Parecía una estrella de Hollywood: melena negra y rizada, ojos soñadores, tez blanca, cuerpo delgado y cinturita de avispa. Una luz en el panorama gris de la posguerra, un plato de miel rodeado de abejas, una luciérnaga en la noche oscura. Era oficialmente la guapa del pueblo, la insignia, el estandarte junto con el castillo y la iglesia arciprestal. A su paso se abrían las persianas envidiosas de las mujeres y se levantaban las pasiones de los hombres que, firmes y hechizados, la reverenciaban. Ella lo sabía, aunque su familia puritana la llevaba a raya. “Eres guapa entre las feas, pero fea entre las guapas”, le repetían continuamente. Se fue a estudiar a la capital, lejos del fichaje familiar. “Para qué querrá estudiar con lo guapa que es”. Allí le llovían pretendientes de todas las edades y condiciones. En el escaparate de una joyería, un estraperlista con sombrero y anillo de diamantes, se le acercó: "Lo que le guste es para usted". Halagada, se escapó sonriendo.
domingo, 9 de junio de 2013
Una mujer de bandera
Parecía una estrella de Hollywood: melena negra y rizada, ojos soñadores, tez blanca, cuerpo delgado y cinturita de avispa. Una luz en el panorama gris de la posguerra, un plato de miel rodeado de abejas, una luciérnaga en la noche oscura. Era oficialmente la guapa del pueblo, la insignia, el estandarte junto con el castillo y la iglesia arciprestal. A su paso se abrían las persianas envidiosas de las mujeres y se levantaban las pasiones de los hombres que, firmes y hechizados, la reverenciaban. Ella lo sabía, aunque su familia puritana la llevaba a raya. “Eres guapa entre las feas, pero fea entre las guapas”, le repetían continuamente. Se fue a estudiar a la capital, lejos del fichaje familiar. “Para qué querrá estudiar con lo guapa que es”. Allí le llovían pretendientes de todas las edades y condiciones. En el escaparate de una joyería, un estraperlista con sombrero y anillo de diamantes, se le acercó: "Lo que le guste es para usted". Halagada, se escapó sonriendo.
sábado, 18 de mayo de 2013
Eufemismos de la crisis
Interesante artículo de "El País": No digan recortes, llámenlo amor
PAGO (Repago) ◗Entre los recortes aplicados al sector farmacéutico se habló de copago. Pero los ciudadanos
pagan dos veces, con los impuestos y en
la farmacia, sus medicamentos.
MOVILIDAD EXTERIOR (Fuga de cerebros) ◗ La ministra
de Empleo, Fátima Báñez, se refirió como «movilidad exterior» a la salida de
jóvenes al exterior en busca de oportunidades.
VEHÍCULOS DE LIQUIDACIÓN DE LARGO PLAZO (Banco malo) ◗Cinco
palabras para evitar otras dos que el Gobierno intentó esquivar el mayor tiempo
posible.
MEDIDAS EXCEPCIONALES PARA INCENTIVAR LA TRIBUTACIÓN DE
RENTAS NO DECLARADAS (Amnistía fiscal) ◗A esas medidas se refirió
el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, el mismo día en que de la
presentación de los Presupuestos de 2012.
FLEXIBILIZAR EL MERCADO LABORAL (Despidos baratos) ◗Así se presentó la reforma laboral, que se interpretó como
despidos más baratos.
La escalera interminable
Apenas jubilado, fue consciente de su decadencia. En un café le robaron, sin que se diese cuenta, el reloj Omega que había permanecido en su muñeca desde que se casó. Fue la primera de una serie de pérdidas a las que asistió con una mezcla de rabia y frustración. Trabucaba los nombres. Farfullaba sin que le entendiesen. Cometía faltas de ortografía. Él, que era matemático, se quedaba en blanco al hacer una suma. Vagaba por la casa sin saber dónde se encontraba. Buscaba objetos que desaparecían misteriosamente. Se volvió taciturno y silencioso, el más tonto de los tontos. Se deslizaba inexorablemente por una interminable escalera de pequeñas ausencias y olvidos.
Su ritmo de vida se hizo más metódico y predecible. Todos los días hábiles a la misma hora, periódico en ristre, acudía al hermoso edificio de la Bolsa de Madrid para estirar las piernas y de paso observar in situ los movimientos azarosos de los pocos ahorros que había conseguido. Un día espléndido del mes de marzo, junto a las columnas hexástilas del pórtico, buscó en su bolsillo las monedas que tenía preparadas para su mendiga particular y se acordó extrañamente del chiste que le contaba a su hija, el del tonto más listo del pueblo que escogía los céntimos y no el duro, porque así se aseguraba un dinero mientras se extendía su fama por la comarca. Después de pagar este peaje cotidiano y oír el consabido piropo: “Adiós, guapo”, el sol le cegó. Fulminado por un rayo interno, se desvaneció mientras sentía una inundación relajante en su interior y caía a cámara lenta como un pelele por la escalinata interminable. Los cuatro relieves que representan el Comercio, la Industria, la Agricultura y la Navegación asistieron mudos al tránsito.
Su ritmo de vida se hizo más metódico y predecible. Todos los días hábiles a la misma hora, periódico en ristre, acudía al hermoso edificio de la Bolsa de Madrid para estirar las piernas y de paso observar in situ los movimientos azarosos de los pocos ahorros que había conseguido. Un día espléndido del mes de marzo, junto a las columnas hexástilas del pórtico, buscó en su bolsillo las monedas que tenía preparadas para su mendiga particular y se acordó extrañamente del chiste que le contaba a su hija, el del tonto más listo del pueblo que escogía los céntimos y no el duro, porque así se aseguraba un dinero mientras se extendía su fama por la comarca. Después de pagar este peaje cotidiano y oír el consabido piropo: “Adiós, guapo”, el sol le cegó. Fulminado por un rayo interno, se desvaneció mientras sentía una inundación relajante en su interior y caía a cámara lenta como un pelele por la escalinata interminable. Los cuatro relieves que representan el Comercio, la Industria, la Agricultura y la Navegación asistieron mudos al tránsito.
miércoles, 15 de mayo de 2013
Tu perfume embriagador
La atraía más que una tarta de chocolate. Daba vueltas ciegas a su alrededor como una
polilla ante la luz, notaba que un inexistente imán la acercaba a su cuerpo más
de lo que dictan las buenas costumbres. Era su olor lo que la subyugaba, un
perfume embriagador (tatatatatataaaaa que decía la canción de El Padrino) que
le hacía quedarse en éxtasis con cara beatífica. Le atraía más su olor que su
sonrisa, la fragancia que exhalaban sus poros más que su generosidad, el aroma percibido
más que su sentido del humor, la vaharada de sensaciones más que su
inteligencia. Lo notó nada más darle la mano y lo percibía todas las mañanas
cuando le veía por los pasillos, incluso cuando se confundía con el olor de la
tortilla de patatas del desayuno. Unas veces henchida de satisfacción y otras
herida de hiperestesia vagó todo un año husmeando ese efluvio atávico destilado con feromonas y masculinidad. Envidiaba a la mujer que se bañaba en ese prodigio todos
los días y que seguramente era el origen de esa esencia artificial. Pasado un
tiempo se lo encontró por casualidad y en un beso de rutina recordó todas las
sensaciones pasadas. Armándose de valor, por fin, se atrevió a preguntar como quien no quiere la
cosa:
- - ¡Qué bien hueles! ¿Qué colonia utilizas?
Sorprendido, le respondió: Massachusetts. Con esa
estrambótica marca por botín, se fue inmediatamente
a pedir la droga más dura que había inhalado. Cuando llegó a casa se la regaló
al hombre de su vida y todas las noches ponía la nariz en su hombro para sentir
la más absoluta plenitud.
Etiquetas:
Equipaje profesora,
fruslerías,
Julián Moreiro
domingo, 12 de mayo de 2013
¡Cómo odio a mi endocrino!
La sala de espera del endocrino es la antesala de la
depresión, el calvario de la autoestima, el sepulcro de los placeres, el
cadalso de las menopáusicas. Allí las pacientes arrastramos lastimeramente kilos
de infelicidad y de colesterol como Sísifo empuja su enorme piedra.
El colesterol me apareció a los veintipocos años en un
análisis rutinario. No me sorprendió, en mi familia se han dado casos de esta
enfermedad genética y silenciosa. Hice régimen estricto, entonces estaba
delgada y la comida era algo secundario para mí, pero la cifra no bajó y empecé a tomar pastillas, una servidumbre eterna
que te obliga a tener una sensación lacerante de cometer pecado mortal cada vez
que comes embutido o un huevo frito, cosas simples y placenteras. En estos años
me han tocado todas las modas restrictivas sobre el colesterol: al principio el
pescado azul estaba prohibidísimo, igual que los frutos secos, y ahora lo aconsejan. No hay duda, estos palos
de ciego solo sirven para beneficiar a las multinacionales farmacéuticas,
porque yo no tengo muy clara la relación entre hipercolesterolemia familiar y
enfermedades coronarias.
A los cuarenta me diagnosticaron hipotiroidismo y mi
colesterol llegó a la alarmante cifra de 500. A partir de entonces me lo tomé más en serio y
empecé a ser asidua a los endocrinos. Hasta ahora llevo dos: el primero, el
doctor Chorra, un impresentable que hablaba por teléfono
mientras te desatendía y que intentaba sacar dinero para compensar, supongo, lo
que no le pagaba Asisa, por medio de estudios del índice de masa corporal, pastillas saciantes a precio de caviar beluga
o un curso prescindible sobre colesterol. Lo abandoné a los diez años y me fui
con otro, al doctor Alacana que tiene una extraña forma de atrapar a las enfermas: te
obliga a un análisis cada cuatro meses si has sido buena y tus niveles han
bajado; si has sido mala, cada mes y medio. Su régimen es tan rutinario e
insoportable como la propia vida: verduras, carne y pescado a la plancha, sin
un ápice de imaginación. Siempre pregunta: "Cómo está usted" mientras
lee tus análisis y te fulmina con una acusadora mirada desde su colosal altura.
Tus problemas, tus dudas le traen sin cuidado, solo se oye un silencio vergonzante mientras firma un
nuevo volante. Su consulta es un trajín de mujeres entrando y saliendo y
ninguna de ellas está gorda. ¿Por qué
solo van mujeres? ¿Por qué no hay gordas? Me lo he preguntado muchas veces y
creo que ya tengo la respuesta: las gordas glotonas no han podido soportar sus
reproches, solo se mantienen las super-mujeres con ligero sobrepeso y gran
fuerza de voluntad y yo, que tengo el síndrome de Estocolmo y lo paso tan mal
como cuando iba al colegio de monjas. ¡Cómo odio a mi endocrino!
Como todas las gordas me he mentido a mí misma y he dicho
que como muy poco, que engordo cuando comen los demás a mi alrededor. He hecho
de todo en la báscula para pesar menos que la vez anterior: ir sin ropa
interior y casi desnuda, intentar ponerme en el borde, no desayunar; pero no ha servido de nada. Cada vez que me
peso tengo instalados incómodamente doscientos gramos más en mi cuerpo dispuestos a no abandonarme.
En los últimos diez años he engordado diez kilos y he desarrollado todos los efectos rebote de
una dieta aburrida: solo me gustan las comidas grasas y los dulces, odio las
frutas y las verduras. Definitivamente, al borde del infarto, como para engordar
mi colesterol, ese alien inmisericorde que tengo instalado en mi interior, que
me hace pasar hambre y que se ha
apoderado de mi voluntad. Como como
mucho, me siento culpable y como más como para fastidiarlo. Que reviente.
¡Qué envidia me dan las gorditas felices sin colesterol y sin
remordimientos!
He encontrado en la
red, la viñeta de Forges que aparecía en unas tazas de café de El País: dos
muchachas en un bar y la una le susurra a la otra: “El rubio del fondo no te
quita ojo”, a lo que la otra le contesta: “Es por mi bocata panceta… es mi
endocrino”. Gracias a Rafa García, que hizo la foto.
De repente llaman a la puerta, Etgar Keret
Ángel, seguro que este libro te gusta por la portada (¿a qué se debe esa extraña obsesión que muestras por las portadas de los libros?) y por el disparatado sentido del humor (como el tuyo) que rezuma su autor, un judío inteligente. Son cuentos sorprendentes, surrealistas, que ayudan a entretener cualquier momento, incluidos los trayectos del metro.
No soy lectora de narraciones
breves, me cuesta entrar en ellas y, cuando lo hago, me da rabia que haya
terminado tan pronto; además es difícil encontrar un libro de relatos en los
que te gusten todos.
Si pinchas el enlace encontrarás una muestra.
domingo, 28 de abril de 2013
La verdad de la señorita Harriet, Jane Harris
La verdad de la señorita Harriet, bien escrita, se lee con interés desigual. Empieza con una
trama lenta, la intriga va apareciendo en la segunda parte y se hace
vertiginosa al final. La autora nos plantea un juego muy interesante entre la
realidad y la apariencia. El punto de vista de la protagonista nos atrapa desde
el principio para hacernos dudar de lo que ha contado. ¿Es una dama encantadora
y altruista o una arpía que busca la infelicidad de los que la rechazan? ¿Por
qué su padrastro no quería ni verla? Todo parece indicar que el veredicto tiene
razón. Esta vez sí recomiendo la novela.
Como Mihura, yo siempre he sospechado de las visitas, del enemigo silencioso, de los
quintacolumnistas que poco a poco se van apoderando de ti y de tu espacio,
porque lo que quieren es huir de su aburrimiento y vivir tu propia vida.
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