El 24 despedía a dos alumnas que abandonan el centro, una
porque se va a estudiar medicina y la otra, Bachillerato de Artes. Ambas,
inteligentes y sensibles, han estado
enfermas este año porque, paradójicamente, no están preparadas para la
supervivencia en la vida cotidiana. Son rara avis en el instituto; no quieren
solo aprobar, sino aprender; se esfuerzan para ser cada día mejores y eso les
lleva a enfrentarse con su entorno. Son perfeccionistas y sensibles en un entorno hostil en el que todo vale. A
veces se han sentido aisladas porque sus valores no son los de sus compañeros.
Y el cuerpo es tan cabrón que se ha resentido, y han tenido que tomar fármacos
para poder sobrevivir en un mundo donde los más idiotas lo hacen fácilmente y
automáticamente, sin reflexionar. Este año de crisálidas, en el que han
aprendido a vivir, no será un año para olvidar porque han vencido y se han
hecho fuertes. Su sonrisa fue el mejor regalo que me dieron. Sé que encontrarán,
ahora que han aprendido a volar, su lugar entre nuevos compañeros y que
seguirán ayudando a los que son como ellas, luciérnagas. Estas dos
mujeres cambiarán el mundo para mejor allá donde vayan. La noche de san Juan
es la época para olvidar, para quemar todo el bagaje
negativo, el lastre que te hunde. Y para meterse en el mar para resurgir de
nuevo, con una ceremonia ancestral, rito de tránsito necesario hacia la
felicidad.
Os echaré mucho de menos. No estáis solas. Todos los enfermos de
sensibilidad y de tristeza, de soledad y de hastío, con miedo al triunfo y
miedo al fracaso, tienen su refugio en
la escritura y en los buenos libros.