Me robaron la cartera de la mochila después de un largo
paseo, cuando llegaba a casa, no sé si en un semáforo o en una frutería. Volvía
cargada con una bolsa llena de compras, confiada y feliz porque después de unos
días de perro por fin lucía el sol. Fue un robo de manual, de los que ponen mil
veces en televisión, iba descuidada y el amigo de lo ajeno, siempre al acecho
aunque no fuera un lugar turístico, aceptó mi invitación al robo. Cuando fui a
pagar en la frutería, la mochila estaba abierta y ni rastro del monedero. Me
sorprendió la actitud del dependiente, sonrió, mi sexto sentido me dijo que lo
había visto pero callaba. Rápidamente se me encendieron todas las alarmas, llamé
para anular las tarjetas y me dirigí a la comisaría de mi barrio, la de Leganitos, a denunciar el
robo del DNI. Ya en la puerta me disuadieron: estamos saturados, hay entre una
hora y media o dos de retraso, te conviene más ir a otra, hay poco personal y
no damos abasto.
Con lo nerviosa que
estaba, preferí pagar mi descuido lo antes posible y quedarme allí en la sala de
espera tercermundista, un cubículo atestado de gente, oscuro, sucio y con el
ruido renqueante de una máquina expendedora de comida y bebida. La mayoría eran
extranjeros a los que habían robado el móvil o la cartera. De todas formas, si el trámite lo
hubiese hecho por internet también tendría que firmarlo allí después de esperar
turno. Así que para una gestión de apenas diez minutos estuve esperando desde
las 3 de la tarde a las 6,30. Para robarme apenas veinte euros me habían
fastidiado bien el día. Supongo que el
colapso de la comisaría más céntrica de Madrid hace que la mayoría se vaya sin
denunciar y esos robos no figuren en las estadísticas para dar una imagen más
segura de la ciudad. Impresentable me pareció también que los policías,
entrenados para otras tareas, se
encargaran de la burocracia más fácil, un
administrativo lo hubiese hecho de una forma más rápida y eficaz. Se requiere
una reorganización del servicio. Las mujeres policías con las que traté, muy
competentes.
Al día siguiente, a las 11 de la mañana, subió el portero a
mi casa y me devolvió la cartera con la documentación dentro, un barrendero la
había encontrado en la calle Santa Cruz de Marcenado. Casi me lo como a besos.
Sentí no poder agradecérselo en persona al barrendero que se tuvo que desviar
de su ruta, porque no sabe la de trámites y tiempo que me ha ahorrado. Siempre
hay buenas personas que te hacen recobrar la esperanza en la humanidad. Ahora ando documentada pero sin un euro.
A partir de ahora, en el bolso el dinero irá por un lado y
la documentación y las tarjetas por otro, como hacía antes de estar jubilada y
me pasaba el día en transporte público.
Recordando, creo que me han robado por lo menos unas diez veces
en toda mi vida, con y sin violencia, conocidos y desconocidos (los robos del corazón no cuentan en esta estadística). La última, en la sala de profesores de un
Instituto, a última hora de la mañana. Tenía un principal sospechoso y para avisar a mis compañeros de posibles hurtos puse un papel junto a la fuente de
agua:
ESTIMADO LADRÓN:
VIVIMOS TIEMPOS DUROS POR
LA CRISIS. ME HUBIESE GUSTADO QUE, EN VEZ DE ROBARME, ME HUBIERAS PEDIDO AYUDA. POR FAVOR, DEVUÉLVEME EL MONEDERO, QUE LE TENGO CARIÑO. Y LAS FOTOS DE MIS SOBRINOS QUE SON IRREEMPLAZABLES.
GRACIAS.
No hice denuncia, pero un año después me llamó la policía porque
había encontrado mi cartera en un registro de una vivienda relacionada con
drogas. Las sospechas se hicieron ciertas: era el conserje.
P.D. La frutería sospechosamente está cerrada y mi mochila en el armario. Mis amigos alicantinos, directos descendientes de los fenicios, me recordaron que hay algunos seguros que contemplan en sus pólizas el robo de pertenencias fuera de la vivienda. Así que al final me sirvió la denuncia para reclamar al seguro que en breve me dirá a cuánto asciende.