miércoles, 13 de marzo de 2013

Quesada Graciosa: fácil y sabrosa

En el instituto es la tarta que todos hacemos para quedar bien, es muy suave y fácil de hacer (recomendada para los inútiles como yo). Gusta a todos. Nos la pasó Gracia Ramírez, profesora de Química. Es la primera receta que pongo en el blog:
Ingredientes:
  • tres quesitos
  • tres huevos
  • brik de nata líquida (200 o 250 gramos) 
  • yogur natural
  • una medida de yogur de harina 
  • Dos medidas de yogur de leche
  • dos o una y medida medidas de azúcar
Se mezcla todo muy bien con minipimer y se vierte en un recipiente plano untado de margarina y harina. Se introduce en el horno durante 20 o 30 minutos. Si se quiere más dulce, hay que sustituir el azúcar por leche condensada.

Gracias, Gracia, por la tarta, por los libros, por tu amistad.  No pude ir ni al tanatorio ni al funeral. Llámalo debilidad, cobardía, comodidad o falta de ganas. Tal vez te fallé. Pero sé, o  quiero creer, que me comprendes.

Adiós, tambucho


Veinticinco años después, por fin, hacía la reforma de su casa. Los recuerdos embalados. El alma por los suelos. Los apuntes en la papelera. La memoria en el olvido. Las fotos a buen recaudo. El suelo, mil veces pisado y fregado, había sido forrado con tarima flotante.  Las puertas de cartón piedra, llenas de rasguños, eran ahora de un blanco resplandeciente. Los sanitarios rotos de color sepia inmaculadamente sustituidos. Ya no había  grifos goteando por la cal, ni nidos de cable escalador por las paredes. La regleta del aire acondicionado había desaparecido a golpes de albañil y de talonario,  incluida la mordida para Hacienda. Pero de lo que más liberada se sentía era de soltar lastre, de deshacerse del tambucho, de la caja situada encima de la ventana del salón dentro de la cual se enrollaba la persiana. Bonita palabra que se convertía en la metáfora de estos años con abultados recuerdos, impregnados de polvo, descascarillados, estancados y retorcidos. Tenía la esperanza de que con la pérdida irreparable del tambucho desapareciera también el insistente dolor de muelas, que tenía instalado en la mandíbula hacia más de tres meses, sin que los antibióticos le hubiesen ganado la batalla a la infección que anidaba en lo más profundo de la raíz; pero no ha sido así, la muela deberá ser arrancada como el tambucho. 

viernes, 8 de febrero de 2013

Antigua luz, John Banville


«Billy Gray era mi mejor amigo y me enamoré de su madre. Puede que amor sea una palabra demasiado fuerte, pero no conozco ninguna más suave que pueda aplicarse.»
Buen comienzo para una novela y sorprendente final,  que no cuento. Un actor de teatro recuerda su iniciación sexual a los quince años en un pequeño pueblo de Irlanda en los años cincuenta. Al mismo tiempo  entabla relación con una joven actriz que ha intentado suicidarse y busca las claves del suicidio de su hija en la costa italiana. Pero lo mejor de la novela es cómo está escrita. Como dice su autor, John Banville: “Lo siento, la escritura es mucho más interesante que la vida”.
Nota: La protagonista de Antigua luz es la señora Gray, el libro es erótico como sugiere la portada, pero no hay que confundirlo con el erotismo barato de "Cincuenta sombras de Grey".

sábado, 2 de febrero de 2013

Casa de verano con piscina, Herman Koch


No conocía nada de su autor y el libro me llegó por casualidad. Se lee como una novela negra. El protagonista es un cínico médico de gente burguesa relacionada con el teatro, que desprecia olímpicamente a sus pacientes. Lo más llamativo es que el cuerpo humano le provoca repulsión. Leyendo algunos pasajes he recordado cómo me he sentido a veces en la consulta de algunos médicos. Sólo trata afectuosamente a su familia y un hecho  trágico ocurrido en vacaciones en una casa de verano cerca del mar  le hace saltarse todas las normas del código ético. Aparecen transcritas lecciones de un profesor de universidad que nos explican con un profundo conservadurismo las claves de la sexualidad humana. Provocadora novela que no nos deja indiferentes. 

domingo, 27 de enero de 2013

Nada se opone a la noche, Delphine de Vigan


Nada se opone a la noche es la historia de una familia como cualquier otra, aunque no lo parezca, lo que ocurre es que en ella  se dan con más profusión que en otras suicidios, accidentes, adopciones, embarazos adolescentes, alcoholismo, ataques psicóticos, incestos... Y estos se cuentan sin ningún tipo de pudor, probablemente porque están educados fuera de cualquier sentimiento religioso de culpa. La autora, Delphinede Vigan, trata de indagar en la vida de su madre para comprender su anunciado suicidio y así  encontrar su propia paz. La novela es desigual en el estilo y en cierto modo predecible;  sin embargo va directamente a nuestros sentimientos y a nuestra memoria. Se sigue con interés. 
La primera parte es la historia autobiográfica de los abuelos y su familia numerosa, la vida alocada y feliz de la infancia, aunque no exenta de tragedias. La segunda parte es la historia de Lucile, madre casi adolescente con un trastorno bipolar, y de la relación con sus hijas. Entrelazadas a estas historias aparece el problema de cómo conseguir que el relato fiel a la realidad,  para ello la autora utiliza distintos testimonios.

lunes, 21 de enero de 2013

El río que se secaba los jueves (y otros cuentos imposibles) de Víctor González



Un libro de cuentos (Anaya 2006)  para todas las edades y  para saborear a pequeños sorbos, lleno de humor gallego y de guiños a la literatura. Está magníficamente ilustrado. Pinchando en el enlace de su autor se pueden leer algunos. Destaco: El cuento de la lechera, Honolulú existe, la máquina de cuentos,  El prólogo más largo del mundo y los patos de Chelm que transcribo:
Este cuento no es mío sino de Samuel Tenenbaum, pero es tan bueno que lo pongo aquí igual.
«Los habitantes de Chelm conocen una manera infalible de distinguir un pato de una pata. Le tiran un trozo de pan. Si el pato corre en su busca, es pato; si es la pata la que corre a buscarlo, es pata.»

domingo, 20 de enero de 2013

Misteriosa reducción de la letra de los periódicos y de los asientos de los vagones del metro


Con los asientos del metro está pasando lo mismo que con la letra de los periódicos, ambos están reduciendo misteriosamente su tamaño. Un día, inexplicablemente, se van haciendo muy pequeños  y te preguntas por qué no los harán más grandes, total qué más les da. Parece una conjura para los mayores de cuarenta años. Primero pruebas a acercar y alejar el periódico, pero ni por esas. Has entrado en la espiral de la vista cansada sin que nadie te haya avisado. Compras con vergüenza unas lentes de una dioptría en un todo a cien y ya estás perdida, ya no podrás vivir sin ellas, el cuerpo de la letra ha recobrado su tamaño original y además con luz, no como en los libros electrónicos donde todo es gris (excepto los caros y de última generación). Pero la alegría, como el enamoramiento, dura poco. En seguida el fenómeno paranormal del oscurecimiento del papel y el empequeñecimiento de las letras hasta el tamaño de hormigas vuelve a ocurrir: pasas en pocos meses de una dioptría a tres. ¡Dios mío, si esto sigue así tendré que ponerme dos lupas en los ojos! ¿Por qué los actores de Hollywood  no las utilizan? ¿Por qué me está pasando sólo a mí? Te gastas un dineral en gafas porque las pierdes en todas partes, las rompes porque te sientas encima de ellas, las patillas se caen con tanto tira y afloja, los cristales están siempre sucios y sirven de imán para cualquier tipo de comida. Sin darte cuenta pasas a estar colgada de unos anteojos, ahorcado por una cadena que te condena a vivir dependiente con la fecha de nacimiento escrita en la cara. Asustada, acudes al oftalmólogo que te recibe con tus mismas gafas de presbicia anidadas en la punta de la nariz y te dice que es irremediable, que solo se solucionará cuando tengas cataratas, la única noticia buena que te da es que de cuatro dioptrías no pasa. A tus alumnos se lo pones fácil, ya eres fácilmente parodiable. 
Pues ahora, con más de cincuenta (años, no dioptrías), me está ocurriendo el mismo fenómeno con los asientos del metro: se están haciendo cada vez más pequeños. Otra confabulación inexplicable. Al principio pensaba que los estaban reduciendo para que cupiera más gente sentada o que me había tocado el transeúnte gordo. ¡Mira que culo tiene, invade mi sitio! ¡Es que con los abrigos es muy difícil moverse! Empecé a utilizar los asientos externos para poder desenrollar sin dificultad mi periódico al mismo tiempo que el cordón de mis gafas, lo que tiene su intríngulis, mientras el viajero de al lado se removía y me clavaba su codo. ¡Qué impertinente, se cree que todo el asiento es para él! Hubo un día en que mi vecino se levantó después de rezongar ininteligiblemente. Hoy, por culpa de la publicidad, el espejo del probador de las rebajas me ha contestado a una pregunta que no le he hecho: estás poniéndote gorda como una foca, a tu lado, en el metro,  no se sienta nadie porque no cabe. 
¿En qué libro de texto te enseñaban que con la edad todos los cuerpos se expanden con gafas colgadas del cuello? Pues yo, para remediarlo, no pienso volver a leer sentada en el metro y, menos aún, ponerme delante de un espejo acusador con voz de malvada madrastra.