domingo, 8 de marzo de 2015

Malas noticias

La taimada, mentirosa, incombustible y mala actriz,  ha sido designada para la alcaldía de Madrid. No tengo palabras. Solo  palabrotas. ¡Qué mala imagen para el día de la mujer trabajadora!

Paralelismos
Como cada vez que uso el transporte público urbano suele tocarme de compañera gente de pocos recursos y bajo nivel social, a veces extranjeros, que hacen que mi trayecto no me resulte lo cómodo que podría esperarme, voy a proponerle a mi alcalde que suprima alguna línea actual y en su lugar cree otra que, para el mismo trayecto, cueste algo más cara, lo suficiente como para que esa gente siga usando la línea antigua y en la nueva sólo vayamos los que disponemos de más medios. Total, a ellos les dará igual tenerme o no de compañero y yo, desde luego, iré más cómodo así. ¿Que soy un egoísta? ¿Que mis argumentos son despreciables? ¿Que ninguna Administración pública será tan irresponsable como para hacerme el juego? ¡Qué va! Cambiemos “transporte” por “educación” y… ¡ahí está!: ¿o qué es, si no, la enseñanza concertada?— Roberto García de la Calera.

sábado, 7 de marzo de 2015

Extraños compañeros de viaje

Fue un viaje a ciegas. No se sabe cómo, pero los dos fueron enrollados para pasar unos días con una pareja de amigos. No se conocían. A cada uno de ellos le dijeron que si no le importaba que fuese su amigo-a, muy majo-a, por cierto. Pues claro que no, contestaron. No hicieron preguntas, no se vieron antes de emprender la marcha. Los cuatro eran profesores jubilados. En el aeropuerto se miraron de reojo con gran susto. Ella pensó: qué tipo más extraño, delgado, inexpresivo, calvo con una estrella roja en la boina. Él pensó: qué mujer más estrafalaria, gordita, nerviosa, con una escarola pelirroja en la cabeza. Cuando se repartieron las habitaciones en el hotel, dijeron al unísono que ellos compartirían una. En el ascensor ella le comentó: tengo que avisarte que ronco, me lo han dicho mis sobrinos y un sobrino nunca miente. No importa, respondió. Ella no había dormido nunca en una habitación con un desconocido, se sentía insegura; el primer día durmió fatal, no sabía dónde cambiarse, qué hacer con la ropa, cómo apañárselas en el cuarto de baño. Él durmió a pierna suelta, acostumbrado a viajar a sitios exóticos con compañías de todo tipo. El segundo todo fue mejor. Los dos, callados, con un peculiar sentido del humor, están acostumbrados a estar solos. La convivencia fue muy fácil. Distantes y cercanos, nunca se contaron sus sentimientos. Pasados los cuatro días, se despidieron con una mezcla extraña de pena y liberación. Les resultó muy duro acostumbrarse a la vida cotidiana después de unos días tan intensos. 

jueves, 5 de marzo de 2015

Las cuatro estaciones

Hice estas cartulinas para ayudar a una compañera que estaba preparando las oposiciones de infantil. Solo se necesita un poco de paciencia y creatividad. Utilice elementos diversos que hay en todas las casas: cartulinas de distintas texturas, telas, algodón, rotuladores, fieltros... Las pongo aquí por si sirven para otras personas.









Peligrosa obra del futuro parque de bomberos de la zona centro




 Como se acercan las elecciones e interesa que la economía se reactive, se está empezando a crear  empleo en la construcción. Primero suprimieron todos los puestos de trabajo, echaron a la gente a la calle, para  luego volverlos a contratar con peores condiciones laborales y por el precio de uno, ahora tenemos hasta tres trabajadores. De esta manera es muy fácil conseguir más contratos y más cotizantes a la seguridad social que maquillen las estadísticas para hablar del milagro de la regeneración de la crisis.  La calle San Bernardo es un ejemplo de ello. Este mes, el Ayuntamiento ha empezado, en un solar abandonado hace más de 6 años, las obras de lo que será el nuevo parque de bomberos de la zona centro, después de muchos años de haberse olvidado del asunto. Ignoro de quién habrá sido la genial idea de poner un parque de bomberos en una de las calles más estrechas y con más tráfico de Madrid, donde es imposible descargar o bajarse de un coche sin formar un atasco desde la Gran Vía hasta los bulevares.  Pero, ahora mismo, lo que más me preocupa es que la empresa constructora se ha apoderado de toda las aceras circundantes instalando unas casetas gigantescas. De nada les valen a los alumnos del Lope de Vega los carteles prohibiendo el paso y advirtiendo del peligro, ellos siguen jugándose la vida en la calzada. Estoy convencida de que habrá un accidente. Me dicen que este tipo de instalación paga muchos impuestos y por eso no se suele hacer. No creo que  la empresa concesionaria del ayuntamiento pague ni un duro por esta invasión peligrosa. Una vez más, el depauperado casco viejo de Malasaña sale perdiendo. No me creo que no haya mejores solares en todo el centro de Madrid con mejores accesos para instalar estas dependencias. He llamado al ayuntamiento y a la policía municipal del peligro y no me han hecho ni caso.  ¿Qué podemos hacer los sufridos vecinos?
Dónde andará el  CPHC (Comando de Peatones hasta los Cojones) que allá por los noventa, para defender los derechos del viandante, realizaba ingeniosos actos sobre los vehículos mal aparcados, amenazando a sus conductores con tomar medidas drásticas. Lo necesitamos. 



Acerca de un libro que trata de la rivalidad entre escritores

Este es un libro que preferiría no haber leído. Lo he hecho casi a hurtadillas, como temiendo a cada momento ser sorprendido en una práctica vergonzosa, a regañadientes, tomando el libro cada vez con cierta repugnancia y dejándolo ya francamente en la náusea, pero sin ser capaz de abandonarlo definitivamente y acechando pronto la ocasión de retomarlo, como uno de esos vicios que nos estragan pero nos retienen con su viscoso atractivo. Pero, como han dicho muchos, Cervantes entre otros, no hay libro, por malo que sea, que no contenga algo bueno.
      Algunas de las trifulcas recogidas en el volumen son muy conocidas, pero otras muchas no, al menos para un lector medio no especializado, como es el caso. La impresión general es profundamente desagradable, pero, por decir también de entrada algo positivo, nos hace bajar del pedestal a algunas de las grandes figuras de nuestras letras de ambas orillas, por si acaso alguien pensara que eran seres adánicos, angélicos y seráficos. Pero hay más problemas.
   El primero es el de la crítica de los textos en que se fundamenta el volumen. En general, el autor los documenta de modo genérico, pero no preciso (en general no se cita por página, párrafo, referencia bibliográfica exacta, es decir, si los textos provienen de consulta directa o de segunda o tercera mano… etc.). Es verdad que el volumen no parece pretender ser una obra de investigación rigurosa stricto sensu, sino más bien de carácter divulgativo. Pero en un terreno tan delicado como la imagen personal, literaria, ideológica, histórica de los autores tratados todo el cuidado es poco. Se precisaría una crítica textual depurada para asegurar en lo posible (siempre hay en esto un margen de duda e inseguridad) la fiabilidad de los documentos aducidos. El autor del libro, o los precedentes consultados, ¿han hecho ese trabajo crítico en todos los casos? ¿Cuántas erratas o errores (involuntarios o deliberados) se han podido deslizar en la larga cadena de transmisión textual hasta llegar al libro editado? No se trata, por supuesto, de las posibles malevolencias y tergiversaciones que entren en las opiniones vertidas por los personajes, sino de la limpieza básica de las fuentes. Por otra parte, ¿se han contrastado siempre las distintas y a menudo divergentes versiones de un mismo hecho o de las palabras pronunciadas? El autor del libro presenta en ocasiones algunas variantes de los hechos, pero otros muchos quedan en la duda. Estamos, pues, en un terreno peligrosamente resbaladizo entre la divulgación científica o cultural de carácter serio y la prensa amarilla y sensacionalista, lejos del buen periodismo (si este emparejamiento no es oximórico) que siempre contrasta fuentes, exige más de un informante, etc. Desde luego no quiero decir que el libro caiga siempre de ese lado malo, sino de la inseguridad que nos transmite en una lectura crítica.
   Otro aspecto, más de fondo, es la finalidad a que apunta la obra. ¿Qué nos aporta saber que un escritor haya dicho de otro que olía mal? Los insultos (y hasta golpes) que otros se cruzaron en un lance de acaloramiento ¿deben influir en nuestra consideración de sus respectivas obras? Recuerdo el desagrado que me produjo leer que una de nuestras cimas poéticas quedó horrorizado al ver en casa de otro gran autor un huevo frito olvidado en una silla (y luego lo contó), incidente omitido, por fortuna, en el presente libro, como tampoco aparece lo que vi, con crispación paroxísmica, hace muchos años en la crónica de un escritor de 2ª o 3ª fila donde relataba que, al ir a entrevistar a un gran prosista que vivía retirado, ya anciano, en su masía, este lo recibió “con la bragueta aparatosamente abierta”.
   Dicen los sabios que las especies carroñeras (buitres, hienas…) contribuyen eficazmente a mantener un buen nivel de salubridad en el medio ambiente, pero en el caso que nos ocupa no se trata de drenar y, por tanto, hacer desaparecer los detritus, sino de hacinarlos y depositarlos de modo permanente, como un gran muladar, ante el público, y además con la agravante de que, por las razones antes apuntadas, no hay seguridad sobre el fondo y la forma de los testimonios.
   Al dar fin a estas líneas me asaltan dos temores. Uno, que este tipo de asuntos y de obras no deberían ser comentados y aireados, como estoy haciendo ahora, sino velados en un prudente y avergonzado silencio; en definitiva, como dijo el Otro, peor es meneallo. Y el segundo, que me queda la impresión de haberme excedido en la crítica sobre un libro tan entretenido e incluso interesante, aunque sólo sea porque, como dijo Torres Villarroel, “oir mal del vecino nunca fue ingrato a la oreja”. Pero hay otro dicho, más antiguo y popular: todo se contagia menos la hermosura

martes, 24 de febrero de 2015

La memoria del olvido

 Me ha impresionado para bien la película Siempre Alice. Una profesora de Lingüística sufre al drama de la pérdida del lenguaje y del pensamiento cuando le detectan a los cincuenta años Alzheimer precoz. Esta enfermedad me asusta sobremanera porque la he visto asomar sin diagnóstico en mi abuela y en mi padre y yo me parezco mucho a ellos. Mis manos, que han entrelazado las suyas, son una réplica perfecta: el mismo tamaño, los mismos dedos, las mismas uñas. De pequeña tuve que luchar con una dislexia que me hacía cambiar las sílabas de orden. Con el paso del tiempo he ido trabucando los nombres de los autores o de las personas que conozco. Los últimos años he sido incapaz de aprenderme los nombres de los nuevos alumnos. A veces, me he quedado en blanco mientras explicaba y el nombre de los actores de las películas que me gustan se me enredan en la lengua para salir diez minutos después. No sé la de veces que pierdo objetos cotidianos o realizo acciones automáticamente. Tampoco sé qué contienen los cajones de los armarios que una vez al año me obligo a ordenar para tirar lo superfluo. A veces, por sitios poco habituales, me desoriento. Nunca me acordé del final de las películas y los libros, y ahora no retengo ni el título ni el autor; me digo para justificarme que la culpa la tiene el ebook que carece  de las solapas y solo marca la página en la que detuviste la lectura. Otras veces, me empeño en repetir una palabra que no es la correcta y, muchas veces, me callo por no meter la pata. También sufro y lucho con el mal humor que provocan estas pérdidas constantes y, hasta ahora, poco significativas. Internet me ayuda para salir de dudas y repasar lo que creía aprendido. Procuro reírme de mi misma y soltar la frase de todos los de nuestra edad: “¿Te acuerdas cuándo hablábamos de corrido?”. Antes lo achacaba al estrés y a la edad, consciente de que todavía tengo memoria de lo que olvido; ahora, que estoy jubilada, espero no tener que hacerlo a este mal incurable más duro que el cáncer.

Por fin te has decidido a poner algo más, y uno de esos algos es lo de Tánger, que está muy bien, y esperamos que sea el comienzo de una miniserie. Lo otro es más duro y no va a colar: no conseguirás que te tratemos como una prejubilada precozmente preenferma preferentemente preterida. Esa pretendida preentrada presumiblemente prepóstera predice predicaciones prematuras precedidas de prevalente preeminencia. Y los premonstratenses, en su precalentada prevención previsora de prelados, se prevalen de su presunta prefectura. 
               Premoniciones de preseas
                     

lunes, 23 de febrero de 2015

Cinco días perfectos en Tánger

Recomiendo viajar en el mes de febrero, fuera de temporada y a unos precios más bajos. Los cinco días pasados en Tánger, nublados, perfectos, intensos, sin aglomeraciones y sin calor,  me han distraído de mi rutina y me han hecho recordar los beneficios que la amistad ejerce sobre el sentido del humor. También han servido para darme cuenta de que mi francés es pésimo y de que debo mover más mi cuerpo porque desde el primer día, de tanto trotar por la medina, los zocos y la casba, me dolían hasta las pestañas.
Teatro Cervantes

Viajar en Ryanair tiene sus inconvenientes, en este caso para mi tenía una ventaja: como solo puedes llevar una maleta, eliminas todo lo superfluo y te evitas comprar recuerdos que pueden ser triturados en la infernal máquina de comprimir maletas-sapo  para que quepan en el avión. De esta manera terminas con el regateo, tarea desigual y fatigosa, porque no hay nada que valga semejante pérdida de tiempo, sobre todo, cuando tú eres el único que no sabe lo que cuesta el producto.
Hacía más de treinta años que había realizado un viaje organizado por Marruecos y no recordaba nada de la ciudad. Tal vez porque es la más andaluza de todas y muchos rincones me recuerdan a Alicante. El puerto estaba en obras y la mayoría del casco viejo en remodelación o en ruinas como se puede observar en la foto del teatro Cervantes. Parece que mucho dinero del ladrillo de España ha ido a invertir allí.

Frente al desarrollo industrial, he notado un retroceso en las costumbres. Apenas hay mujeres en los cafés y en las tiendas, y la mayoría de las que pasean por la ciudad llevan velo. El deporte nacional de los varones es contemplar en los cafés los partidos de la liga española. Hablando con un taxista, que ha aprendido español gracias a Antena3, nos explicó que  la presencia del velo era porque es invierno y después nos aleccionó con que la civilización europea se lo debe todo al Islam que es la única religión verdadera. La foto del museo de la Kasbah nos muestran este extraño mapa invertido donde el norte de África está al boca abajo y Europa al sur.
Todas las guías te aseguraban que no hay robos, que hay mucha policía que vigila y  los castigos son desmesurados, pero tuvimos una refriega con un adolescente que intentó robar una cartera y que se saldó con  heridas sangrantes en las manos del único músico del grupo. Los policías, que patrullaban por la ciudad con metralletas al hombro, parecían Hernández y Fernández, recién sacados de las " Aventuras de Tintín" de Hergé, con sus bigotitos turcos. Los trámites a la entrada y a la salida de la aduana son impepinables, los taxistas tienen la obligación de entregar los papeles que marcan su ruta cada 50 kilómetros.  Nos alojamos en el hotel Rembrandt (reservando las habitaciones por internet es más barato) que recomiendo por su aire decadente y amplitud y, para beber alcohol, terminamos algunas noches "El corazón de Tánger", situado en la plaza de los perezosos, cerca del café Paris, custodiado por dos guardias jurado y con una clientela que recuerda a los cabarets americanos en plena ley seca.  
La vida del turista es barata, pero tiene sus contrapartidas, como pagar un impuesto revolucionario. Continuamente tienes que ir esquivando guías-moscones de todas las edades que te envuelven con su tela de araña. No hay manera de quitárselos de encima, entran de maneras muy diversas; unas veces, apelando a la antigua amistad entre el pueblo marroquí y español; otras pegándose porque quieren perfeccionar el español y ayudándote a desenvolverte por la medina porque les gusta. Al final, enfadados, te amenazan con un "te perderás" y acaban pidiéndote dinero. Vaya que si nos perdimos por no hacerles caso, por esquivarlos, por ir en libertad a nuestro aire. Lo mejor es ocultar el mapa y seguir tu intuición. Relajarte viendo pasar la vida como hicieron los escritores que habitaron y dieron fama de cosmopolita a la ciudad a mediados del siglo pasado, desde la posición privilegiada de la primera fila de un café, bebiendo un té moruno con poco azúcar.
Sorprende la cantidad de gatos bien nutridos, alimentados cuidadosamente por sus habitantes. En cambio, no se ve ni un solo  perro, porque Mahoma los prohibió, y los dejo relegados solo para el pastoreo y el cuidado de las casas rurales. Se entiende mejor cómo podía ser de perra la vida allí  de Juanita Narboni, novela de Ángel Vázquez Molina (1976). La comida deliciosa, el pescado achicharrado (hay que advertir que no le echen matojos de hierbas y que lo dejen medio crudo). El té y los pasteles tan empalagosos como los habitantes.
No creo que vuelva a la ciudad, hay muchos lugares que desconozco; pero estoy dispuesta a ir hasta el fin del mundo con los mismos compañeros de viaje.

Más información Tánger,  un fin de semana a bajo coste http://elpais.com/diario/2008/03/01/viajero/1204408626_850215.html

Los mapas al revés http://verne.elpais.com/verne/2015/04/14/articulo/1429016086_681676.html