sábado, 14 de junio de 2025

J.J. Millás, Alianzas misteriosas entre abuelos y nietos

 El escritor valenciano publica “Ese imbécil va a escribir una novela”, un libro lleno de ironía donde el autor-protagonista juega con su propia identidad y explora el paso del tiempo, de la juventud al viejo que seremos.

"Sí, y la extrañeza de estar instalado en un país desconocido, que es la vejez, donde ninguna de las normas que te han funcionado en etapas anteriores de la vida, funcionan, Cuando intentas encontrar alguna referencia que te ayude a instalarte en ese país, te viene a la memoria la adolescencia porque se parecen mucho, ambas son como dos extremos, dos exilios al margen de la “normalidad”. John Cheever dice en sus memorias que “en la vejez, hay misterio, hay confusión”. Y yo digo que así podrían empezar perfectamente las memorias de un adolescente. Es por eso por lo que muchas veces se establecen alianzas tan misteriosas entre abuelos y nietos, porque se miran y ambos comprenden que están en mundos complicados, al margen de los demás, y que los demás no pueden entender, solo ellos".

https://www.larazon.es/cultura/juan-jose-millas-nuestras-sociedades-viejo-escombro_20250520682c1a77fafb3457cb271f52.html?fbclid=IwY2xjawKiPNRleHRuA2FlbQIxMQABHrHO0mrfvxS-XgOCD94eGNy

lunes, 9 de junio de 2025

Muñoz Molina y la masculinidad dañina (Cosa de hombres)

 Magnífico artículo de Muñoz Molina (31/5/2025) del que destaco algunos párrafos. El feminismo es también cosa de hombres.

Cosa de hombres

Los varones que hemos ido desprendiéndonos de una masculinidad dañina debemos militar contra la marea negra de los machotes redivivos, los hijos innumerables de los machos alfa del despotismo planetario.

Había en cada pandilla líderes y practicantes precoces. Había una brutalidad física que se manifestaba en los juegos del recreo y en los vestuarios y los patios de la llamada educación física, guiada por un grosero darwinismo de la supremacía de los fuertes, que profesores desalmados, casi todos ellos burócratas falangistas, disfrutaban alentando. Había que aprender a hacerse hombres, decían. El que no cumpliera las exigencias, el torpe, el cobardón, el que no saltara el potro o no escalara la cuerda, recibía el desprecio del profesor y las carcajadas saludables de los compañeros, tempranos aprendices de la crueldad masculina hacia el débil, el raro, el posible mariquita. La obsesión por la hombría se acompañaba de una vigilancia de cualquier síntoma o indicio de afeminamiento: “Hombros anchos, estrecho de culo: maricón seguro”. Había que llevar el reloj con la izquierda, y no olvidarse nunca, cuando se empezaba a fumar, de coger el cigarro también con la izquierda: fumar con la derecha era de mujeres y de maricas. Había que jugar al fútbol lanzándose en tromba y repartiendo patadas. Incluso no jugar al fútbol o no gritar roncamente en las gradas podía ser una prueba de falta de entereza masculina. 

 La patria y los testículos siguen manteniendo su alianza sagrada. El gerifalte del partido fascista que ya está inoculando las instituciones y la vida españolas anda por ahí con la camisa desabotonada para exhibir mejor el desafío irrisorio de su cuello macizo y su torso fornido. A los varones que gracias al influjo educativo y a la camaradería de las mujeres hemos ido desprendiéndonos a lo largo de los años de una gran parte de las adherencias de aquella masculinidad dañina y además embustera nos corresponde vindicar todo lo que hemos aprendido, y nuestra voluntad de seguir aprendiendo, y militar en la medida de lo posible contra la marea negra de los machotes redivivos, los machotes arqueológicos con sus chirriantes armaduras, los hijos innumerables de los machos alfa del despotismo planetario, Trump y Musk y Orbán y Milei y Maduro y Putin y Bolsonaro y Netanyahu.

En la compañía igualitaria de las mujeres hemos ido aprendiendo a manifestar sentimientos, a cultivar la ternura, a vigilar la propensión masculina a alzar la voz más de la cuenta, a estar atentos a los privilegios mayores o menores que ya no nos es lícito aceptar. Cuando el infortunio golpea con toda su crudeza, o cuando se insinúa la tentación del resentimiento, nadie, ni hombre ni mujer, está a salvo, pero ahora sabemos que pocas cosas debilitan y asfixian tanto por dentro a los varones como la coraza ya tan oxidada de la hombría.

domingo, 25 de mayo de 2025

Del todo va a ir bien a todo va "regulinchi"

Un fotograma de 'Los años nuevos' Movistar Plus+
Esta es una historia de amor que nació en una nochevieja de hace ya seis años, creció hiperconectada en tiempos de pandemia y murió después de una corta convivencia. La pareja pasó del todo va a ir bien a todo va regulinchi (regular tirando a mal) para terminar de forma fulminante en un verano devastador. Como la pareja de la serie de televisión Los años nuevos de Rodrigo Sorogoyen, desprendían química pura, se les notaba en la mirada y en la expresión corporal, daba gusto verlos al natural y en las fotos, él tan alto y cariñoso, ella expresiva y divertida parecía una muñequita a su lado. La viva estampa de la felicidad. Todos apostábamos por su relación cuando se fueron a vivir juntos, pero surgieron desencuentros que desconocemos, pequeñas brechas sin necesidad de peleas o celos. Vivir junto a otra persona es tremendamente difícil. El trabajo esclavo al que están sometidos los jóvenes no les ayudó. Él estaba casi todo el día encerrado en casa con un trabajo telemático y ella se pasaba el día fuera, con un horario que a veces duraba desde las 8 de la mañana a las ocho de la noche, sin contar con el tiempo invertido en el transporte de cercanías. El cansancio, la rutina, las tareas domésticas, fueron poco a poco mermando la armonía, su alegría y las ganas de estar juntos. Aun así decidieron adoptar un perro. Gastaron su energía en salvas, el perro les salió canalla, con su locura se comió los muebles y lo que quedaba de su relación. Inopinadamente, ella abandonó el hogar que habían creado con tanta ilusión. Seguían queriéndose, pero ya no podían continuar juntos. No querían conformarse con una vida regulinchi. Solo les queda el recuerdo reparador de haber vivido la plenitud del esplendor en la hierba*. 
Una historia de desamor como tantas otras que deja el corazón herido. Hay amores que cuando terminan producen tanto dolor como una amputación.

*Fragmento de la “Oda a la inmortalidad” del poeta romántico inglés William Wordsworth, conocido por ser recitado y dar título al drama romántico rodado por Elia Kazan en 1961«Aunque ya nada pueda devolvernos la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos, porque la belleza subsiste en el recuerdo«.

Regulinchi, palabra de moda desde la pandemia

La RAE ha documentado el término regulinchi, una manera de decir regular en textos coloquiales y familiares. Se utiliza para responder a la pregunta ¿Cómo estás? Está creado sobre la forma el adjetivo regular añadiendo -inchi, que no es un sufijo tradicional del español. Seguramente está inspirado en la voz chanchi (excelente, estupendo). 
La conquense Mara Moreno popularizó la palabra cuando modificó el mensaje Todo va salir bien que colgaba de nuestras ventanas al comienzo de la pandemia por Todo va a salir regulinchi acompañado de un arcoíris. Daniel Fez en Instagram, con el monólogo que ha llevado a los escenarios La vida regulinchi ha popularizado la frase.


domingo, 18 de mayo de 2025

Glosario sobre edadismo, Fundación ”la Caixa”

 

El edadismo es una forma de discriminación social por cuestión de edad que afecta a muchas personas mayores. El término fue acuñado en 1969 por el gerontólogo Robert Butler. Una de las formas de edadismo más extendidas es el uso inadecuado del lenguaje relacionado con los estereotipos y prejuicios sociales que limitan la comprensión de la diversidad y heterogeneidad de la vejez. La Fundación ”la Caixa” ha creado el Glosario sobre edadismo con el fin de sensibilizar sobre el buen trato a las personas mayores y fomentarlo. Se han recogido más de 300 palabras, y se han seleccionado las 45 más representativas que se agrupan según las formas más habituales de edadismo: infantilización, despersonalización y deshumanización.


sábado, 10 de mayo de 2025

Omar Castro Villalobos, Premio Loewe de Poesía y el problema de la vivienda

Omar Castro Villalobos (Lima 1992) ha ganado el pasado mes de abril el Premio Loewe de Poesía a la Creación Joven por ‘Habitación persona sola’, un poemario en el que denuncia las dificultades que tienen los jóvenes para independizarse. “Es alucinante lo poco que vale una vida en contraste con lo caro que es vivir”.

El joven poeta dedicó su premio a los jóvenes asesinados en las protestas en 2022 y 2023 en Perú, tras el intento de autogolpe y posterior destitución del presidente Pedro Castillo y leyó sus nombres en voz alta uno por uno. Entiende la poesía como "un acto de respiración y movimiento", su libro trata de recoger también el aire de este tiempo, "de un mundo en crisis, en llamas, en convulsión".

 https://elpais.com/cultura/2025-04-03/omar-castro-un-poeta-frente-al-problema-de-la-vivienda-es-alucinante-lo-poco-que-vale-una-vida-en-contraste-con-lo-caro-que-es-vivir.html



sábado, 3 de mayo de 2025

Figaro contra Braulio, las malas maneras del castellano viejo

Para terminar con la urbanidad en la Literatura, incluyo algunos fragmentos de un artículo de costumbres del s. XIX que he leído muchas veces con mis alumnos en clase cuando estudiábamos el Romanticismo.

Mariano José de Larra (1809-1837), escritor y periodista, empleó el sarcasmo y la ironía para provocar en sus lectores una reflexión sobre la necesidad de progreso y modernización en una sociedad profundamente tradicionalista. Larra critica en el artículo de costumbres El castellano viejo a los hombres maleducados, bastos, irrespetuosos, incultos, cuyo comportamiento se centra en las tradicionales costumbres castellanas. Braulio modelo de grosería y de ignorancia, con una “educación a la española”, se contrapone con el personaje de Fígaro, ejemplo de buenas maneras. El artículo empieza con el encuentro de Fígaro (Larra) con Braulio, un amigo al que no aprecia mucho, le invita a comer a su casa. Ya lo dice el refrán español: En la mesa y en el juego, se conoce al caballero.

Ya habrá conocido el lector, siendo tan perspicaz como yo le imagino, que mi amigo Braulio está muy lejos de pertenecer a lo que se llama gran mundo y sociedad de buen tono, pero no es tampoco un hombre de la clase inferior, puesto que es un empleado de los de segundo orden, que reúne entre su sueldo y su hacienda cuarenta mil reales de renta; que tiene una cintita atada al ojal y una crucecita a la sombra de la solapa; que es persona, en fin, cuya clase, familia y comodidades de ninguna manera se oponen a que tuviese una educación más escogida y modales más suaves e insinuantes. Mas la vanidad le ha sorprendido por donde ha sorprendido casi siempre a toda o a la mayor parte de nuestra clase media, y a toda nuestra clase baja. Es tal su patriotismo, que dará todas las lindezas del extranjero por un dedo de su país. Esta ceguedad le hace adoptar todas las responsabilidades de tan inconsiderado cariño; de paso que defiende que no hay vinos como los españoles, en lo cual bien puede de tener razón, defiende que no hay educación como la española, en lo cual bien pudiera no tenerla; a trueque de defender que el cielo de Madrid es purísimo, defenderá que nuestras manolas son las más encantadoras de todas las mujeres: es un hombre, en fin, que vive de exclusivas, a quien le sucede poco más o menos lo que a una parienta mía, que se muere por las jorobas solo porque tuvo un querido que llevaba una excrecencia bastante visible sobre entrambos omóplatos.

No hay que hablarle, pues, de estos usos sociales, de estos respetos mutuos, de estas reticencias urbanas, de esa delicadeza de trato que establece entre los hombres una preciosa armonía, diciendo solo lo que debe agradar y callando siempre lo que puede ofender. Él se muere «por plantarle una fresca al lucero del alba», como suele decir, y cuando tiene un resentimiento, se le «espeta a uno cara a cara». Como tiene trocados todos los frenos, dice de los cumplimientos que ya sabe lo que quiere decir «cumplo» y «miento»; llama a la urbanidad hipocresía, y a la decencia monadas; a toda cosa buena le aplica un mal apodo; el lenguaje de la finura es para él poco más que griego: cree que toda la crianza está reducida a decir «Dios guarde a ustedes» al entrar en una sala, y añadir «con permiso de usted» cada vez que se mueve; a preguntar a cada uno por toda su familia, y a despedirse de todo el mundo; cosas todas que así se guardará él de olvidarlas como de tener pacto con franceses. En conclusión, hombres de estos que no saben levantarse para despedirse sino en corporación con alguno o algunos otros, que han de dejar humildemente debajo de una mesa su sombrero, que llaman su «cabeza», y que cuando se hallan en sociedad por desgracia sin un socorrido bastón, darían cualquier cosa por no tener manos ni brazos, porque en realidad no saben dónde ponerlos, ni qué cosa se puede hacer con los brazos en una sociedad.

A continuación, Larra explora la parodia, la caricatura y lo grotesco para satirizar los malos usos en el banquete. Le obligan a comer y beber a la fuerza en un lugar estrecho donde todos tropiezan. Braulio reprocha a su mujer que la comida no está a punto y ella culpa a las criadas. El trinchador deja caer el capón, el capón tira el vino, el criado corre a la cocina y se choca con la criada que trae otros platos… Además de otros muchos momentos desagradables: hábitos poco higiénicos de los comensales, un niño tirando aceitunas, un gordo que deja todos los huesos al lado del pan... La lectura nos recuerda a una película llena de gags del cine mudo o de los hermanos Marx. 

Los días en que mi amigo no tiene convidados se contenta con una mesa baja, poco más que banqueta de zapatero, porque él y su mujer, como dice, ¿para qué quieren más? Desde la tal mesita, y como se sube el agua del pozo, hace subir la comida hasta la boca, adonde llega goteando después de una larga travesía; porque pensar que estas gentes han de tener una mesa regular, y estar cómodos todos los días del año, es pensar en lo excusado. Ya se concibe, pues, que la instalación de una gran mesa de convite era un acontecimiento en aquella casa; así que se había creído capaz de contener catorce personas que éramos en una mesa donde apenas podrían comer ocho cómodamente. Hubimos de sentarnos de medio lado, como quien va a arrimar el hombro a la comida, y entablaron los codos de los convidados íntimas relaciones entre sí con la más fraternal inteligencia del mundo. Colocáronme por mucha distinción entre un niño de cinco años, encaramado en unas almohadas que era preciso enderezar a cada momento porque las ladeaba la natural turbulencia de mi joven adlátere, y entre uno de esos hombres que ocupan en el mundo el espacio y sitio de tres, cuya corpulencia por todos lados se salía de madre de la única silla en que se hallaba sentado, digámoslo así, como en la punta de una aguja. Desdobláronse silenciosamente las servilletas, nuevas a la verdad, porque tampoco eran muebles en uso para todos los días, y fueron izadas por todos aquellos buenos señores a los ojales de sus fraques como cuerpos intermedios entre las salsas y las solapas.

A todo esto, el niño que a mi izquierda tenía, hacía saltar las aceitunas a un plato de magras con tomate, y una vino a parar a uno de mis ojos, que no volvió a ver claro en todo el día; y el señor gordo de mi derecha había tenido la precaución de ir dejando en el mantel, al lado de mi pan, los huesos de las suyas, y los de las aves que había roído; el convidado de enfrente, que se preciaba de trinchador, se había encargado de hacer la autopsia de un capón, o sea gallo, que esto nunca se supo: fuese por la edad avanzada de la víctima, fuese por los ningunos conocimientos anatómicos del victimario, jamás parecieron las coyunturas. «Este capón no tiene coyunturas», exclamaba el infeliz sudando y forcejeando, más como quien cava que como quien trincha. ¡Cosa más rara! En una de las embestidas resbaló el tenedor sobre el animal como si tuviera escama, y el capón, violentamente despedido, pareció querer tomar su vuelo como en sus tiempos más felices, y se posó en el mantel tranquilamente como pudiera en un palo de un gallinero.

Fígaro termina huyendo del lugar para rodearse de hombres educados que fingen estimarse aunque no se quieran:

Vístome y vuelo a olvidar tan funesto día entre el corto número de gentes que piensan, que viven sujetas al provechoso yugo de una buena educación libre y desembarazada, y que fingen acaso estimarse y respetarse mutuamente para no incomodarse, al paso que las otras hacen ostentación de incomodarse, y se ofenden y se maltratan, queriéndose y estimándose tal vez verdaderamente.


domingo, 27 de abril de 2025

Erasmo de Rotterdam (1530) y Agustín García Calvo (1985), las buenas maneras aplicadas a los niños

El texto De la urbanidad en las maneras de los niños (De civilitate morum puerilium) de Erasmo de Rotterdam, publicado  en 1530 en los Países Bajos y dedicado al Príncipe Enrique de Borgoña, constituye el primer intento de tratamiento sistemático de las buenas maneras aplicadas a la educación de los niños. Enseguida alcanzó un gran éxito, en vida del autor ya había sido traducido al inglés, al francés, al alemán y al checo. Sin embargo, la traducción al castellano no se produjo hasta 1985, con la edición bilingüe latín-español de Agustín García Calvo que incluye un comentario de la socióloga Julia Varela.

La obra de Erasmo está concebida también como una cartilla de buen latín, con los recursos gramaticales y léxicos y los tropos con los que un niño de once años debía estar familiarizado. Dividida en veinte epígrafes, los once primeros se refieren a los usos sociales del cuerpo, es decir, a las necesidades naturales del cuerpo que la civilización obliga a codificar como comer, escupir, estornudar, defecar etc. Sus usos son objeto de una regulación precisa y definida. Se detiene en los ojos, las cejas, la frente, las narices, las mejillas, la boca, los dientes para luego llegar al cabello y más tarde al porte, al andar, al sentarse o estar quedo.

Leyendo el ameno libro que debería leerse en las clases de tutoría, observamos que las costumbres, algunas indecorosas y poco saludables, que nos hacen inciviles no han cambiado a lo largo de estos casi cinco siglos. Hay criterios ideales que marcan la distinción entre bárbaros y civilizados, entre lo que está bien y está mal. Como aparece en la solapa del libro: "Frente a los que sostienen que la educación ha tenido como finalidad primordial el cultivo del espíritu, la saga de obras de urbanidad iniciada por Erasmo muestra más bien que el cuerpo fue y sigue siendo su soporte real, material y simbólico"*.

Sorprende comprobar que Erasmo es mucho más indulgente que las monjas de mi colegio (Ver algunas consideraciones y elucubraciones sobre el adoctrinamiento (y 7), sustituye la represión por la seducción, la orden por el consejo, como se puede ver en sus consideraciones finales:

A quienes les tocó en suerte ser de buena cuna, deshonroso les es no responder a su linaje con sus maneras; aquellos que Fortuna quiso que fuesen plebeyos, de condición humilde y aun campesina, con más empeño aún les toca afanarse en que aquello que la suerte les rehusó lo compensen con la elegancia de sus maneras. Nadie puede para sí elegir padres o patria; pero puede cada cual hacerse su carácter y modales. 

Séame dado añadir a guisa de colofón un preceptillo que a mí me parece casi casi que digno del lugar primero: parte principal es de la urbanidad que, en tanto que tú no cometes falta alguna, fácilmente disculpes las faltas de los otros, y no tengas en menos estima a un compañero por el hecho de que tenga algunas maneras un tanto desaguisadas; pues hay quienes la rudeza de sus maneras la compensan con otras dotes; ni se dan aquí estos preceptos en la idea de que sin ellos nadie pueda ser bueno. Pero si por ignorancia peca tu compañero en algo en todo caso que parezca de cierta importancia, advertírselo a solas y amablemente es de urbanidad.


Aquí puedes leer y descargar la edición bilingüe de Agustín García Calvo.