Emparejé el aprendizaje del ganchillo con la afición a las
series de televisión, mala combinación porque, aunque la experiencia ha sido excitante, me ha
absorbido el seso. No hacía otra cosa que tejer y ver capítulos temporada tras temporada. Lo he tenido
que dejar porque me impedían leer, pensar y hacer una vida normal. Quien lo
probó lo sabe.
Antes había disfrutado a pequeños sorbos, sin anuncios, de las
míticas Breaking bad y Borgen,
en formato de una hora como máximo, con tramas entrelazadas, sorprendentes y
bien realizadas, muy parecidas a la novela por entregas del XIX. En estos meses de
borrachera gancheril, destaco dos series inglesas: Broken sobre un sacerdote que cura sus propias heridas aliviando el
dolor ajeno y Line of duty que muestra las
investigaciones de un grupo de policías de asuntos internos, y la inquietante Algo en que creer del mismo director danés que Borgen sobre la
crisis de las creencias religiosas en la familia de un pastor protestante. También
disfruté con la intrascendente serie francesa Candice
Renoir, inspectora divorciada con cuatro hijos que resuelve los casos más
complejos gracias a su sentido común. Me decepcionó Better Call Saul, una precuela de Breaking Bad.
No pude soportar, en cambio, dos series españolas que me
fueron recomendadas: La peste y Merlí. La peste me pareció confusa, lenta
y aburrida, mal interpretada y mal realizada a pesar de su buena ambientación y de su buen comienzo. Merlí, serie catalana
sobre un profesor, es insufrible (solo aguanté dos capítulos) porque su protagonista cincuentón es un niño mimado, machista
y manipulador que utiliza todos los trucos de un cínico embaucador.
Los cactus son una muestra de mi labor febril en estos meses.
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