domingo, 6 de junio de 2010

Demolition call (subtítulos en español)

La niña lo tiene clarísimo, llama a un empresa de demolición de Dublín porque quiere demoler la escuela a la que asiste con sus profesores dentro.

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Lopezdebega




Ayer volví a sufrir una pesadilla: soñé que estaba corrigiendo ejercicios de la segunda evaluación. Se trataba de una prueba objetiva, antes llamada examen, sobre Don Quijote. La rutina de costumbre: aciertos, desconciertos, poca variación con lo ya observado en el aula. Pero allí estaba, aguardando para ponerme a prueba, el trabajo de cierto alumno, cuyo rendimiento a lo largo del trimestre aún no me había permitido formarme una idea cabal acerca de sus méritos.

Había yo planteado la primera cuestión, antes llamada pregunta, en los siguientes términos: Escribe el nombre del autor de Don Quijote. Me pareció un comienzo satisfactorio, suficiente para que fuesen entrando en calor y ganando en confianza mis educandos, antes de interrogarlos sobre arduas figuras textuales. Pero allí estaba, acechándome como el guarda al furtivo, la tremenda respuesta de mi alumno: Lopezdebega. No lo dudé un instante: taché la contestación y escribí “MD” en el margen, con trazo firme. Todo el mundo sabe que Don Quijote es obra de Cervantes. Además, escribir, Lope de Vega de aquella forma que el chaval lo había escrito mostraba un absoluto desconocimiento de lo más elemental de la Literatura y aún de la Ortografía.

Pero, entre las brumas de mi pesadilla, vi cómo sobrevolaban mi cabeza, BOEs, Disposiciones Transitorias del Ministerio, Circulares, Recomendaciones del Gabinete de Orientación, Actas de la Comisión de Coordinación Pedagógica, Amenazas de la Asociación de Padres... y comencé a dudar. El alumno parecía errar el concepto, sí. Pero eso de que Cervantes escribió el Quijote no deja de ser un acuerdo transitorio entre académicos y otros estudiosos. ¿Acaso sabemos con exactitud cuántas de las obras atribuidas a Shakespeare le pertenecen a ciencia cierta? ¿Existió Homero con carne de mortal? ¿Era Cervantes judío o bujarrón? ¿Sabemos siquiera qué día nació? ¿Qué sorpresas no nos depararán futuros estudios cervantinos? De modo que, ojo, no deduzcamos, así por las buenas, que el muchacho yerra en el apartado conceptual. Y mucho en el procedimental: el alumno contestó a la pregunta, escribió, incluso tuvo que leer o, al menos, escuchar en clase para llegar a la conclusión Lopezdebega. Es más: Lope de Vega y Cervantes fueron coetáneos, lo cual demuestra el poder asociativo del chaval respecto de los periodos históricos. No hablemos de ortografía: bien sabido es que el propio Cervantes llegó a firmar Cerbantes. Y ya la voz de García Márquez en la tinieblas de mi pesadilla: “No a la ortografíaaaa...!” Ni hablemos tampoco del terreno actitudinal: aquel chico había asistido al examen, se había sentado al pupitre, no me había insultado, ni siquiera mirado con repugnancia. ¿No revela tal comportamiento una disposición positiva ante el mundo de la educación? ¿Acaso debería medirlo por el mismo rasero que a aquellos que acuden a mis enseñanzas bajo el efecto de alcoholes o psicotrópicos, o que no acuden, incluso, prefiriéndome en favor de las máquinas tragaperras y el naipe?

Taché el “MD” y escribí al lado “Suficiente”. Pero de las oscuridades somnolientes surgían de nuevo Resúmenes de las Sesiones del Consejo Escolar, Emanaciones Dispositivas de la Jefatura de Departamento, Conminaciones de la Inspección de Enseñanza Secundaria, Contenidos Mínimos, Adaptaciones Curriculares... y seguí dudando. ¿A qué abismos abyectos se vería abocado mi alumno con tan exigua calificación? ¿No engendraría en él acaso un odio cerval a la literatura, capaz de arrojarle en brazos de la desobediencia a los mayores, el desprecio a las instituciones y quién sabe si al crimen? ¿Cuántas horas no habría invertido en el estudio del barroco, privándose de esparcimientos deportivos o del cultivo del amor adolescente? Taché de nuevo y escribí: “Notable”. Lopezdebega, notable. Un sueño reparador siguió a la pesadilla. Había cumplido con mi deber docente.

Francisco García Pérez.

Publicado en La nueva España.

viernes, 4 de junio de 2010

La víctima es culpable

CRISTINA PERI ROSSI "El País" 19/09/1984

-Un parado se arroja a la vía del metro: era un neurótico depresivo, leemos enseguida. Interrumpió la normal sucesión de trenes, hubo gente que llegó tarde al empleo, y además el personal de servicio tuvo que recoger los restos entre los hierros.-Una mujer fue violada a las doce de la noche, en el vestíbulo de su edificio. ¿Qué hacía a esa hora todavía en la calle? Nada bueno, seguramente. Es posible, además, que fuera atractiva. O tenía los senos muy grandes. O la falda muy corta: culpable.
-Compro mi entrada al cine, me siento en una butaca vacía y deposito el bolso en el asiento más próximo, también vacío. Al rato, observo que he sido despojado de mi billetera. El portero me amonesta: ¿cómo se me ocurre dejar el bolso en una butaca? Debería tenerlo aprisionado entre mis manos, a pesar de que el rostro de la Schygulla y su manera de andar me invitaran a arrellanarme en el sillón. Culpable: he atendido a la película, no al bolso.
-Las calles, los andenes, las estaciones de trenes están repletas de mendigos; hombres, mujeres y niños de cualquier edad que piden un duro. Culpables: se trata no de verdaderos menesterosos, no de personas carentes de cualquier gracia (desgraciados), sino de una verdadera organización de profesionales a la pesca de la generosidad o de la mala conciencia ajena: culpables.
-Un paciente se queja de malestar en el estómago, temblores y dolor de cabeza. El médico lo mira con severidad (se trata del Seguro, no de una consulta privada): esos síntomas tan generales e inespecíficos responden a una angustia básica no resuelta: culpable. Se puede tener una cirrosis, un cólico nefrítico o una intoxicación por mahonesa; la angustia, en cambio, siempre es culpable: revela nuestra vulnerabilidad, nuestra dependencia, nuestro temor; somos sensibles y, por ende, culpables.
-Un hombre de 50 años es despedido de la empresa; estamos en época de crisis, nadie invierte y los créditos resultan muy caros. Culpable: ha cumplido 50 años. Y será más culpable todavía cada vez que, con 50 años, solicite un empleo.
-Una anciana muere en un portal, a la noche. Carecía de hogar fijo y de "medios de subsistencia conocidos". Culpable: no ahorró lo suficiente, quizá fue abandonada por su marido debido a su poca paciencia para aguantar a un borracho violento, y su soledad final es la consecuencia de sus errores.
Hubo una época en que la culpa, el tema central de reflexión de buena parte de la literatura y la filosofía occidental, fue percibida como un fenómeno colectivo, en la medida en que los hombres se sentían responsables de los valores de la sociedad en que vivían, o por lo menos tenían la noble tendencia de pretenderlo. La injusticia, la desgracia de un miembro de esa sociedad, fue percibida como una consecuencia de la negligencia colectiva, de la falta de espíritu de lucha o de lucidez. Sartre, Camus, Canetti, el Che Guevara o Cortázar nos llamaban la atención acerca de la responsabilidad colectiva frente al dolor ajeno. Son nombres que buena parte de la actual inteligencia ha dejado de citar, como si su mención fuera algo decadente, ingenuo, como si revelara otra forma de la culpa: la culpa de haber sido de izquierdas, marxistas, románticos o ilusos. Creo, incluso, que para esa inteligencia esos sustantivos son sinónimos. En el sálvese quien pueda de esta postrimería de la sociedad industrial la conciencia ha encontrado una coartada: las víctimas son culpables de sus propios errores. Hay pobres, hay injusticia social, hay dolor; pero mientras los pilares de la sociedad de consumo se derrumban (eran de plástico, como toda la civilización que propició), los sobrevivientes quieren sentirse orgullosos de su supervivencia, procuran creer que es un mérito que les corresponde por alguna buena razón (porque fueron más listos, porque todavía no cumplieron 50 años, porque aprovecharon las últimas oportunidades, porque supieron ahorrar -dinero, energía o generosidad, o ilusiones-).
Estamos en plena etapa de liquidación de saldos: un modelo de producción y de sociedad, la industrial, decae, y quienes sobreviven no quieren pensar que se debe al azar, sino a los propios valores: si reconocieran que fue sólo el azar quizá les hubiera tocado en suerte ser el parado que se arroja a la vía o la anciana que muere en un portal, y esto resulta insoportable para cualquier ego. Podría provocar una úlcera, por ejemplo, y al ir al médico, éste le diría, con severidad: "Su enfermedad es de origen psíquico. Usted es una persona demasiado nerviosa y sensible". Y no se puede pretender pasar de la sociedad de consumo a la sociedad del ocio o de la informática si uno, todavía, es un individuo sensible. De las guerras y de las pestes, y de una época a otra, sobreviven sólo los más fuertes.

Hablar dos horas seguidas sin decir nada

Esta tabla, exponente singular de la cultura política de nuestro país, apareció por vez primera, al parecer, en el Boletín de Ingeniería Civil- MOPU (Junio 1982), junto con la siguiente recomendación:
No intente mejorar la gramática cambiando "explicitar" por "explicar", y cosas así, pues entonces desmerecerá mucho ante sus oyentes. Al fin, le resultará un espléndido discurso válido para cualquier tema político, económico, sociológico o sindical. Quizás nadie le entienda, pero tampoco nadie podrá discutir ni rebatir sus asertos.







Eufemismos


Cristina Peri Rosi, El País, 1983, (texto abreviado):
Según el diccionario, eufemismo es el "modo de decir o sugerir con disimulo o decoro ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante". ¡Maravillas de la lengua y del inconsciente! Una somera relación de la Prensa, en pocos días, me ha hecho descubrir (por un estremecimiento de incomodidad al leerlos) los siguientes eufemismos: no vidente, por ciego (¿ofende nuestra buena conciencia de videntes algo distraídos hacia el destino ajeno?); clases económicamente débiles, por pobres: apreciación del dólar, por subida (¿subirá menos, si está apreciado?); afección, por enfermedad (debe ser más difícil morirse de una afección que de una maldita enfermedad) y una joya de nuestro lenguaje... (o de nuestro inconsciente):intervención militar, por invasión. Seguramente el país que interviene militarmente atente menos contra los derechos de los nativos que un brutal que invade.
Sin embargo, no hay eufemismo inocente... El lenguaje, creado, en principio, para expresar la realidad, ha inventado su propia máscara: es utilizado muchas veces, para ocultarla, respondiendo a determinados intereses. Así, los interrogatorios de rigor a los que son sometidos los prisioneros o detenidos en muchos países disimulan la tortura en su acepción más brutal, y los reajustes de plantilla los despidos lisos y llanos.
La pregunta ronda los ejemplos: ¿Cuándo y por qué una sociedad o algunos de sus individuos apelan al eufemismo? ¿Es posible que el lenguaje consiga, verdaderamente, ocultar la realidad? Entonces recuerdo un decreto inefable de la Junta Militar uruguaya en los años 60: (...) por decreto se prohibían ocho palabras. No era posible pronunciar ni escribir las palabras tupamaro, revolucionario, célula, marxista, etcétera. De modo que cuando un tupamaro asaltaba un banco (porque la desaparición en el lenguaje no consiguió eliminarlos de la realidad), los ciudadanos probos y bien nacidos, respetuosos de las leyes y decretos, debían decir los sediciosos, única palabra aceptada, que de pronto gracias al ingenio popular, se transformó en los deliciosos. Eliminar una palabra (o sustituirla por un eufemismo) es una de las peores confesiones de impotencia o debilidad: en lugar de transformar los hechos, que son los que nos disgustan, operamos sobre el lenguaje, que no es más que la representación simbólica. Como si secretamente creyéramos en la identidad de la cosa y los sonidos destinados a expresarla. Pero un país que eliminara de su vocabulario la palabra frío, seguiría sintiéndolo.

Para saber más, leed el capítulo de Primavera con una esquina rota de Mario Benedetti
Beatriz, La Polución (Mario Benedetti

Clases de palabras: categorías gramaticales

Semántica


Los cambios semánticos
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El eufemismo de la semana: la amnistía fiscal convertida en «proceso de regularización de activos ocultos» (© Montoro).