sábado, 28 de enero de 2017

Se van los viejos profesores

 Juan Antonio González ha ejercido como profesor en el colegio Sutefie de Zufre, Huelva, durante 32 años, hasta el pasado 9 de enero, último día de trabajo en el centro. Ese día se jubilaba y sus compañeros y alumnos idearon un plan para rendirle un homenaje que consistió en un largo pasillo lleno de alumnos, profesores y padres que no paraban de aplaudirle. En palabras de José Antonio “fue el mejor homenaje posible que me habrían podido dar”. 


 Ayer me llegaron vía wasap estos dos testimonios que a continuación copio. Pido perdón porque no he pedido permiso.

Se van los viejos profesores
Se van. Recogen sus cosas de la clase en una cartera, apagan la luz y se van. Llegaron en los setenta. Con sus gafas de pasta, su barba, sus pantalones de pana, su faldas demasiado largas o demasiado cortas. Llegaron a centenares, llenando colegios hechos a toda prisa a los que pusieron nombre de poetas o de viejos pedagogos proscritos. Llegaron con una inmensa sed de aprender a enseñar. Pintaron los muros grises de las escuelas con dibujos infantiles. Querían cambiar el mundo con papel continuo, unos pinceles y unos botes de tempera.  Aprendieron en las escuelas de verano a bailar, a tocar el pandero, a hacer pasta de papel o a conocer el nombre de los árboles y de los pájaros. Se confiaban unos a otros su ignorancia y la urgencia de cambiar una España aún demasiado sucia, demasiado triste. Se quitaron el don para tutearse con la gente. Ahora los maestros eran solo Jesús, Joaquín, Paloma, Javier, Nieves, Isidoro o Fernando. Llenaron las bibliotecas de libros y de algún lector. La literatura infantil y juvenil se puso de moda y empezó a ser algo más que Julio Verne o Salgari. Aquellos profes volvieron a sacar a los chicos al campo, a ver las montañas, los ríos, más allá de los atlas. También a las calles de los barrios rescatando los carnavales y con ropas viejas cabezudos de cartón. Con sus propios errores y con los ajenos fueron perdiendo por el camino sus utopías. No todas. Quizá la mayoría. Soportaron el capricho y la estupidez de los políticos y legisladores. Protestaron, a  veces no lo suficiente. No les escucharon nunca. De progres e ilustrados pasaron a ser analfabetos digitales. Pero todo se aprende si se quiere. Mal, pero se aprende. Y como dice la canción: el tiempo pasa y nos vamos haciendo viejos. Menos para los alumnos. Ellos nos siguen viendo como siempre, aunque tenga la misma edad que sus abuelos. Cada año en el colegio se jubila uno o dos y deja la escuela en esos días azules, con ese sol de la infancia. Sus primeros alumnos tienen ya cuarenta años o casi. Son los famosos millennials. Algunos son parados o médicos, enfermeros, abogadas, taxistas, incluso algún profesor. Son el resultado de años de trabajo sin ver nunca el fin ni el principio.
No todo fue inútil. Los hay generosos con talento y un punto de rebeldía. Viven en España y algunos –demasiados- también en el extranjero. Puede que paseen más por internet que por la calle. Tal vez alguno dejo colgado los estudios y el futuro y se miren las manos vacías. Eso, amigo, no se aprende en la escuela, por desgracia. Pero sobrevivieron a la EGB, al viaje de fin de curso a Mallorca, a los amores y desamores, a la desilusión y ahora a la crisis económica. La mayoría rechaza la idea de que nada cambiará. Lo aprendieron coloreando con Plastidecor y rotuladores Carioca, oyendo las viejas canciones que hablaban de que los piratas pueden ser horados y los príncipes, malos. Que a los lobitos buenos los maltratan los corderos, y por eso, ellos no quieren ser no corderos ni borregos. Se van los profes de la EGB con el pelo gris o sin pelo. Pero se van contentos. Hicieron lo que pudieron. Más o menos. Así que se sienten pagados cuando les reconoce por la calle la sonrisa tímida de una exalumna o reciben el abrazo de un muchachote con entradas que quizá se llame Sergio ¿o era Iván?- Entonces nuestro corazón se alegra. Luego recogemos nuestras cosas y decimos, diremos adiós.

Un  profesor de EGB

Un buen retrato de lo que hicimos, pretendíamos hacer y de la ilusión que pusimos por conseguir una escuela mejor, un país más justo, más abierto y más democrático, y un mundo en paz y armonía con la naturaleza y el planeta. Nuestro tiempo en la escuela paso, pero ahí quedan, no solo el recuerdo, sino nuestro esfuerzo y nuestro ánimo materializado en las nuevas generaciones. Hicimos lo que sabíamos, podíamos y, a veces, lo que nos dejaron; pero yo me quedo con el cariño que he recibido y aún recibo de mis antiguos alumnos y con la idea de que intentamos hacer un mundo mejor.
  Jacinto

Y en El Confidencial ha aparecido hoy un artículo firmado por Héctor G. Barnés: España, años setenta: cómo nuestros profes inventaron todo lo que está de moda fuera.

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