"Eso vale un Perú", se dice en
castellano para realzar la excelencia de algo. La expresión refleja la
realidad, el Perú es un fascinante país con una rica cultura
prehispánica que salió a la luz gracias a inversiones extranjeras a
principios del s.XX. Su territorio se compone de paisajes diversos: los valles,
las mesetas y las altas cumbres de los Andes se despliegan al oeste hacia la
costa desértica del Pacífico y al este hacia la Amazonía. Es uno de los países
con mayor diversidad biológica y mayores recursos minerales del mundo, incluido
el oro y la plata. Su gastronomía es excelente y sus gentes son dulces y
amables, con gran sentido del humor.
A pesar de ello, Perú se puede definir como un
pobre sentado en una silla de oro, es un país rico con mucha gente pobre, que
se corresponde con la población indígena que habla distintas lenguas, siendo la
más extendida el quechua. A la pregunta de Zavalita, uno de los personajes de
la novela de Vargas Llosa, Conversación en la
catedral (1969), "¿Cuándo se jodió el Perú?", la mayoría de las respuestas que
se han dado apuntan a Pizarro; aunque cuesta creer que en el siglo XVI unos
pocos soldados españoles a caballo y provistos de pólvora conquistaran un
territorio tan extenso y bien organizado como el imperio Inca, si no se
comprende que existía la esclavitud y la clase alta luchaba entre sí por el
poder. La época
realista y la republicana tampoco trajeron la prosperidad. En la actualidad, sus
cinco últimos presidentes, con un suicidio incluido, están acusados de
corrupción porque dejaron toda la riqueza en manos de multinacionales. En el
norte, los conductores de los autobuses turísticos siempre llevan dinero suelto
por si la policía les exige una mordida.
Ahora se observa un cierto despegue porque el país se está convirtiendo en la despensa de Europa con el desarrollo de la
agricultura. Su otra fuente de ingresos es el turismo que debe mejorar sus
infraestructuras; sus aeropuertos y carreteras me recuerdan a las españolas de
hace cincuenta años y el tráfico es un caos rodeado de ruido y polución. Sólo
el centro de las ciudades coloniales mantiene una arquitectura lógica, mientras
que sus arrabales están rodeados de favelas donde reina la oscuridad, la basura
y los escombros. Los perros sueltos, que al parecer tienen dueño, invaden las
calles noche y día. Los turistas, acosados por los vendedores, se concentran
sobre todo en la zona de Cuzco que está masificada y constituye la gallina de
los huevos de oro.
En el viaje, de más quince días de duración,
hemos recorrido el país de norte (Trujillo y Chiclayo) a sur (Arequipa, Puno,
Lima), y nos hemos adentrado en la cultura Inca (el cañón del Colca, Cuzco y
Machu Pichu), tanto en avión como en autobús, además de hacer grandes caminatas
por los centros arqueológicos. Ha sido duro, recomiendo un viaje más pausado.
No he podido decir "¡Esto es Jauja! porque
no he estado allí. La renombrada ciudad del altiplano, que tomó el nombre de
una ciudad cordobesa, se convirtió en
sinónimo de lugar idílico y paradisiaco, que tal vez utilizaron para conseguir
que más hombres se unieran a una segunda expedición a América. Lope de Rueda
escribió en 1547 el paso titulado La tierra de Jauja y fabuló
que allí las calles estaban empedradas con piñones y por ellas corrían arroyos
de leche y miel. Tampoco he visitado los lugares míticos El Dorado (Colombia) y Potosí (Bolivia).
Ninguna persona puede salir indemne de la
belleza de estas tierras, eso lo saben "de aquí a Lima".
"¡Viva el Perú, carajo!"