar los muebles, por lo menos quería cambiar de sitio algunos cuadros y deshacerse de los que no le gustaban. Fue una tarea imposible, nunca nos hemos sentido tan impotentes. Como no estaba segura de dónde ponerlos lo intentamos primero con los cuelga fácil de IKea, el primero que pusimos se llevó la pared detrás porque probablemente lo colocamos encima del yeso que habían dado para ocultar un agujero anterior. El segundo no se clavaba porque la pared era de cemento puro. Su indecisión y el miedo a cargarse la pared recién pintada, me llevó a proponerle las tiras para colgar cuadros el de la marca  Command que anuncian en Decogarden (por cierto, nada baratas), programa que veo cuando puedo, igual que Bricomanía, para intentar aprender las habilidades de las que la naturaleza no me ha dotado (no por ser mujer, este escrito es políticamente correcto). En las instrucciones no decía que con el gotelé se despegaba y nos pusimos manos a la obra, nada más poner cuatro cuadros nada pesados empezamos a oír un cric-cric sospechoso y uno de los cuadros se vino abajo. Intentamos ponerle superglú en la parte que se adhería al cuadro y tampoco, el cuadro se cayó junto con la regla niveladora recién estrenada, que acabó manchando de cola el sofá de cuero. Toda una mañana, una de las más calurosas del año, perdida. Al final acabamos gritando como posesas imitando a Fernando Fernán Gómez entre carcajadas liberadoras:
¡A LA MIEEEERDA EL CUELGA FÁCIL!
Lo aconsejo, es una buena terapia. No pienso volver a ver ninguno de esos programas que muestran una publicidad engañosa. La próxima vez que tengamos que hacer una ñapa,  utilizaremos un taladro.

domingo, 14 de julio de 2013

Asco en el Tahrir pamplonica, Jesús Moreno Abad


Había pensado escribir sobre estas imágenes vergonzantes, pero he encontrado el artículo de Jesús Moreno Abad y me lo he ahorrado. 

Es cierto que desnudarse en una plaza infectada de orangutanes borrachos no parece lo más inteligente del mundo; pero la candidez (o la estupidez) no es un delito. Sí lo es, sin embargo, la agresión o el acoso sexual.
Esta fotografía pertenece al chupinazo de Sanfermines de este año. No sé realmente qué veo, si la chica se desnudó libremente (bien) o la desnudan. Lo que sí veo son unos dedos de naturaleza absolutamente amputable bajándole el pantalón por detrás, y una marea de orcos, con aspecto de gente de reposadas lecturas, supurando babas y gruñidos a su alrededor. Luego se ven pares de manos que se dirigen hacia ella con algún tipo de licencia de barra libre carnal que no alcanzó a comprender. No sé el caso de esta foto en concreto, pero hay muchas parecidas circulando alegremente esta semana. En algunas se ven a chicas intentando bajarse las camisetas y apartarse las hordas de manos zombis que las acosan. Otras sonríen (si es con sinceridad y asentimiento, bien de nuevo). Lo que parece improbable es que todas esas jóvenes hayan dado su permiso para ser manoseadas por una turba de salidos. SIGUE EN PÚBLICO

martes, 9 de julio de 2013

La noche de los tiempos, Muñoz Molina


La publicación de La noche de los tiempos coincidió con el septuagésimo aniversario del fin de la Guerra Civil española. El autor y  narrador omnisciente ("Qué raro imaginar con tanta claridad lo que no he vivido, lo que sucedía hace más de setenta años")  nos acerca a este extraordinario fresco literario ("noticias desastrosas y opiniones ineptas") que salta de Madrid a Estados Unidos y mezcla personajes reales e imaginarios. Esta novela debería ser obligatoria en la asignatura de historia porque es un alegato contra la guerra, pero sobre todo contra la barbarie de la guerra civil española. El protagonista, inspirado en la biografía de Pedro Salinas y en la de Arturo Barea, es un arquitecto, cincuentón, casado y con dos hijos,  abúlico y desencantado, que vive los tiempos inciertos y difíciles de los años treinta del siglo pasado, mientras disfruta sorprendentemente de una gran pasión amorosa fuera del tiempo y del espacio con una joven americana ("la obsesión insana de estar juntos"). La originalidad radica en el punto de vista, el estilo y la magistral utilización del lenguaje. 

Acción poética Aluche en el IES Iturralde

 Últimamente la fachada del instituto me sorprende. Por las mañanas he encontrado, además de vallas levantadas que aumentan la sensación de estar en una cárcel, pintadas poéticas que me provocan una sonrisa cada vez que las leo. Sería una buena solución colocar  poemas en todo el perímetro para evitar que gamberros ensucien la pintura. Gracias a esos poetas anónimos (Acción poética Aluche):

Las sonrisas duran instantes y se añoran siglos

  Lleno muros recordándote

Preferiría no hacerlo





miércoles, 3 de julio de 2013

Elogio del oficio de enseñar, Julián Moreiro

Ayer asistí a mi último claustro (siento un poco de vértigo). Con ese motivo, y a modo de despedida, leí ese texto que comparto ahora con vosotros.


elogio del oficio de enseñar
          
  Cuando empecé a dar clase, Franco todavía no se había muerto, que ya eran ganas de fastidiar. Fue en un colegio semiclandestino de Vallecas, regido por dos enigmáticos personajes que debían de pertenecer a alguna secta y por un conserje mucho menos subrepticio que aún llevaba en la frente la huella del tricornio. No sé muy bien qué hice, cómo sobreviví al miedo escénico y qué diablos pude enseñar a aquellos vociferantes zangolotinos de octavo de EGB. Yo no había llegado a la enseñanza por vocación, aunque tampoco recuerdo que lo hiciera por descarte o por despecho; no sé, a lo mejor lo hice porque, como dijo George Bernard Shaw, “el que sabe hacer una cosa, la hace; el que no sabe, la enseña”. El caso es que muy pronto me noté en mi medio natural, como si hubiera nacido para esto. Hoy estoy seguro de que, de no haber sido profesor, solo hubiera sido un cantamañanas que sabía hacer cosas.
               En mi despedida, quiero afirmar algo que he dicho otras veces, una de las pocas certezas que he adquirido con los años: este es el mejor oficio que existe. Y no por aquellas tres famosas razones que esgrimían los cínicos: julio, agosto y septiembre (por cierto que ya no sirven: la tercera de esas razones se ha esfumado y hay cenizos que ven la primera en peligro).
               No. Yo creo que este es un oficio inestimable porque las relaciones laborales han sido siempre en él menos importantes que las relaciones afectivas. Porque la experiencia mágica de notar cómo de pronto, en una clase, un martes cualquiera, se establece una comunión absoluta con los alumnos, es difícilmente igualable (aunque esporádica: no se puede ser sublime sin interrupción, diga lo que quiera Baudelaire). Porque tratar siempre con personas que tienen la misma edad mientras uno va atravesando las crisis que trae cada nueva decena es lo más parecido que puede vivirse a la ilusión de la inmortalidad (aunque un amigo mío, un punto descreído, dice que es como no salir del día de la marmota). Porque ver crecer a niños que aprenden menos de lo que desearíamos pero mucho más de lo que solemos creer y de lo que alcanzamos a comprobar es un espectáculo maravilloso, como todos los que ofrece la Naturaleza. Porque, como dijo no sé quién, enseñar es aprender dos veces. Porque, en un mundo tan sobrado de individuos hoscos, insatisfechos y desabridos, tratar a diario con adolescentes que siempre parecen felices es una suerte. Y en fin, porque compartir intereses con todos los compañeros de trabajo, afinidades con muchos y cierta intimidad con algunos es un privilegio que ninguna orden de principio de curso puede arrebatarnos.
               Ahora que corren malos tiempos sigo pensado lo mismo, a despecho de reformas ominosas, de instrucciones furtivas y de autoridades maleducadas, malencaradas y malintencionadas. Como ya tengo pie y medio fuera, puedo decirlo sin pudor: somos gente importante y no podemos tolerarnos el desaliento. Este oficio, a prueba de ocurrencias y descarríos legales, trasciende nuestra propia circunstancia; lo dijo Henry Brooks Adams, un intelectual americano que vivió entre el siglo XIX y el XX: “Un profesor trabaja para la eternidad: nadie puede decir dónde acaba su influencia”. Ya dije antes que somos un poco inmortales…
              
 Hasta siempre. Salud y Escuela Pública.

Julián Moreiro  28/6/2013

La ridícula idea de no volver a verte, Rosa Montero


¿Qué sentimos cuando la muerte cruel y antes de tiempo nos arrebata a la persona amada? Este libro, La ridícula idea de no volver a verte,  tiene muchas respuestas. A través de sus páginas, Rosa Montero nos acerca a la interesante y difícil vida de Marie Curie y la relaciona con su propia vida y el fallecimiento de su pareja, el periodista Pablo Lizcano. 

Otro mazazo


Los reyes Magos son los padres, Dios no existe, don Quijote es un personaje de ficción, la lotería no toca nunca, el sueldo no te lo regalan, Marx se equivocó con lo de la dictadura del proletariado, Plutón ha dejado de ser un planeta y Tere y Roberto se separan.
 La noticia me tuvo intranquila toda la noche, se me venían a la mente imágenes captadas por mi retina tiempo atrás: tu emoción al coger el teléfono en los viajes de las chicas de oro, la descripción de vuestros encuentros, vosotros y vuestros hijos, vosotros preparando una cena maravillosa entre miradas cómplices, el regalo de la escuela de letras, el baile acompasado, los monólogos…
Sé que lo llevabas tiempo rumiando y hasta te vi contenta y liberada. Sé que no me has comentado nada porque te  hubiese dicho lo de siempre: calma, sosiego, olvídate de todo, se pasará… Parece que estás viviendo un desamor tan intenso como el amor. La mayoría de las parejas se separan cuando ya no sienten nada. No hay parejas ideales, la vida –sola o acompañada- está llena de espinas, de malentendidos,  desengaños, irritabilidad, pérdida de confianza. Pero si se está acompañado hay que cuidar esa relación como una planta, como una máquina de carbón. A lo mejor este es el mejor momento para volver a conquistaros, a disfrutar de lo prohibido, a romper la monotonía.
Creo que los hombres (y las mujeres también) somos, además de bípedos implumes, polígamos por naturaleza y tenemos que arrostrar esas pasiones como buenamente podamos, incluso enamorándonos al mismo tiempo de dos personas. Todos podemos mentir u ocultar nuestros sentimientos, porque estos son demasiado fuertes y no nos los podemos explicar. Queremos lo que no tenemos, descuidamos lo seguro, valoramos lo incierto. Los arrepentimientos tienen su valor, aunque no sirvan de goma de borrar. Las palabras nos dejan mudos, decimos lo que no pensamos. Hacemos daño y nos hacemos daño, sin quererlo. En fin, un lío. El matrimonio es como una plaza sitiada, los que están fuera quieren entrar y los que están dentro, salir.  Y como se dice en estos casos: que sea para bien.

lunes, 1 de julio de 2013

Palmeras en la nieve, Luz Gabás


Palmeras en la nieve, tras su intrigante título, se esconde una novela de lectura amena y entretenida, ideal para las vacaciones. La acción nos sitúa en Fernando Poo y en Asturias. Una mujer viaja a  Guinea para conocer mejor las conexiones de su abuelo, padre y tío  con la isla a la que emigraron para buscar una vida mejor. La novela está muy bien documentada y nos hace acercarnos a una época colonial olvidada en los libros de historia. Tal vez sobran algunas páginas dedicadas a las relaciones sentimentales. Un buen argumento para una serie de television.

Tomadura de pelo

La peluquería es para algunas mujeres un suplicio, una pérdida de tiempo y de dinero, pero cuando todo te va  mal, cuando estás insatisfecha contigo misma, te acuerdas del anuncio  “Ruppert, te necesito” y acudes a ella. Estoy convencida de que si se hiciese un estudio sobre las horas tontas que, con una pinta infame, pasamos hojeando revistas del corazón delante de un espejo, así como  del dineral que nos hemos gastado a lo largo de nuestra vida, nos asustaríamos. Tener una peluquería en España siempre ha sido un buen negocio, porque todas las mujeres acudimos allí más que a nuestro médico, atávicamente empeñadas en un una lucha encarnizada contra las canas, en busca de la eterna juventud, luchando tinte a tinte contra el tiempo airado,  impidiendo que se cubra de nieve nuestra hermosa cumbre. De joven lo haces  para convertirte en una rubia peligrosa o en una extraña pelirroja, o te pones el pelo azul para fastidiar a tus padres, es un juego; de mayor es una condena para oír por lo menos que te conservas bien. Pero una cosa es ir por diversión y otra por obligación para luchar contra las canas que siguen misteriosos designios de la herencia.  Un tinte en condiciones solo dura un mes como mucho y nos empeñamos en alargar su vida hasta límites insospechados, con lo cual algunas siempre estamos mal tintadas y peinadas.  En un país de teñidas, son pocas las mujeres que se atreven contra corriente a lucir sus canas con el orgullo de quien confiesa que ha vivido. Esta presión no existe en los hombres cuyo pelo blanco está unido a prestigio social y a dinero, su lucha es contra la calvicie.

Tenía que ir sin falta a la peluquería, la luz del techo del cuarto de baño caía inmisericorde sobre un centímetro y medio de canas resplandecientes. Acudí por la tarde, aunque sabía que mi peluquera de siempre, la que me comprende o me ha dejado por imposible, no estaba. ¡Que haya suerte!, me dije. Me tocó un sudamericano de unos cuarenta años y de modales delicados, con pinta trasnochada de galán de fotonovela. No nos entendimos, desde el primer momento nos miramos con desconfianza. Él pensó que con su buen hacer conseguiría un buen porcentaje con los extras insistiendo en que mi pelo estaba hecho un asco y yo luché para que no lo consiguiera.  Y así fue como empezó el duelo en la alta peluquería que terminó en una tomadura de pelo.
-¿Cómo quieres que te llame, Mª Ángeles o Ángeles? -me preguntó amablemente mientras procedía a lavarme el pelo.
-Me da lo mismo- contesté mientras pensaba que de ninguna manera.
-¿Te pongo champú especial apropiado para tu cabello o normal?
-Normal, me arriesgaré.
-Conviene que te pongas una crema para que el tinte te dure más- insistió, armado de paciencia.
-No, gracias. El tinte dura lo que tarda en crecer el pelo, ni un día más.
-Pero es conveniente -continuó incansable al desaliento-. Todo el mundo lo hace.
-Me da igual lo que haga todo el mundo –repliqué-. ¿O es que los tintes que sutilizáis son de mala calidad?
-De ninguna manera. Es que no te voy a poder peinar bien y te voy a dar tirones de pelo.
-Me da igual, no quiero suavizantes.
-Es que tienes el pelo muy dañado y estropeado.
-Claro, de tanto utilizar tintes.
-No te preocupes por el precio- concluyó pensando que era una cuestión de dinero y no de dignidad-. Yo te voy a  cobrar lo mismo y así verás la diferencia.
Una vez más sospeché, porque siempre que voy, pago una cifra diferente y más abultada. La venganza llegó cuando me cortó el pelo, me lo dejó como a un marine de los EEUU y ni siquiera me puso un espejo para que contemplase el desaguisado. No le di propina. Al salir, el peluquero, ya menos amable, me devolvió el abrigo, pero no las plantas de perejil que llevaba en una bolsa aparte. Tuve que volver más tarde a por ellas a encontrarme con su mirada cabreada.

Continuación del texto en:  ¡Vivan las canas! (2016)

jueves, 27 de junio de 2013

Una novela muy divertida: Braille para sordos de José María Mijangos

A José María Mijangos lo podemos ver en una librería, convertido en uno de los personajes que inventa, músicos o escritores que han nacido para perder incluso en los momentos de mayor éxito. La primera novela que leí,  Soul Man, narra las hilarantes peripecias de Cleophus Taylor Brown, un afroamericano oriundo de Menphis haciendo barrabasadas por el Madrid casposo y provinciano de los sesenta. La segunda, publicada unos años antes, Braille para sordos, para mi gusto mejor y más divertida, cuenta la historia de un escritor de novelas policíacas, con ecos de Max Estrella y del protagonista de La tía Julia y el escribidor,  que había disfrutado también de los años sesenta y que malvivía arrastrando su ceguera tras pasarse media vida en la cárcel. Las dos novelas son tremendamente divertidas, con un ácido sentido del humor, parecido al de Tom Sharpe.  He disfrutado leyéndolas y el único pero que puedo poner es la ausencia de personajes femeninos creíbles: las pocas mujeres que aparecen son unas arpías que destrozan a los hombres con los que se casan.

domingo, 16 de junio de 2013

Cuesta arriba


No se estaba nunca quieto, en las fotografías siempre aparecía movido, columpiándose en todo lo que pillaba de tal manera que mayores y pequeños aparecían descolocados, más pendientes de él que del objetivo. Un torbellino de cinco años que, sobre todo, inquietaba al padre Basilio por su espíritu indomable y su inteligencia fuera de lo común. Sus orejas de soplillo estaban atentas a cualquier novedad y sus ojos de miope le daban un aire maduro irritante. Cuando recibía la paga los domingos, salía disparado, con la fuerza que le daba su cuerpo pequeño, a comprarse golosinas y tebeos al quiosco de periódicos, luego se sentaba a silbar en un banco mientras leía. Iba a hacer la comunión junto a sus compañeros en la iglesia de los salesianos y  las horas de catecismo se le hacían interminables. El día que le tomaron la foto estaba escuchando en boca del salesiano: “Dios lo puede todo, es omnipotente, no hay nada que se escape a su sabiduría, es el creador del universo, puede hacer lo imposible…”. Emilito se rascó la nuca y le interrumpió:
-Padre, Dios no lo puede hacer todo.
El sacerdote se preparó para regañarle y le contestó:
-¿Cómo que no puede hacerlo todo?
-¿A que no es capaz de hacer una cuesta arriba que no tenga cuesta abajo?
Rojo de ira y sin palabras, el padre Basilio le dio un reglazo en toda la cabeza que le dolió más a él que al niño. Cuando llegó el fotógrafo, los alumnos, dóciles y calmados, siguieron las instrucciones. No hubo que repetir la instantánea.

domingo, 9 de junio de 2013

El placer de aprender y la pasión de enseñar

Interesante artículo que contiene muchas verdades:

"Pero es que el desprecio con que se trata a los profesores desde la implantación de la dictadura, y que apenas se ha mejorado en la democracia, es otra de las simas que no se han superado y que condenan irremisiblemente al fracaso a nuestro sistema educativo. Mal pagados, abrumados por tareas superiores a cualquier capacidad humana, y denostados como culpables del retraso endémico de nuestra instrucción, los profesores se han convertido en un colectivo de segunda categoría al que muy pocos querrían pertenecer. De tal modo, la enseñanza es el último remedio para obtener un empleo, cuando no se puede administrar una empresa rentable o el nivel de las pruebas no permite acceder a la física nuclear. En consecuencia, una buena parte del profesorado no tiene vocación alguna para una tarea tan dura, tan ingrata, tan mal retribuida y tan poco estimada. Y con la desgana con que enseñan los alumnos no pueden sentirse motivados. En consecuencia, unos constituyen una clase explotada y sin reconocimiento, y los otros se convierten en ciudadanos mal formados, desinteresados de la cultura y frustrados en sus pretensiones de hacerse ricos".

Una mujer de bandera


Parecía una estrella de Hollywood: melena negra y rizada, ojos soñadores, tez blanca, cuerpo delgado y cinturita de avispa. Una luz en el panorama gris de la posguerra, un plato de miel rodeado de abejas, una luciérnaga en la noche oscura. Era oficialmente la guapa del pueblo, la insignia, el estandarte junto con el castillo y la iglesia arciprestal. A su paso se abrían las persianas envidiosas de las mujeres y se levantaban las pasiones de los hombres que, firmes y hechizados, la reverenciaban. Ella lo sabía, aunque su familia puritana la llevaba a raya. “Eres guapa entre las feas, pero fea entre las guapas”, le repetían continuamente. Se fue a estudiar a la capital,  lejos del fichaje familiar. “Para qué querrá estudiar con lo guapa que es”.  Allí le llovían pretendientes de todas las edades y condiciones. En el escaparate de una joyería, un estraperlista con sombrero y anillo de diamantes, se le acercó: "Lo que le guste es para usted". Halagada,  se escapó sonriendo.
Los días de arroz y tartana pasaron pronto, su padre murió, apenas quedaba dinero en casa, era hora de casarse y de sentar la cabeza. Se decantó por un vecino. Fue una sabia decisión, su marido, conocedor de que en la educación cristiana no cabe la infidelidad, estuvo enamorado hasta el último día. Y  ella siguió levantando pasiones hasta que el otoño de la edad media apareció y su estrella se eclipsó: “Con lo guapa que era".  Entonces, con su bandera a media asta,  dejó de ser un blasón para la hombría de los varones y nunca comprendió el dicho popular de que la suerte de la fea, la guapa la desea.

sábado, 18 de mayo de 2013

Eufemismos de la crisis

Interesante artículo de "El País": No digan recortes, llámenlo amor 


Las otras palabras de la crisis ("20 minutos")
PAGO (Repago) Entre los recortes  aplicados al sector  farmacéutico se habló de copago. Pero los ciudadanos pagan dos veces,  con los impuestos y en la farmacia, sus medicamentos.
MOVILIDAD EXTERIOR (Fuga de cerebros) La ministra de Empleo, Fátima Báñez, se refirió como «movilidad exterior» a la salida de jóvenes al exterior en busca de oportunidades.
VEHÍCULOS DE LIQUIDACIÓN DE LARGO PLAZO (Banco malo) Cinco palabras para evitar otras dos que el Gobierno intentó esquivar el mayor tiempo posible.
MEDIDAS EXCEPCIONALES PARA INCENTIVAR LA TRIBUTACIÓN DE RENTAS NO DECLARADAS (Amnistía fiscal) A esas medidas se refirió el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, el mismo día en que de la presentación de los Presupuestos de 2012.
FLEXIBILIZAR EL MERCADO LABORAL (Despidos baratos) Así se presentó la reforma laboral, que se interpretó como despidos más baratos.


La escalera interminable

Apenas jubilado, fue consciente de su decadencia. En un café le robaron, sin que se diese cuenta, el reloj Omega que había permanecido en su muñeca desde que se casó. Fue la primera de una serie de pérdidas a las que asistió con una mezcla de rabia y frustración. Trabucaba los nombres. Farfullaba sin que le entendiesen. Cometía faltas de ortografía. Él, que era matemático, se quedaba en blanco al hacer una suma. Vagaba por la casa sin saber dónde se encontraba. Buscaba objetos que desaparecían misteriosamente. Se volvió taciturno y silencioso, el más tonto de los tontos. Se deslizaba inexorablemente por una interminable escalera de pequeñas ausencias y olvidos.
Su ritmo de vida se hizo más metódico y predecible. Todos los días hábiles a la misma hora, periódico en ristre,  acudía al hermoso edificio de la Bolsa de Madrid para estirar las piernas y de paso observar in situ los movimientos azarosos de los pocos ahorros que había conseguido. Un día espléndido del mes de marzo, junto a las columnas hexástilas del pórtico, buscó en su bolsillo las monedas que tenía preparadas para su mendiga particular y se acordó extrañamente del chiste que le contaba a su hija, el del tonto más listo del pueblo que escogía los céntimos y no el duro, porque así se aseguraba un dinero mientras se extendía su fama por la comarca. Después de pagar este peaje cotidiano y oír el consabido piropo: “Adiós, guapo”,  el sol le cegó. Fulminado por un rayo interno, se desvaneció mientras sentía una inundación relajante en su interior y caía a cámara lenta 
 como un pelele por la escalinata interminable. Los cuatro relieves que representan el Comercio, la Industria, la Agricultura y la Navegación asistieron mudos al tránsito. 

miércoles, 15 de mayo de 2013

Tu perfume embriagador

La atraía más que una tarta de chocolate.  Daba vueltas ciegas a su alrededor como una polilla ante la luz, notaba que un inexistente imán la acercaba a su cuerpo más de lo que dictan las buenas costumbres. Era su olor lo que la subyugaba, un perfume embriagador (tatatatatataaaaa que decía la canción de El Padrino) que le hacía quedarse en éxtasis con cara beatífica. Le atraía más su olor que su sonrisa, la fragancia que exhalaban sus poros más que su generosidad, el aroma percibido más que su sentido del humor, la vaharada de sensaciones más que su inteligencia. Lo notó nada más darle la mano y lo percibía todas las mañanas cuando le veía por los pasillos, incluso cuando se confundía con el olor de la tortilla de patatas del desayuno. Unas veces henchida de satisfacción y otras herida de hiperestesia vagó todo un año husmeando ese efluvio atávico destilado con feromonas y masculinidad. Envidiaba a la mujer que se bañaba en ese prodigio todos los días y que seguramente era el origen de esa esencia artificial. Pasado un tiempo se lo encontró por casualidad y en un beso de rutina recordó todas las sensaciones pasadas. Armándose de valor, por fin,  se atrevió a preguntar como quien no quiere la cosa:
-       -  ¡Qué bien hueles! ¿Qué colonia utilizas?
Sorprendido, le respondió: Massachusetts. Con esa estrambótica marca por botín,  se fue inmediatamente a pedir la droga más dura que había inhalado. Cuando llegó a casa se la regaló al hombre de su vida y todas las noches ponía la nariz en su hombro para sentir la más absoluta plenitud.

domingo, 12 de mayo de 2013

¡Cómo odio a mi endocrino!


La sala de espera del endocrino es la antesala de la depresión, el calvario de la autoestima, el sepulcro de los placeres, el cadalso de las menopáusicas. Allí las pacientes arrastramos lastimeramente kilos de infelicidad y de colesterol como Sísifo empuja su enorme piedra.
El colesterol me apareció a los veintipocos años en un análisis rutinario. No me sorprendió, en mi familia se han dado casos de esta enfermedad genética y silenciosa. Hice régimen estricto, entonces estaba delgada y la comida era algo secundario para mí, pero la cifra no bajó y empecé a tomar pastillas, una servidumbre eterna que te obliga a tener una sensación lacerante de cometer pecado mortal cada vez que comes embutido o un huevo frito, cosas simples y placenteras. En estos años me han tocado todas las modas restrictivas sobre el colesterol: al principio el pescado azul estaba prohibidísimo, igual que los frutos secos, y ahora lo aconsejan. No hay duda, estos palos de ciego solo sirven para beneficiar a las multinacionales farmacéuticas, porque yo no tengo muy clara la relación entre hipercolesterolemia familiar y enfermedades coronarias.
A los cuarenta me diagnosticaron hipotiroidismo y mi colesterol llegó a la alarmante cifra de 500. A partir de entonces me lo tomé más en serio y empecé a ser asidua a los endocrinos. Hasta ahora llevo dos: el primero, el doctor Chorra, un impresentable que hablaba por teléfono mientras te desatendía y que intentaba sacar dinero para compensar, supongo, lo que no le pagaba Asisa, por medio de estudios del índice de masa corporal,  pastillas saciantes a precio de caviar beluga o un curso prescindible sobre colesterol. Lo abandoné a los diez años y me fui con otro, al doctor Alacana que tiene una extraña forma de atrapar a las enfermas: te obliga a un análisis cada cuatro meses si has sido buena y tus niveles han bajado; si has sido mala, cada mes y medio. Su régimen es tan rutinario e insoportable como la propia vida: verduras, carne y pescado a la plancha, sin un ápice de imaginación. Siempre pregunta: "Cómo está usted" mientras lee tus análisis y te fulmina con una acusadora mirada desde su colosal altura. Tus problemas, tus dudas le traen sin cuidado, solo se oye un silencio vergonzante mientras firma un nuevo volante. Su consulta es un trajín de mujeres entrando y saliendo y ninguna de ellas está gorda. ¿Por qué solo van mujeres? ¿Por qué no hay gordas? Me lo he preguntado muchas veces y creo que ya tengo la respuesta: las gordas glotonas no han podido soportar sus reproches, solo se mantienen las super-mujeres con ligero sobrepeso y gran fuerza de voluntad y yo, que tengo el síndrome de Estocolmo y lo paso tan mal como cuando iba al colegio de monjas. ¡Cómo odio a mi endocrino!
Como todas las gordas me he mentido a mí misma y he dicho que como muy poco, que engordo cuando comen los demás a mi alrededor. He hecho de todo en la báscula para pesar menos que la vez anterior: ir sin ropa interior y casi desnuda, intentar ponerme en el borde, no desayunar; pero no ha servido de nada. Cada vez que me peso tengo instalados incómodamente doscientos gramos más en mi cuerpo dispuestos a no abandonarme. En los últimos diez años he engordado diez kilos y he desarrollado todos los efectos rebote de una dieta aburrida: solo me gustan las comidas grasas y los dulces, odio las frutas y las verduras. Definitivamente, al borde del infarto, como para engordar mi colesterol, ese alien inmisericorde que tengo instalado en mi interior, que me hace pasar hambre y que se ha apoderado de mi voluntad. Como como mucho, me siento culpable y como más como para fastidiarlo. Que reviente.
¡Qué envidia me dan las gorditas felices sin colesterol y sin remordimientos!

He encontrado en la red, la viñeta de Forges que aparecía en unas tazas de café de El País: dos muchachas en un bar y la una le susurra a la otra: “El rubio del fondo no te quita ojo”, a lo que la otra le contesta: “Es por mi bocata panceta… es mi endocrino”. Gracias a Rafa García, que hizo la foto. 



De repente llaman a la puerta, Etgar Keret


Ángel, seguro que este libro te gusta por la portada (¿a qué se debe esa extraña obsesión que muestras por las portadas de los libros?) y por el disparatado sentido del humor (como el tuyo)  que rezuma su autor, un judío inteligente. Son cuentos sorprendentes, surrealistas, que ayudan a entretener cualquier momento, incluidos los trayectos del metro.
No soy lectora de narraciones breves, me cuesta entrar en ellas y, cuando lo hago, me da rabia que haya terminado tan pronto; además es difícil encontrar un libro de relatos en los que te gusten todos.

 Si pinchas el enlace encontrarás una muestra.

domingo, 28 de abril de 2013

La verdad de la señorita Harriet, Jane Harris


La verdad de la señorita Harriet, bien escrita,  se lee con interés desigual. Empieza con una trama lenta,  la intriga va apareciendo en la segunda parte y se hace vertiginosa al final. La autora nos plantea un juego muy interesante entre la realidad y la apariencia. El punto de vista de la protagonista nos atrapa desde el principio para hacernos dudar de lo que ha contado. ¿Es una dama encantadora y altruista o una arpía que busca la infelicidad de los que la rechazan? ¿Por qué su padrastro no quería ni verla? Todo parece indicar que el veredicto tiene razón. Esta vez sí recomiendo la novela. 
Como Mihura, yo siempre he sospechado de las visitas, del enemigo silencioso, de los quintacolumnistas que poco a poco se van apoderando de ti y de tu espacio, porque lo que quieren es huir de su aburrimiento y vivir tu propia vida. 

¿Por qué no fui?


El concurso de redacción del instituto en el Día del Libro empezaba con la frase escogida al azar en un libro de lengua: ¿Por qué fui? Mientras ellos escribían intenté pergeñar unas líneas en un papel. Tuve que modificar el título con un adverbio de negación para que las musas me acompañasen porque últimamente estoy enquistada, hay demasiado ruido en unas mañanas interminables que solo puedo compensar con soledad y susurros.
¿Por qué no fui? Por el miedo a encontrarme con recuerdos del pasado, de otra época, de otra vida. No quiero ver a las personas que una vez amé y no me correspondieron, porque nunca me comprendieron. No quiero preguntas y respuestas banales, no quiero ironías ni condescendencia, no quiero ver en sus rostros los estragos del paso del tiempo ni en sus ojos la cobardía, el egoísmo, la falta de empatía. No quiero saber de su existencia porque antes buscaba su presencia. No quiero encontrar más vacío a mi alrededor. No hubo buenos tiempos, fueron unos momentos jóvenes y difíciles que intentamos llenar de cualquier manera. No quiero preguntarme por qué los deseé, si no merecen la pena, si sé todos sus miedos. No quiero encontrarme a esos profesores. No fui al funeral, porque hace más de veinte años que asistí al nuestro; no quise ir a la obra de teatro porque, en carnaval, en un portal cercano al instituto a distancia, arrojé bilis entretejida con ácido acetilsalicílico y versos malos; no me interesa saber que vives y  das clases de dibujo en un pueblo de Madrid, supongo que para no se te olvide llegar pronto; ya ni te saludo, vecino, donjuán de pacotilla, camino a las tragaperras. Todos sus recuerdos fundidos en negro sólo me aportan  desamor. ¿Qué fueron en mi vida? Nada. ¿Qué signifiqué yo en las suyas? Nada. Estamos en paz. ¿Por qué no fui? Por el miedo a encontrarme en el desierto agosto una mirada directa a la médula ardiente que no podría esquivar. Quería encontrarlo en la Gran Vía y, por eso, lo rehuí.

Los profesores de literatura, Luis García Montero

Interesante artículo de Luis García Montero de Público (lectura en internet que recomiendo a todo el mundo porque encima es gratis) que me manda mi alumno Angeloxo y del que destaco las palabras que nos dedica a los sufridos profes de literatura que nos debatimos entre la realidad y el deseo:

"Los planes de estudio suponen la decisión más evidente sobre el futuro. ¿Qué lugar ocupa la literatura en los colegios y los institutos? Si pensamos en la crisis del libro, no está de más recordar –en medio de las celebraciones del 23 de abril y de las campañas oficiales de animación a la lectura- la pérdida radical de espacio que la literatura ha sufrido en ese horario escolar que luego contagia cualquier minuto y se extiende por todos los rincones de la vida. Ninguna campaña ocasional marcada por un día festivo en el calendario puede compensar la situación precaria de la literatura en los planes de estudio.
Guardo pocas certezas sobre el futuro. Una de ellas es que la debilidad de la literatura en los planes de estudio simboliza los aspectos más negativos del mundo que se nos prepara. La aspiración de formar personas ha sido desplazada por el adiestramiento en una información seca al servicio de los mercados y de la servidumbre. En medio de esta inercia, los profesores de literatura son unos verdaderos resistentes cuando procuran contagiar el amor por los libros y por la imaginación. Su vocación les lleva a no dar la batalla por perdida. A ellos les pertenece el 23 de abril tanto como a los escritores, los editores, los bibliotecarios y los libreros".

domingo, 14 de abril de 2013

Lecturas no recomendadas


Es lo que tiene el e-book, las lecturas que haces son a ciegas, sobre todo si son gratuitas porque te las ha pasado la amiga de una amiga. Te mandan libros sin portada, sin que puedas hojear el contenido, sin que tengas ninguna referencia del autor. A eso se añade que lees en el metro porque gran  parte de tu jornada laboral la pasas allí y sigues la lectura porque no tienes otra cosa que hacer. No recomiendo ni Mañana lo dejo ni El verano sin hombres. Ambos libros los leí porque me gustaba el título, nada más. Han supuesto una pérdida de tiempo, ¡tantos clásicos que leer o revisitar y yo con tonterías que ni siquiera me han entretenido!
El verano sin hombres es una novela feminista bienintencionada, pero aburrida y previsible. La protagonista ha sido abandonada por su marido y en ese verano escribe un diario sobre sus relaciones con mujeres de todas las edades. Siuri Hustvedt es la mujer de Paul Auster. ¿A qué averiguáis el final?
 Mañana lo dejo es una novela para adolescentes tontorronas que recuerda al diario de Bridget Jones. La protagonista, torpe y divertida, se ha enamorado (busca desesperadamente su media naranja) de su misterioso vecino. El libro es tan pastelero que pensé que lo había escrito una mujer (tampoco escapo de los prejuicios), pero me he dado cuenta al buscar información para escribir esta reseña que es un hombre. Tal vez el descubrimiento justifique la visión tan estereotipada de los planteamientos vitales de la protagonista. Ha sido un éxito de ventas en Francia, pero no entiendo que le pueda gustar a alguien que tenga más de quince años. Y el caso es que el comienzo de la novela prometía.