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Eusebio Pérez Valluerca. Lavadero del Manzanares,1887 |
Las
lavanderas tenían en el río un lugar de trabajo y un lugar de encuentro para
socializar, mientras los hombres se relacionaban en la taberna, la plaza o el
abrevadero. Frente al salón de té o la Iglesia, espacios de encuentro de las
mujeres de clase alta, el lavadero se constituye en un entorno exclusivamente
femenino para las clases populares. Como hemos visto en la entrada El trabajo de las mujeres: las lavanderas (8 de marzo), la imagen de las lavanderas ha sido
muy utilizada en el arte, y también en las obras literarias de todos los tiempos, tanto en la
literatura popular como en la culta. Por último, y dentro del arte musical debemos citar los libretos de zarzuela de los autores Ricardo de la Vega, Carlos Arniches o Miguel Ramos Carrión. en obras como Los baños inútiles (1765), El año pasado por agua (1889), El chaleco blanco (1890), El agua del Manzanares (1918), entre otros muchos ejemplos.Canciones tradicionales referidas al
trabajo de las lavanderas
En el mundo tradicional existe una presencia considerable del folklore asociado a las lavanderas que, desde la sombra y acompañadas de canciones y de bailes, mantuvieron uno de los pilares más importantes de nuestras vidas como es la higiene. Las canciones de lavanderas o del lavadero
eran canciones de carácter popular referidas
al su trabajo. Transmitidas oralmente, se cantaban mientras las
mujeres trabajaban. Han quedado recogidas en distintos cancioneros, destacando los
de la zona de Andalucía, Galicia y Cataluña (el Cançoner popular de Catalunya). Algunas
frases hechas y refranes incorporados al acerbo lingüístico catalán perpetúan
todavía el recuerdo esta actividad: "fer bugada", "fer
sagareig" que han sido señalados
por diversos autores como sinónimo de bullicio, chismorreo, fisgoneo, pero
también de limpieza. A ellos habría que añadir la frase "molta roba i poc
sabó" como expresión de escasos medios para realizar una gran tarea, que
incluso sirvió de título de un libro de relatos de la escritora barcelonesa Montserrat
Roig publicada en 1971 (Mucha ropa y poco jabón... y tan limpia que la quieren).
Incluso
muchos folcloristas piensan que las nanas y las canciones infantiles serían
también “cantos de trabajo”. Todos conocemos la famosa canción San Serenín, un juego de "oficios" en el que se mencionan ocupaciones tratando de imitarlas con gestos:
San Serenín de la buena, buena vida.
Hacen así,
Así las lavanderas, así, así, así.
Así me gusta a mí.
Siglo de Oro
Como
personajes bien definidos por su oficio y condición humana, las lavanderas
aparecen en pleno Siglo de Oro de la mano de autores reconocidos como las escritas
por Lope de Vega en las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de
Burguillos, la protagonista es una lavandera del río Manzanares, de nombre
Juana –como la esposa de Lope, muerta en 1613–. También las describe Lope en su
comedia La moza de cántaro (1618) con estas octavas reales:
Tomé el jabón
con tanto desvarío
para lavar de
un bárbaro despojos,
que hasta los
paños me llevaba el río,
mayor con la
creciente de mis ojos.
Cantaban
otras con alegre brío,
y yo, Leonor,
lloraba mis enojos;
lavaba con
los mesmo que lloraba
y al aire de suspiros
lo enjuagaba.
Los costumbristas
Bretón de los Herreros cultivó el artículo costumbrista en la línea de Ramón Mesonero Romanos, colaborando en el Semanario Pintoresco Español y en Los españoles pintados por sí mismos con la descripción de tipos humildes como las castañeras, las lavanderas y las nodrizas. Leed aquí, La lavandera, artículo que pretende ser gracioso y no lo es.
Federico García Lorca
Aparte de las
canciones de trabajo cantadas por las propias lavanderas, existía otra
tipología de canciones, la que los muchachos cantaban para las lavanderas. Federico
García Lorca en su Poema del cante Jondo: Lola, ya introduce una canción sobre una lavandera que lava bajo un naranjo
en flor, con una estructura muy similar a la que desarrolla, años más tarde, en
Yerma. Lorca sitúa en la tragedia de Yerma
un coro de lavanderas cantando en el arroyo mientras lavan su ropa (Primera escena del acto segundo). Comentan la frustración erótica de la protagonista, a
través, primero de un diálogo y después de una larga canción llena de
simbolismo.
El mito de las lavanderas nocturnas
En el cuento Las lavanderas nocturnas, George Sand se
hace eco del gusto romántico por las leyendas tradicionales y, en especial, por las
de tinte esotérico. Aunque recoge otras historias, se centra principalmente en
una muy trágica: la que narra cómo las mujeres que han matado a sus hijos se
reúnen de noche, en torno a las fuentes para aterrar a los viajeros que pasan
cerca. Las leyendas
de la lavandera del folclore moderno incluyen muchas consideraciones morales
inspiradas en la religión cristiana: recordatorio de prohibiciones religiosas,
expiación de los pecados por un alma inquieta, lavandera asimilada a criatura
del diablo ... Según las leyendas bretonas, las lavanderas son fantasmas solitarios, con
rostro aterrador y generalmente dotados de gran fuerza o agilidad. Según las
leyendas, guardan silencio o se dirigen al transeúnte, pidiéndole a veces ayuda
para escurrir la ropa."A lavandeira de noite" es una canción popular gallega que Carlos Núñez versionó e incluyó en su disco Os amores libres, del año 1999, en el que participó la cantante Noa poniéndole voz.
Literatura realista
En la
literatura realista podemos citar a Arturo Barea, Pío Baroja, Ignacio Aldecoa o a los
numerosos costumbristas madrileños. Pío Baroja fue el primer
intelectual en percatarse de la miseria de Madrid a comienzos de siglo XX. Pero observaba desde lejos, desde los puentes, el Manzanares al que describió como un “río feo, trágico,
siniestro, maloliente; río negro que lleva detritos de alcantarillas, fetos y
gatos muertos” y nos dio una visión pintoresca de las mujeres
lavando entre ropa blanca tendida al sol: “En los lavaderos del Manzanares
brillaban al sol ropas puestas a secar con vívida blancura". (La Busca,
1904).
Arturo Barea en su trilogía “La forja de un rebelde” (Buenos Aires, 1951) sí que nos contó las miserias de ese trabajo tan duro: “Yo sé lo que es ser el hijo de la lavandera. Sé lo que es que le recuerden a uno la caridad”. Representa el despliegue narrativo de la mirada de alguien que se indigna ante lo intolerable, que se rebela contra la pobreza que vivió en sus propias carnes. Madrid, verano de 1907, el escritor es un niño de nueve años que estudia en las Escuelas Pías de San Fernando, en el barrio de Lavapiés. Vive con su madre Leonor, viuda que trabaja como lavandera en el río Manzanares para sacar adelante a sus cuatro hijos, de los que Arturo es el benjamín. El libro empieza con una magistral descripción en un día de sol de las riberas del Manzanares. Para mí la trilogía fue todo un descubrimiento, el siguiente texto lo he utilizado muchas veces en clase. Capítulo I.
Los doscientos pantalones se llenan de viento y se inflan. Me parecen hombres gordos sin cabeza, que se balancean colgados de las cuerdas del tendedero. Los chicos corremos entre las hileras de pantalones blancos y repartimos azotazos sobre los traseros hinchados. La señora Encarna corre detrás de nosotros con la pala de madera con que golpea la ropa sucia para que escurra la pringue. Nos refugiamos en el laberinto de calles que forman las cuatrocientas sábanas húmedas. A veces consigue alcanzar a alguno; los demás comenzamos a tirar pellas de barro a los pantalones. Les quedan manchas, como si se hubieran ensuciado en ellos, y pensamos en los azotes que le van a dar por cochino al dueño. Por la tarde, cuando los pantalones están secos, ayudamos a contarlos en montones de diez hasta completar los doscientos. Los chicos de las lavanderas nos reunimos con la señora Encarna en el piso más alto de la casa del lavadero. Es una nave que tiene encima el tejado doblado en dos. La señora Encarna cabe en medio de pie y casi da con el moño en la viga central. Nosotros nos quedamos a los lados y damos con la cabeza en el techo. Al lado de la señora Encarna está el montón de pantalones, de sábanas, de calzoncillos y de camisas. Al final están las fundas de las almohadas. Cada prenda tiene un número, y la señora Encarna los va cantando y tirándolas al chico que tiene aquella docena a su cargo. Cada uno de nosotros tenemos a nuestro lado dos o tres montones, donde están los «veintes», los «treintas» o los «sesentas». Cada prenda la dejamos caer en su montón correspondiente. Después, en cada funda de almohada, como si fuera un saco, metemos un pantalón, dos sábanas, un par de calzoncillos y una camisa, que tienen todos el mismo número. Los jueves baja el carro grande, con cuatro caballos, que carga los doscientos talegos de ropa limpia y deja otros doscientos de ropa sucia.
Claudio Rodríguez, A mi ropa tendida (Conjuros, 1958)
Claudio Rodríguez había escrito un poema sobre las lavanderas en el río, pero cuando se lo mostró a Vicente Aleixandre, este le dijo: “Este poema no trata de la ropa, trata del alma”. Daba así un simbolismo transcendental a la humildísima tarea de aquellas mujeres, muertas de frío, que nos permitían recuperar la blancura
(El alma)
Me la están refregando, alguien la aclara.
¡Yo que desde aquel día
la eché a lo sucio para siempre, para
ya no lavarla más, y me servía!
¡Si hasta me está más justa¡ No la he puesto
pero ahí la veis todos, ahí, tendida,
ropa tendida al sol. ¿Quién es? ¿Qué es esto?
¿Qué lejía inmortal, y que perdida
jabonadura vuelve, qué blancura?
Como al atardecer el cerro es nuestra ropa
desde la infancia, más y más oscura
y ved la mía ahora. ¡Ved mi ropa,
mi aposento de par en par! ¡Adentro
con todo el aire y todo el cielo encima!
¡Vista la tierra tierra! ¡Más adentro!
¡No tenedla en el patio: ahí en la cima,
ropa pisada por el sol y el gallo,
por el rey siempre!
He dicho así a media alba
porque de nuevo la hallo,
de nuevo el aire libre sana y salva.
Fue en el río, seguro, en aquel río
donde se lava todo, bajo el puente.
Huele a la misma agua, a cuerpo mío.
¡Y ya sin mancha! ¡Si hay algún valiente,
que se la ponga! Sé que le ahogaría.
Bien sé que al pie del corazón no es blanca
pero no importa: un día...
¡Qué un día, hoy, mañana que es la fiesta!
Mañana todo el pueblo por las calles
y la conocerán, y dirán: «Esta
es su camisa, aquella, la que era
sólo un remiendo y ya no le servía.
¿Qué es este amor? ¿Quién es su lavandera?»
Ignacio Aldecoa, cuentos
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Puente de Segovia |
Josefina, la esposa
de Ignacio Aldecoa en el prólogo de Cuentos Completos comenta que en la década
de los cincuenta vivió cerca el sitio de las lavanderas con sus tendederos en el Manzanares que había sido ocupado por chabolas hasta que se canalizó para reutilizar los
márgenes para la construcción residencial. Muchos escritos suyos de esa época nos
acercan a las penurias del Madrid de la posguerra. Aun así, algunas mujeres
seguían yendo a lavar como nos muestra la fotografía de José Pastor, fotoperiodista que trabajó en el diario Arriba, que se puede fechar en la década de 1960.
Elena Poniatowska: “Las lavanderas”
El relato “Laslavanderas”, pertenece a la colección de cuentos “De Noche Vienes” (1979) el propósito del texto, es dar voz a los sin voz, dar la palabra a las mujeres mejicanas excluidas del discurso social y así denunciar las condiciones de su trabajo
Carmen Gallardo, La reina de las lavanderas (2012)
Esta novela histórica nos relata la vida de María Victoria
dal Pozzo que se casó con el príncipe Amadeo de Saboya. El destino hizo que los
dos se sentaran en el trono de España, tras la expulsión de Isabel II, desde
1871 a 1873. Extranjera en una tierra que no supo valorarla, soportó los amoríos
de su marido, las humillaciones de la aristocracia y el perpetuo temor a un
atentado. Aun así, se entregó a la sociedad que la rechazaba y fundó la primera
guardería, el asilo de las lavanderas. Pocos días después de dar a luz a su
último hijo, perdió la corona. Murió a los veintinueve años en Italia consumida
por la tuberculosis. María Victoria fue una reina efímera, desconocida, culta y virtuosa en un país convulso e inestable. Esta es su visión de las lavanderas:
«Iban ensimismadas en su charla mientras dejaban atrás el
recinto palaciego… cuando el ruido de un
carruaje las hizo volver la cabeza. Vieron un mar de ropas tendidas moviéndose
al ritmo del suave viento… repentinamente surgieron tres críos que venían
exhaustos. No tendrían más de seis o siete años y tras ellos renqueaba uno aún
más pequeño, todos parecían cubiertos de aguas negras y de barro…». «¿Cómo ser
reina de un pueblo que pasa tanta miseria? ¿cómo no solventar la penuria de
quienes parecen olvidados de la mano divina?… Esas criaturas necesitan cuidados
y protección mientras sus madres buscan el sustento».
Begoña M.Rueda, Servicio de lavandería
También me gustaría referirme a Begoña M. Rueda, poeta y lavandera que ha ganado el premio Hiperión (Servicio de Lavandería, 2021), gracias a su poemario sobre su trabajo en el Hospital Punta de Europa de Algeciras. Ella conoce mejor que nadie este oficio, ahora rodeado de máquinas.
En la lavandería del hospital donde trabajo
la ropa de los enfermos, la ropa
de los que o regresan de la úlcera
o se dejan amarillear por la muerte,
se amontona en bolsas a las siete de la mañana.
Dos lavadoras industriales
bastan para blanquear la ropa de las heces
y de la sangre que podría ser mi sangre, mi miseria
podría ser, algún día, un camisón
cubierto de vómito
de los que una vez lavados lucen como nuevos,
bendita sea mi vida, bendita mi salud.
En los jardines de la Virgen del Puerto (Madrid Río) se han recreado los antiguos lavaderos que existían en este lugar, mediante la construcción de cuatro fuentes longitudinales de granito con forma de lavadero. Las fuentes son muy estilizadas y minimalistas pero con su belleza no reflejan la dureza del Manzanares y falta el recuerdo de esas mujeres que se dejaron la salud para que otros viviesen mejor. No hay ningún rastro de esta historia de sabañones, bronquitis y trabajo compartido.
Por último, tengo que decir que esta entrada es sólo una aproximación a un estudio que me parece muy interesante, seguro que faltan muchos datos y nombres. Aquí lo dejo por si a alguien le interesa o le puede servir.