viernes, 23 de agosto de 2013

Tres textos a propósito de la publicidad


El poder del eslogan 
Lo invaden todo, están en todas partes: en los labios de los oradores, de los charlatanes, de los anunciantes; en las ondas y las pantallas, grandes o pequeñas; en las paredes, los muros, las casas, los paisajes; en las  páginas de los periódicos, los carteles, los folletos, las pancartas, las octavillas, las pegatinas, los escudos, las insignias… Decir que nos asedian es poco; se instalan con toda naturalidad en nuestra memoria, en nuestro lenguaje, quizás en el fondo mismo de nuestro pensamiento.
Pero, ¿cómo es posible que una breve fórmula, vulgar o ingeniosa, sinuosa o explícita, vehemente o cerebral, baste para provocar tal o cual reacción de masas, vender un producto que realmente nadie necesita, cambiar el resultado de unas elecciones, unir a las multitudes en una causa que no es la suya, empujar a pueblos enteros al motín o a la guerra?

Olivier Reboul, El poder del eslogan 

Epidermis publicitaria
Al alcohol lo llamo directamente Ballantine’s. Digo Bic por bolígrafo, Mont-Blanc por pluma, Olivetti por máquina de escribir y Mac por ordenador. En los restaurantes finos suelto Avecrem en lugar de sopa o Camy por “biscuit-glacé”, y lo peor de todo es que suelo acertar. Cuando intento pronunciar palabras tan sencillas como somnífero, tónica, zapatillas, bicicleta, tarjeta de crédito o cigarro me salen espontáneamente marcas caprichosas: Valium, Schweppes, Adidas, BH, Visa, Montecristo. Los digitales son Casio, y los analógicos, Omega. Las “colas” son Coca-Cola, incluso cuando bebo Pepsi. Al televisor le digo el tubo, y al tubo, claro, Triniton. Y así todo el tiempo. Soy irremediablemente metonímico, qué se le va a hacer. De la misma manera que otros son zurdos, bizcos, tartajas, daltónicos, patizambos, miopes o inspectores de Hacienda, yo tengo la desgracia de padecer metonimia aguda. Cuando hablo o hago estas redacciones suelo tomar la parte por el todo, o lo que es más intolerable por estos alrededores literarios, tomo la marca por la cosa.

Juan Cueto, El País Semanal, 1987

Palinuro en Productolandia
Ya para entonces había sonado su despertador West de todos los días a las siete de la mañana en punto (¡Tiiiiing! hizo el despertador) y nuestro amigo después de quitarse de encima sus sábanas Queen y su cobija eléctrica Sunbeam, de bostezar (¡Auuuggggh!) y de hacer la lección número 13 del curso de Charles Atlas, fue a la cocina, tomó un Alka-Seltzer (¡Tsss! ¡Tssss!) y tras eructar convenientemente (¡Erp! ¡Erp!) abrió la puerta de su refrigerador Westinhoouse (¡Brrrr! ¡Brrrr!) sacó una lata de jugo de naranja Sunkist, la abrió con su abrelatas Ecko (¡Click!) se la bebió (¡Gulp! ¡Gulp!) encendió su estufa Acros (¡Flum!) puso a calentar agua (¡Buble! ¡Bouble!) se sirvió una cucharada de Nescafé (¡Splash!) le puso un chorrito (¡Pisss!) de leche Carnation y dos terrones de azúcar de la Tate and Lyle (¡Plop! ¡Plop!) mientras que en su tostador General Electric tostaba dos rebanadas de pan Wonder a las que embarró con mantequilla Gloria (¡Trsss! ¡Trsss!), habiéndose comido después un gran plato de Rice Krispies de Kellogg´s (¡Crisp! ¡Crasp! ¡Crisp!) y luego habiéndose limpiado la boca con una servilleta Scott, fuese al baño a lavarse los dientes con pasta Forhan´s  (que era como la extensión de la piel de sus dientes), habiendo hecho su cepillo Dentamatic al frotar sus incisivos algo así como ¡Brushjjt! Brisschj Braschjt! (…)

Fernando del Paso, Palinuro en México, Edic. Algaguara, Madrid, 1982, págs... 284-7 

jueves, 22 de agosto de 2013

El inquilino, Javier Cercas

He leído con interés El Inquilino (1989), la primera novela corta de Javier Cercas que escribió nada más volver de la universidad de Illinois. El tema es el otro, la impostura, la suplantación que pretende reemplazarnos, que nos hace reflexionar sobre quiénes somos. Fusión no muy original entre lo biográfico y la ficción literaria. 
Mario Rota da clases en una universidad en Estados Unidos. El primer día que comienzan las clases sale a correr y se tuerce un tobillo. A partir de ahí toda su vida parece torcerse y la razón es el nuevo inquilino del edificio en el que vive. El nuevo inquilino parece estar en todas partes apropiándose de la vida de Mario, primero de su trabajo, luego de su novia, de sus amigos... 

Cartas finlandesas

Para mi ahijada Marta García Rodes, con el deseo de que escriba sus propias cartas finlandesas sobre su experiencia como becaria Erasmus

Ángel Ganivet (Granada,1865 – Riga, 1898), considerado por algunos como el precursor de la Generación del 98, fue, entre otras cosas, cónsul de Helsinki en 1886, cuando Finlandia era un gran condado ruso y la capital se llamaba Helsinfors. Durante su estancia en Helsinki le surge la idea de intentar describirles a sus amigos aquel sitio tan lejano y distinto a España, de ahí nacen las Cartas finlandesas que se publicaron en el periódico “El defensor de Granada” durante 1896-98 y que fueron finalmente recopiladas en un libro. En las cartas, de forma amena,  habla de muchos aspectos de la vida en Finlandia: las mujeres, los borrachos, la muerte, los avances tecnológicos, la educación...


“En nombres de mujeres los hay preciosos y no dejaré tampoco de dar varios de los que más me agradan, por si alguna de mis lectoras se halla en estado interesante y preocupado por el nombre que ha de poner “a lo que nazca”: Olga, Dagmar, Hilda, Ida, Lida, Gerda, Lidya, Aina, Selma, Sanny. Mia, Alma, Thyra, Ada, Dina, Aini, Hulda, Edla, Ebba, Elsa”.

 Ángel Ganivet, Cartas Finlandesas,  Austral, pág. 45.


lunes, 19 de agosto de 2013

Más que palabras: trabajo con textos

Pasapalabra para 1º ciclo de la eso



jueves, 15 de agosto de 2013

La buena y la mala suerte

Cuando era pequeña me impactó una escena de Ben-Hur, un golpe de mala suerte hace que su hermana se apoye en el borde de la azotea de su casa y una teja se desprenda al paso de la comitiva que llevaba al gobernador. El accidente provoca la desgracia de la familia. Este mes de agosto, en el campo de Villena, cerca de la escuela de tenis de Juan Carlos Ferrero, cuando todos estábamos hablando en la cocina, oímos un ruido tremendo como si hubiese temblado la tierra. Rápidamente salimos al porche, donde las tejas de la marquesina, resentidas por una obra reciente, se habían caído inesperadamente sobre el terrario y la casita de los dos niños de la casa. Apenas un minuto antes el pequeño de dieciocho meses estaba jugando allí. Todos nos quedamos sin palabras, temblando. Al abuelo se le cayeron las lágrimas. Enseguida quitamos todas las tejas. No hemos vuelto a hablar del tema. Constatamos que apenas un minuto puede separar la felicidad de la desgracia, apenas unos segundos suponen un intervalo entre la vida y la muerte. La mala suerte está acechándonos inexorablemente, el destino cruel permanece agazapado buscando cualquier debilidad. Afortunadamente, esta vez ganó la batalla el ángel de la guarda.

La salamanquesa Teresa

Tengo un animalito en mi casa que ha aparecido inesperadamente. La vi por primera vez en el patio entre las plantas, huía de mi presencia y se escondía entre las grietas de las paredes. Alguna vez entraba en mi casa para asustar a la chica que viene a limpiar. No hace daño a nadie, huye de la gente, es de color pardo, sale por la noche y devora insectos, cucarachas, gusanos y grillos. Yo creía que era una Salamandra y la llamé Sandra, pero después de consultar en internet, he averiguado que es una salamanquesa y desde ahora la llamaré Teresa. Dicen que los animales domésticos se parecen a los amos, tal vez tengan razón. Mi mascota  te deja vivir a tu aire y no te exige absolutamente nada, es curiosa, vivaz y huidiza. Por eso me gusta. La sorpresa fue que ayer por la noche en la cocina apareció una cria suya que se quedó paralizada por la luz. Teresa se ha apareado con un macho que parece que vive en el ático.