La homofobia es el rechazo constante de personas
heterosexuales a las homosexuales o bisexuales. La sociedad
siempre ha decidido que lo hétero es lo natural y desvaloriza y ridiculiza al
grupo homosexual. Pero lo paradójico es
que esta educación basada en estereotipos hace que el propio homosexual reprima su propia sexualidad; es habitual que desprecie
a otros homosexuales percibidos como afeminados (plumofobia). Cuando una persona niega sus propios deseos,
sentimientos y gustos, repercute en sus relaciones interpersonales, en su vida
sexual e incluso en su salud física y emocional. Son los mismos patrones de
exclusión y odio -misoginia, clasismo, racismo, machismo- los que se dan
también dentro de un colectivo que agrupa a realidades muy diferentes entre sí.
Toda esta parrafada viene a cuento de un libro de memorias (El hijo del Capitán Trueno) y una película (El poder del perro) que fueron novedades a finales del año pasado y
que son un ejemplo de masculinidad tóxica. Son la prueba de que la homofobia
internalizada hace tanto daño como la que viene del exterior: la humillación autopercibida, la sensación de fracaso,
el miedo a no ser querido, el miedo a no ser lo que los demás esperan de uno. Las
dos obras reflejan un mundo masculino y machista por antonomasia: el de los vaqueros y los toreros, donde podemos adivinar el miedo
permanente a que los demás descubran un secreto que, por otra parte, salta a la
vista y que todos conocen, así que intentar ocultarlo es siempre un camino que
no lleva a ningún sitio excepto al sufrimiento. Y lo más terrible, una vez más, es que las víctimas se convierten a su vez en verdugos.
No he leído el libro, pero la historia de Miguel Bosé y el
desencuentro con su padre torero son bien conocidos porque la televisión nos la
ha contado mil veces. La hermosa y sorprendente película de Jane Campion, sin apenas diálogos, me ha sorprendido porque tiene todos los ingredientes de una tragedia
de Shakespeare. En un paisaje deslumbrante, heroico y crepuscular, rodeado por hombres alfa, el personaje de Phill, entre la culpa y la tortura,
vive encerrado en sí mismo sin aceptar su propia sexualidad. Pronto
se ve amenazado por la mujer de su hermano y el hijo de esta que, como un espejo,
refleja su propia imagen: un ser inteligente, afeminado y sensible, al que primero rechaza y del que luego se enamora,
repitiendo la historia que él vivió de joven. Pero el estudiante de medicina no
quiere morir como su padre e idea una venganza macabra digna de la Florencia de
los Medici para sacar del alcoholismo a su madre Rosie y librarla del poder del perro. Muerto el perro, se acabó
la rabia: en ese idílico paisaje su madre volverá a ser feliz y su crimen permanecerá impune. La soga con la que se ahorcó el padre del joven y la que obsesivamente teje el personaje principal se convierten en el símbolo de la represión de los hombres "distintos". La frase «el poder del perro» viene de la Biblia, Salmo
22:20: Libra mi alma de la espada; mi vida del poder del perro. El poder
del perro tiene que ver con ese tipo de pasión: un instinto animal que es
sexual y vicioso, fuerte y peligroso. Además, se trata de ese perro que se dibuja en la silueta de las montañas de Nevada que solo los más perceptivos pueden ver y que representa la figura mítica del vaquero Bronco Henry. Un western contemporáneo que se adentra en las contradicciones del ser humano. Recomendable.