miércoles, 3 de julio de 2013

Otro mazazo


Los reyes Magos son los padres, Dios no existe, don Quijote es un personaje de ficción, la lotería no toca nunca, el sueldo no te lo regalan, Marx se equivocó con lo de la dictadura del proletariado, Plutón ha dejado de ser un planeta y Tere y Roberto se separan.
 La noticia me tuvo intranquila toda la noche, se me venían a la mente imágenes captadas por mi retina tiempo atrás: tu emoción al coger el teléfono en los viajes de las chicas de oro, la descripción de vuestros encuentros, vosotros y vuestros hijos, vosotros preparando una cena maravillosa entre miradas cómplices, el regalo de la escuela de letras, el baile acompasado, los monólogos…
Sé que lo llevabas tiempo rumiando y hasta te vi contenta y liberada. Sé que no me has comentado nada porque te  hubiese dicho lo de siempre: calma, sosiego, olvídate de todo, se pasará… Parece que estás viviendo un desamor tan intenso como el amor. La mayoría de las parejas se separan cuando ya no sienten nada. No hay parejas ideales, la vida –sola o acompañada- está llena de espinas, de malentendidos,  desengaños, irritabilidad, pérdida de confianza. Pero si se está acompañado hay que cuidar esa relación como una planta, como una máquina de carbón. A lo mejor este es el mejor momento para volver a conquistaros, a disfrutar de lo prohibido, a romper la monotonía.
Creo que los hombres (y las mujeres también) somos, además de bípedos implumes, polígamos por naturaleza y tenemos que arrostrar esas pasiones como buenamente podamos, incluso enamorándonos al mismo tiempo de dos personas. Todos podemos mentir u ocultar nuestros sentimientos, porque estos son demasiado fuertes y no nos los podemos explicar. Queremos lo que no tenemos, descuidamos lo seguro, valoramos lo incierto. Los arrepentimientos tienen su valor, aunque no sirvan de goma de borrar. Las palabras nos dejan mudos, decimos lo que no pensamos. Hacemos daño y nos hacemos daño, sin quererlo. En fin, un lío. El matrimonio es como una plaza sitiada, los que están fuera quieren entrar y los que están dentro, salir.  Y como se dice en estos casos: que sea para bien.

lunes, 1 de julio de 2013

Palmeras en la nieve, Luz Gabás


Palmeras en la nieve, tras su intrigante título, se esconde una novela de lectura amena y entretenida, ideal para las vacaciones. La acción nos sitúa en Fernando Poo y en Asturias. Una mujer viaja a  Guinea para conocer mejor las conexiones de su abuelo, padre y tío  con la isla a la que emigraron para buscar una vida mejor. La novela está muy bien documentada y nos hace acercarnos a una época colonial olvidada en los libros de historia. Tal vez sobran algunas páginas dedicadas a las relaciones sentimentales. Un buen argumento para una serie de television.

Tomadura de pelo

La peluquería es para algunas mujeres un suplicio, una pérdida de tiempo y de dinero, pero cuando todo te va  mal, cuando estás insatisfecha contigo misma, te acuerdas del anuncio  “Ruppert, te necesito” y acudes a ella. Estoy convencida de que si se hiciese un estudio sobre las horas tontas que, con una pinta infame, pasamos hojeando revistas del corazón delante de un espejo, así como  del dineral que nos hemos gastado a lo largo de nuestra vida, nos asustaríamos. Tener una peluquería en España siempre ha sido un buen negocio, porque todas las mujeres acudimos allí más que a nuestro médico, atávicamente empeñadas en un una lucha encarnizada contra las canas, en busca de la eterna juventud, luchando tinte a tinte contra el tiempo airado,  impidiendo que se cubra de nieve nuestra hermosa cumbre. De joven lo haces  para convertirte en una rubia peligrosa o en una extraña pelirroja, o te pones el pelo azul para fastidiar a tus padres, es un juego; de mayor es una condena para oír por lo menos que te conservas bien. Pero una cosa es ir por diversión y otra por obligación para luchar contra las canas que siguen misteriosos designios de la herencia.  Un tinte en condiciones solo dura un mes como mucho y nos empeñamos en alargar su vida hasta límites insospechados, con lo cual algunas siempre estamos mal tintadas y peinadas.  En un país de teñidas, son pocas las mujeres que se atreven contra corriente a lucir sus canas con el orgullo de quien confiesa que ha vivido. Esta presión no existe en los hombres cuyo pelo blanco está unido a prestigio social y a dinero, su lucha es contra la calvicie.

Tenía que ir sin falta a la peluquería, la luz del techo del cuarto de baño caía inmisericorde sobre un centímetro y medio de canas resplandecientes. Acudí por la tarde, aunque sabía que mi peluquera de siempre, la que me comprende o me ha dejado por imposible, no estaba. ¡Que haya suerte!, me dije. Me tocó un sudamericano de unos cuarenta años y de modales delicados, con pinta trasnochada de galán de fotonovela. No nos entendimos, desde el primer momento nos miramos con desconfianza. Él pensó que con su buen hacer conseguiría un buen porcentaje con los extras insistiendo en que mi pelo estaba hecho un asco y yo luché para que no lo consiguiera.  Y así fue como empezó el duelo en la alta peluquería que terminó en una tomadura de pelo.
-¿Cómo quieres que te llame, Mª Ángeles o Ángeles? -me preguntó amablemente mientras procedía a lavarme el pelo.
-Me da lo mismo- contesté mientras pensaba que de ninguna manera.
-¿Te pongo champú especial apropiado para tu cabello o normal?
-Normal, me arriesgaré.
-Conviene que te pongas una crema para que el tinte te dure más- insistió, armado de paciencia.
-No, gracias. El tinte dura lo que tarda en crecer el pelo, ni un día más.
-Pero es conveniente -continuó incansable al desaliento-. Todo el mundo lo hace.
-Me da igual lo que haga todo el mundo –repliqué-. ¿O es que los tintes que sutilizáis son de mala calidad?
-De ninguna manera. Es que no te voy a poder peinar bien y te voy a dar tirones de pelo.
-Me da igual, no quiero suavizantes.
-Es que tienes el pelo muy dañado y estropeado.
-Claro, de tanto utilizar tintes.
-No te preocupes por el precio- concluyó pensando que era una cuestión de dinero y no de dignidad-. Yo te voy a  cobrar lo mismo y así verás la diferencia.
Una vez más sospeché, porque siempre que voy, pago una cifra diferente y más abultada. La venganza llegó cuando me cortó el pelo, me lo dejó como a un marine de los EEUU y ni siquiera me puso un espejo para que contemplase el desaguisado. No le di propina. Al salir, el peluquero, ya menos amable, me devolvió el abrigo, pero no las plantas de perejil que llevaba en una bolsa aparte. Tuve que volver más tarde a por ellas a encontrarme con su mirada cabreada.

Continuación del texto en:  ¡Vivan las canas! (2016)

jueves, 27 de junio de 2013

Una novela muy divertida: Braille para sordos de José María Mijangos

A José María Mijangos lo podemos ver en una librería, convertido en uno de los personajes que inventa, músicos o escritores que han nacido para perder incluso en los momentos de mayor éxito. La primera novela que leí,  Soul Man, narra las hilarantes peripecias de Cleophus Taylor Brown, un afroamericano oriundo de Menphis haciendo barrabasadas por el Madrid casposo y provinciano de los sesenta. La segunda, publicada unos años antes, Braille para sordos, para mi gusto mejor y más divertida, cuenta la historia de un escritor de novelas policíacas, con ecos de Max Estrella y del protagonista de La tía Julia y el escribidor,  que había disfrutado también de los años sesenta y que malvivía arrastrando su ceguera tras pasarse media vida en la cárcel. Las dos novelas son tremendamente divertidas, con un ácido sentido del humor, parecido al de Tom Sharpe.  He disfrutado leyéndolas y el único pero que puedo poner es la ausencia de personajes femeninos creíbles: las pocas mujeres que aparecen son unas arpías que destrozan a los hombres con los que se casan.

domingo, 16 de junio de 2013

Cuesta arriba


No se estaba nunca quieto, en las fotografías siempre aparecía movido, columpiándose en todo lo que pillaba de tal manera que mayores y pequeños aparecían descolocados, más pendientes de él que del objetivo. Un torbellino de cinco años que, sobre todo, inquietaba al padre Basilio por su espíritu indomable y su inteligencia fuera de lo común. Sus orejas de soplillo estaban atentas a cualquier novedad y sus ojos de miope le daban un aire maduro irritante. Cuando recibía la paga los domingos, salía disparado, con la fuerza que le daba su cuerpo pequeño, a comprarse golosinas y tebeos al quiosco de periódicos, luego se sentaba a silbar en un banco mientras leía. Iba a hacer la comunión junto a sus compañeros en la iglesia de los salesianos y  las horas de catecismo se le hacían interminables. El día que le tomaron la foto estaba escuchando en boca del salesiano: “Dios lo puede todo, es omnipotente, no hay nada que se escape a su sabiduría, es el creador del universo, puede hacer lo imposible…”. Emilito se rascó la nuca y le interrumpió:
-Padre, Dios no lo puede hacer todo.
El sacerdote se preparó para regañarle y le contestó:
-¿Cómo que no puede hacerlo todo?
-¿A que no es capaz de hacer una cuesta arriba que no tenga cuesta abajo?
Rojo de ira y sin palabras, el padre Basilio le dio un reglazo en toda la cabeza que le dolió más a él que al niño. Cuando llegó el fotógrafo, los alumnos, dóciles y calmados, siguieron las instrucciones. No hubo que repetir la instantánea.

domingo, 9 de junio de 2013

El placer de aprender y la pasión de enseñar

Interesante artículo que contiene muchas verdades:

"Pero es que el desprecio con que se trata a los profesores desde la implantación de la dictadura, y que apenas se ha mejorado en la democracia, es otra de las simas que no se han superado y que condenan irremisiblemente al fracaso a nuestro sistema educativo. Mal pagados, abrumados por tareas superiores a cualquier capacidad humana, y denostados como culpables del retraso endémico de nuestra instrucción, los profesores se han convertido en un colectivo de segunda categoría al que muy pocos querrían pertenecer. De tal modo, la enseñanza es el último remedio para obtener un empleo, cuando no se puede administrar una empresa rentable o el nivel de las pruebas no permite acceder a la física nuclear. En consecuencia, una buena parte del profesorado no tiene vocación alguna para una tarea tan dura, tan ingrata, tan mal retribuida y tan poco estimada. Y con la desgana con que enseñan los alumnos no pueden sentirse motivados. En consecuencia, unos constituyen una clase explotada y sin reconocimiento, y los otros se convierten en ciudadanos mal formados, desinteresados de la cultura y frustrados en sus pretensiones de hacerse ricos".

Una mujer de bandera


Parecía una estrella de Hollywood: melena negra y rizada, ojos soñadores, tez blanca, cuerpo delgado y cinturita de avispa. Una luz en el panorama gris de la posguerra, un plato de miel rodeado de abejas, una luciérnaga en la noche oscura. Era oficialmente la guapa del pueblo, la insignia, el estandarte junto con el castillo y la iglesia arciprestal. A su paso se abrían las persianas envidiosas de las mujeres y se levantaban las pasiones de los hombres que, firmes y hechizados, la reverenciaban. Ella lo sabía, aunque su familia puritana la llevaba a raya. “Eres guapa entre las feas, pero fea entre las guapas”, le repetían continuamente. Se fue a estudiar a la capital,  lejos del fichaje familiar. “Para qué querrá estudiar con lo guapa que es”.  Allí le llovían pretendientes de todas las edades y condiciones. En el escaparate de una joyería, un estraperlista con sombrero y anillo de diamantes, se le acercó: "Lo que le guste es para usted". Halagada,  se escapó sonriendo.
Los días de arroz y tartana pasaron pronto, su padre murió, apenas quedaba dinero en casa, era hora de casarse y de sentar la cabeza. Se decantó por un vecino. Fue una sabia decisión, su marido, conocedor de que en la educación cristiana no cabe la infidelidad, estuvo enamorado hasta el último día. Y  ella siguió levantando pasiones hasta que el otoño de la edad media apareció y su estrella se eclipsó: “Con lo guapa que era".  Entonces, con su bandera a media asta,  dejó de ser un blasón para la hombría de los varones y nunca comprendió el dicho popular de que la suerte de la fea, la guapa la desea.