No se estaba nunca quieto, en las fotografías siempre aparecía
movido, columpiándose en todo lo que pillaba de tal manera que mayores y
pequeños aparecían descolocados, más pendientes de él que del objetivo. Un torbellino
de cinco años que, sobre todo, inquietaba al padre Basilio por su espíritu
indomable y su inteligencia fuera de lo común. Sus orejas de soplillo estaban
atentas a cualquier novedad y sus ojos de miope le daban un aire maduro
irritante. Cuando recibía la paga los domingos, salía disparado, con la
fuerza que le daba su cuerpo pequeño, a comprarse golosinas y tebeos al quiosco
de periódicos, luego se sentaba a silbar en un banco mientras leía. Iba a hacer
la comunión junto a sus compañeros en la iglesia de los salesianos y las horas de catecismo se le hacían
interminables. El día que le tomaron la foto estaba escuchando en boca del salesiano: “Dios
lo puede todo, es omnipotente, no hay nada que se escape a su sabiduría, es el
creador del universo, puede hacer lo imposible…”. Emilito se rascó la nuca y le
interrumpió:
-Padre, Dios no lo puede hacer todo.
El sacerdote se preparó para regañarle y le contestó:
-¿Cómo que no puede hacerlo todo?
-¿A que no es capaz de hacer una cuesta arriba que no tenga
cuesta abajo?
Rojo de ira y sin palabras, el padre Basilio le dio un
reglazo en toda la cabeza que le dolió más a él que al niño. Cuando llegó el fotógrafo,
los alumnos, dóciles y calmados, siguieron las instrucciones. No hubo que
repetir la instantánea.
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