La imagen del cuadro de Murillo "Mujeres en la ventana" (
National
Gallery, Washington),
colocado en un urinario masculino, me
hizo reír. Primero porque nos demuestra que Bartolomé Esteban no es solo el
pintor de Inmaculadas, sino también el pintor de los bajos fondos sevillanos, incluidas
las casas de prostitución. Estas dos mujeres miran con rostros sonrientes, la
joven se apoya en el alféizar de la ventana, la mayor se tapa. Sonríen a los
viandantes para inventarles a traspasar el umbral de la
puerta que separa. (Moza que se asoma a la ventana cada rato, quiérese vender
barato). En este trampantojo barroco, una vez más la ventana es la conexión
entre el interior y el exterior, entre lo público y lo privado, entre el hombre
y la mujer, entre el arte y la realidad. La pintura, pícaramente, contempla lo que está fuera del lienzo.
En segundo lugar, porque, situado el cuadro a los ojos del
espectador sobre la cisterna, la mirada se dirige sin ningún pudor a la entrepierna del varón.
Dos contra uno, dos especialistas observando mientras se ríen. No sé pero creo
que, si fuese hombre, habría salido del retrete sin poder mear ni gota. No hay
vejiga que aguante tamaña desvergüenza. Me recuerda a las visitas al ginecólogo/urólogo
donde la perspectiva es aún más cercana y luchan el pudor y la indefensión
contra la costumbre. El verdadero heroísmo está en las cosas pequeñas.
Esta visión barata y castiza del retrete supera con creces a la fotografía con mujeres glamurosas y desvergonzadas mirando en los servicios del Hotel Las Vegas Hilton.
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