El concurso de redacción del instituto en el Día del Libro empezaba con la frase escogida al azar en un libro de lengua: ¿Por qué fui? Mientras ellos escribían intenté pergeñar unas líneas en un papel. Tuve que modificar el título con un adverbio de negación para que las musas me acompañasen porque últimamente estoy enquistada, hay demasiado ruido en unas mañanas interminables que solo puedo compensar con soledad y susurros.
¿Por qué no fui? Por el miedo a encontrarme con recuerdos del pasado, de otra época, de otra vida. No quiero ver a las personas que una vez amé y no me correspondieron, porque nunca me comprendieron. No quiero preguntas y respuestas banales, no quiero ironías ni condescendencia, no quiero ver en sus rostros los estragos del paso del tiempo ni en sus ojos la cobardía, el egoísmo, la falta de empatía. No quiero saber de su existencia porque antes buscaba su presencia. No quiero encontrar más vacío a mi alrededor. No hubo buenos tiempos, fueron unos momentos jóvenes y difíciles que intentamos llenar de cualquier manera. No quiero preguntarme por qué los deseé, si no merecen la pena, si sé todos sus miedos. No quiero encontrarme a esos profesores. No fui al funeral, porque hace más de veinte años que asistí al nuestro; no quise ir a la obra de teatro porque, en carnaval, en un portal cercano al instituto a distancia, arrojé bilis entretejida con ácido acetilsalicílico y versos malos; no me interesa saber que vives y das clases de dibujo en un pueblo de Madrid, supongo que para no se te olvide llegar pronto; ya ni te saludo, vecino, donjuán de pacotilla, camino a las tragaperras. Todos sus recuerdos fundidos en negro sólo me aportan desamor. ¿Qué fueron en mi vida? Nada. ¿Qué signifiqué yo en las suyas? Nada. Estamos en paz. ¿Por qué no fui? Por el miedo a encontrarme en el desierto agosto una mirada directa a la médula ardiente que no podría esquivar. Quería encontrarlo en la Gran Vía y, por eso, lo rehuí.
¿Por qué no fui? Por el miedo a encontrarme con recuerdos del pasado, de otra época, de otra vida. No quiero ver a las personas que una vez amé y no me correspondieron, porque nunca me comprendieron. No quiero preguntas y respuestas banales, no quiero ironías ni condescendencia, no quiero ver en sus rostros los estragos del paso del tiempo ni en sus ojos la cobardía, el egoísmo, la falta de empatía. No quiero saber de su existencia porque antes buscaba su presencia. No quiero encontrar más vacío a mi alrededor. No hubo buenos tiempos, fueron unos momentos jóvenes y difíciles que intentamos llenar de cualquier manera. No quiero preguntarme por qué los deseé, si no merecen la pena, si sé todos sus miedos. No quiero encontrarme a esos profesores. No fui al funeral, porque hace más de veinte años que asistí al nuestro; no quise ir a la obra de teatro porque, en carnaval, en un portal cercano al instituto a distancia, arrojé bilis entretejida con ácido acetilsalicílico y versos malos; no me interesa saber que vives y das clases de dibujo en un pueblo de Madrid, supongo que para no se te olvide llegar pronto; ya ni te saludo, vecino, donjuán de pacotilla, camino a las tragaperras. Todos sus recuerdos fundidos en negro sólo me aportan desamor. ¿Qué fueron en mi vida? Nada. ¿Qué signifiqué yo en las suyas? Nada. Estamos en paz. ¿Por qué no fui? Por el miedo a encontrarme en el desierto agosto una mirada directa a la médula ardiente que no podría esquivar. Quería encontrarlo en la Gran Vía y, por eso, lo rehuí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario