Los fantasmas existen, yo conozco uno que jamás verá su
nombre en la solapa de un libro y que
solo se conformará con un agradecimiento en el prólogo. Este fantasma blanco
trabaja de negro para un blanco con el alma muy negra que actúa como un negrero, que le presiona
para trabajar y no le paga ni un duro. Este negro de alma blanca traduce y
arregla voluntariamente los textos de su amo, porque es generoso y sabio y huye
de las glorias mundanas. Es invisible y más
libre, porque el negrero vive esclavo de su trabajo, acomplejado del buen
hacer de su fantasma, al que tendrá que estarle eternamente agradecido con el miedo de que en cualquier momento le pueda atacar.
La expresión negro literario es de origen francés, surgió
cuando se pusieron de moda los folletines en el siglo XIX y hace referencia al
que hace trabajos anónimamente en provecho de otro que es el que firma la obra.
El mayor negrero fue Alejandro Dumas padre, que tuvo toda una factoría de
escritores a su cargo, entre ellos, Gérard de Nerval. Algo debía de aportar
Dumas, que intervenía dando ideas y retocando escenas, porque ninguno de sus
negros tuvo tanto éxito bajo su nombre real como cuando trabajaba para él. Se dice que llegó a tener más de 76. Existen
varias anécdotas al respecto. Se cuenta que en una ocasión le preguntó al hijo:
«¿Has leído mi nueva novela?». A lo que el hijo contestó: «No, ¿y tú?»
¿Qué es lo que le lleva a un escritor a actuar de negro?
La satisfacción de saber que alguien más ha leído su obra, la necesidad
económica, devolver un favor, la timidez, el propio mercado editorial que admite
que se vendan libros escritos por personas que no los firman como los de Belén
Esteban, Naty Abascal, David Bisbal, Julián Muñoz, Carmen Bazán o El
Cordobés. En Internet podemos encontrar innumerables empresas
dedicadas a la escritura fantasma que ofrecen sus servicios por una módica
cantidad. Un trabajo tan digno como otro y no muy sencillo. Su labor abarca todo tipo de textos:
memorias, biografías, ensayos, monografías, guiones, tesis, materiales
académicos de distintas disciplinas, textos empresariales o de organizaciones
sociales, políticas, sindicales, discursos, etc. Se dan casos en que el
fantasma necesita a su vez otro fantasma porque está saturado de trabajo. Para algunos es una forma lícita de trabajar
y para otros una estafa. Para los lectores no supone un engaño porque saben muy
bien que no los han escrito ellos. Algunos escritores trabajaron de negro en
sus comienzos como ha desvelado Vargas Llosa en el estreno de "Hathie y el
hipopótamo" que trabajó para una adinerada que vivía en París y que tenía
"ideas pero no palabras."
A veces los negros, mal
pagados y estafados, recurren a una pequeña venganza, plagian otras obras para
salir del atolladero. La negritud tal vez sea más encomiable que el plagio; pero, a veces, van de la misma mano.