El descubrimiento
de unas servilletas con unos divertidos mensajes de autoayuda en un bar de Castellón,
me ha hecho darme cuenta de lo poco que nos fijamos en el poder de este papel liviano
y casi transparente que nos ha acompañado desde la infancia y que por ahora es gratis. Su utilidad es manifiesta:
sirven para limpiarnos de cualquier resto de suciedad originada por bebidas y
alimentos. Parecen de usar y tirar y sin embargo pueden llegar a perdurar en el
tiempo; en su modestia guardan castillos
de arena y manchas de carmín, sueños y quejas, amores y amistad, garabatos y poesía. Ahora, me temo, parte de su dimensión mágica ha sido arrinconada por el uso del teléfono móvil.
En ellas hemos
apuntado teléfonos, dividido la cuenta o pergeñado la lista de invitados a un
cumpleaños; de niños hemos formado pelotas convertidas en proyectiles y jugado a la caída de la moneda para hacer preguntas indiscretas
en la adolescencia; hemos esbozado un dibujo o un plano de una casa, incluso
nos han acompañado al servicio cuando no había papel higiénico; otras veces, en momentos de nerviosismo, las
hemos arrugado y después, olvidadas en un bolsillo del pantalón, han
impregnado con su celulosa todas las prendas de la lavadora. Algunas se
empaparon de lágrimas, otras salieron volando en forma de grullas o aviones. La mayoría acabó alfombrando el suelo.
En las mesas de los bares, el escritor, a veces también pintor,
se sentaba al lado de los servilleteros repletos de papel blanco, doblado,
liso, y sobre él depositaba la suave tinta que traspasaba la hoja creando
borradores de historias. Hay muchos poetas de servilleta anónimos y conocidos.
Incluso un libro, Poemas de la servilleta, donde Kepa Murua expresa su forma de
entender el arte de la escritura que comenzó con la redacción de sus primeros
versos en los bares a los que acudía con sus amigos: “Era un joven estudiante
que escribía en las servilletas, con un bolígrafo azul, mientras los demás
bebían y reían sin parar. No es que me disgustara la risa o que rechazara la
alegría, pero me llenaba mucho más escribir de mis sentimientos en un papel en
blanco”.
Frágiles, soportan todo tipo de publicidad y de reivindicaciones; inspiran a escritores, pintores y editores, y llenan nuestro cajón de recuerdos casi indelebles. ¡Larga vida a
las servilletas de bar!