El texto De la urbanidad en las maneras de los niños (De civilitate morum puerilium) de Erasmo de Rotterdam, publicado en 1530 en los Países Bajos y dedicado al Príncipe Enrique de Borgoña, constituye el primer intento de tratamiento sistemático de las buenas maneras aplicadas a la educación de los niños. Enseguida alcanzó un gran éxito, en vida del autor ya había sido traducido al inglés, al francés, al alemán y al checo. Sin embargo, la traducción al castellano no se produjo hasta 1985, con la edición bilingüe latín-español de Agustín García Calvo que incluye un comentario de la socióloga Julia Varela.
La obra de Erasmo está concebida también como una cartilla de buen latín, con los recursos gramaticales y
léxicos y los tropos con los que un niño de once años debía estar
familiarizado. Dividida en veinte epígrafes, los once primeros se refieren a
los usos sociales del cuerpo, es decir, a las necesidades naturales del cuerpo
que la civilización obliga a codificar como comer, escupir, estornudar, defecar
etc. Sus usos son objeto de una regulación precisa y definida. Se detiene en
los ojos, las cejas, la frente, las narices, las mejillas, la boca, los dientes
para luego llegar al cabello y más tarde al porte, al andar, al sentarse o estar
quedo.
Leyendo el ameno libro que debería leerse en las clases de tutoría, observamos que las
costumbres, algunas indecorosas y poco saludables, que nos hacen inciviles no han cambiado a lo largo de estos casi cinco siglos. Hay criterios
ideales que marcan la distinción entre bárbaros y civilizados, entre lo que
está bien y está mal. Como aparece en la solapa del libro: "Frente a los que sostienen que la educación ha tenido
como finalidad primordial el cultivo del espíritu, la saga de obras de
urbanidad iniciada por Erasmo muestra más bien que el cuerpo fue y sigue siendo
su soporte real, material y simbólico"*.
Sorprende comprobar que Erasmo es mucho más indulgente que las monjas de mi colegio (Ver algunas consideraciones y elucubraciones sobre el adoctrinamiento (y 7), sustituye la represión por la seducción, la orden por el consejo, como se puede ver en sus consideraciones finales:
A quienes les tocó en suerte ser de buena cuna, deshonroso les es no responder a su linaje con sus maneras; aquellos
que Fortuna quiso que fuesen plebeyos, de condición humilde y aun campesina, con más empeño aún les toca afanarse
en que aquello que la suerte les rehusó lo compensen con la
elegancia de sus maneras. Nadie puede para sí elegir padres
o patria; pero puede cada cual hacerse su carácter y modales.
Séame dado añadir a guisa de colofón un preceptillo que a mí me parece casi casi que digno del lugar primero: parte principal es de la urbanidad que, en tanto que tú no cometes falta alguna, fácilmente disculpes las faltas de los otros, y no tengas en menos estima a un compañero por el hecho de que tenga algunas maneras un tanto desaguisadas; pues hay quienes la rudeza de sus maneras la compensan con otras dotes; ni se dan aquí estos preceptos en la idea de que sin ellos nadie pueda ser bueno. Pero si por ignorancia peca tu compañero en algo en todo caso que parezca de cierta importancia, advertírselo a solas y amablemente es de urbanidad.
Aquí puedes leer y descargar la edición bilingüe de Agustín García Calvo.
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