domingo, 25 de agosto de 2013

Hay que deshacer la casa del pueblo

Hay que deshacer la casa es una obra de teatro de Sebastián Junyet que vi hace mucho tiempo interpretada por dos hermanas que se deben repartir la herencia en el domicilio familiar, tarea nada fácil puesto que todos los objetos tienen detrás recuerdos y reproches. Este verano, me ha tocado a mí sola la ingrata tarea de deshacer la casa de mis padres, después de haber sido ocupada por unos drogadictos y de que la policía reventara la puerta de entrada con una orden de registro. He tenido que hacerlo en vida de mi madre. Le prometí, cuando la memoria habitaba en ella, cuidar su casa y no lo he hecho, se la he deshecho. Después de llevar más de quince años abandonada y sin limpiar, se asemejaba a una tumba. Había más arena que en una playa y más polvo que en el decorado de una película de miedo. Los ladrones habían reventado con cuchillos los armarios que aparecían destripados y desordenados. Todos los objetos de valor habían desaparecido. El tiempo se había detenido entre habitaciones de principios de siglo pasado, años cuarenta y ochenta, cuando se había hecho la reforma; parecía la casa de Cuéntame. Los muebles que estaban mejor se los he dado a los habitantes de casa Zoilo, que me acogen todos los veranos como si fuera una más de la familia, allí los podré ver.  Mi madre había acumulado cosas y más cosas sin ordenarlas. Han aparecido más de seis tulipas que no se corresponden con ninguna lámpara, el camisón de piel de melocotón de su noche de boda, la ropa de acristianar con las iniciales de mi padre y los bordados que mi abuela materna hizo en la Normal de Castellón. El problema son los recuerdos de mi padre, los libros y las revistas de los años cuarenta (Destino, Campeón) y de los setenta (Triunfo) que  no sé qué hacer con ellos. Todavía quedan sin tirar más de ochenta bolsas de basura llenas de porquería, de objetos rotos, de visillos ennegrecidos y ropa vieja. Parece mentira todo lo que podemos acumular en vida, aunque sepamos que nos vamos ligeros de equipaje. Ha sido muy duro desprenderme de algunos objetos, sobre todo de los ligados a mi infancia. 
Me he acordado de un poema de mi compañero Ángel Guinda, donde se pregunta adónde van las casas y los objetos que las habitaron. La respuesta a este ubi sunt es bastante clara: primero al olvido y luego a la basura.   

¿Adónde van?
Las casas y objetos que nos habitaron,
los grandes descalabros,
los triunfos,
las promesas incumplidas,
la ilusión caducada,
los instantes tremendos,
las huellas que se interrumpen,
los placeres,
los días tenebrosos,
las citas decisivas,
la avidez desplomada,
los álbumes de fotos,
los vivos y los muertos.

La casa es preciosa,  modernista de principios del siglo XX, un dúplex con salón, dos cuartos de baño y cinco habitaciones con mucha luz, situada en el centro del pueblo con inmejorables vistas a las fiestas de Moros y Cristianos, eso sí, sin ascensor. La voy a poner en venta. No fui capaz de hacer fotos ni antes ni después del desastre, supongo que para olvidar. Si la casa estuviera en Madrid, sería muy afortunada. 

viernes, 23 de agosto de 2013

Hacíamos el amor compulsivamente (Palinuro de México, de Fernando del Paso)

Trasteando por internet he encontrado esta interesante joya literaria formada por adverbios.  Dan ganas de leerse el libro enterito.

"Hacíamos el amor compulsivamente. Lo hacíamos deliberadamente. 
Lo hacíamos espontáneamente. Pero sobre todo, hacíamos el amor diariamente. O en otras palabras, los lunes, los martes y los miércoles, hacíamos el amor invariablemente. Los jueves, los viernes y los sábados, hacíamos el amor igualmente. Por últimos los domingos hacíamos el amor religiosamente. 
O bien hacíamos el amor por compatibilidad de caracteres, por favor, por supuesto, por teléfono, de primera intención y en última instancia, por no dejar y por si acaso, como primera medida y como último recurso. Hicimos también el amor por ósmosis y por simbiosis: a eso le llamábamos hacer el amor científicamente. Pero también hicimos el amor yo a ella y ella a mí: es decir, recíprocamente. Y cuando ella se quedaba a la mitad de un orgasmo y yo, con el miembro convertido en un músculo fláccido no podía llenarla, entonces hacíamos el amor lastimosamente. 
Lo cual no tiene nada que ver con las veces en que yo me imaginaba que no iba a poder, y no podía, y ella pensaba que no iba a sentir, y no sentía, o bien estábamos tan cansados y tan preocupados que ninguno de los dos alcanzaba el orgasmo. Decíamos, entonces, que habíamos hecho el amor aproximadamente. 
O bien Estefanía le daba por recordar las ardilla que el tío Esteban le trajo de Wisconsin y que daban vueltas como locas en sus jaulas olorosas a creolina, y yo por mi parte recordaba la sala de la casa de los abuelos, con sus sillas vienesas y sus macetas de rosasté esperando la eclosión de las cuatro de la tarde, y así era como hacíamos el amor nostálgicamente, viniéndonos mientras nos íbamos tras viejos recuerdos. 
Muchas veces hicimos el amor contra natura, a favor de natura, ignorando a natura. O de noche con la luz encendida, mientras los zancudos ejecutaban una danza cenital alrededor del foco. O de día con los ojos cerrados. O con el cuerpo limpio y la conciencia sucia. O viceversa. Contentos, felices, dolientes, amargados. Con remordimientos y sin sentido. Con sueño y con frío. Y cuando estábamos conscientes de lo absurdo de la vida, y de que un día nos olvidaríamos el uno del otro, entonces hacíamos el amor inútilmente. 
Para envidia de nuestros amigos y enemigos, hacíamos el amor ilimitadamente, magistralmente, legendariamente. Para honra de nuestros padres, hacíamos el amor moralmente. Para escándalo de la sociedad, hacíamos el amor ilegalmente. 
Para alegría de los psiquiatras, hacíamos el amor sintomáticamente. Y, sobre todo, hacíamos el amor físicamente. 
También lo hicimos de pie y cantando, de rodillas y rezando, acostados y soñando. Y sobre todo, y por simple razón de que yo lo quería así y ella también, hacíamos el amor voluntariamente. 
"

Fernando del Paso, Palinuro de México,  1982

* Palinuro fue el piloto de la nave de Eneas desde su salida de Troya tras la destrucción de la ciudad. Cuenta Virgilio en la Eneida que, tras parlamentar Venus y Neptuno, éste le prometió a la diosa que los troyanos arribarían al Lacio con navegación segura a cambio de una ofrenda humana. Durante la travesía nocturna, Somnus (equivalente romano de Hipnos) visita a Palinuro y lo duerme; Palinuro cae al mar, llega a una playa y allí lo matan unos bandidos. Se cumple así la profecía neptúnica, aunque aún habrán de encontrar dificultades por tierra los troyanos antes de llegar a Italia.
El dibujo es de Egon Schiele

Tres textos a propósito de la publicidad


El poder del eslogan 
Lo invaden todo, están en todas partes: en los labios de los oradores, de los charlatanes, de los anunciantes; en las ondas y las pantallas, grandes o pequeñas; en las paredes, los muros, las casas, los paisajes; en las  páginas de los periódicos, los carteles, los folletos, las pancartas, las octavillas, las pegatinas, los escudos, las insignias… Decir que nos asedian es poco; se instalan con toda naturalidad en nuestra memoria, en nuestro lenguaje, quizás en el fondo mismo de nuestro pensamiento.
Pero, ¿cómo es posible que una breve fórmula, vulgar o ingeniosa, sinuosa o explícita, vehemente o cerebral, baste para provocar tal o cual reacción de masas, vender un producto que realmente nadie necesita, cambiar el resultado de unas elecciones, unir a las multitudes en una causa que no es la suya, empujar a pueblos enteros al motín o a la guerra?

Olivier Reboul, El poder del eslogan 

Epidermis publicitaria
Al alcohol lo llamo directamente Ballantine’s. Digo Bic por bolígrafo, Mont-Blanc por pluma, Olivetti por máquina de escribir y Mac por ordenador. En los restaurantes finos suelto Avecrem en lugar de sopa o Camy por “biscuit-glacé”, y lo peor de todo es que suelo acertar. Cuando intento pronunciar palabras tan sencillas como somnífero, tónica, zapatillas, bicicleta, tarjeta de crédito o cigarro me salen espontáneamente marcas caprichosas: Valium, Schweppes, Adidas, BH, Visa, Montecristo. Los digitales son Casio, y los analógicos, Omega. Las “colas” son Coca-Cola, incluso cuando bebo Pepsi. Al televisor le digo el tubo, y al tubo, claro, Triniton. Y así todo el tiempo. Soy irremediablemente metonímico, qué se le va a hacer. De la misma manera que otros son zurdos, bizcos, tartajas, daltónicos, patizambos, miopes o inspectores de Hacienda, yo tengo la desgracia de padecer metonimia aguda. Cuando hablo o hago estas redacciones suelo tomar la parte por el todo, o lo que es más intolerable por estos alrededores literarios, tomo la marca por la cosa.

Juan Cueto, El País Semanal, 1987

Palinuro en Productolandia
Ya para entonces había sonado su despertador West de todos los días a las siete de la mañana en punto (¡Tiiiiing! hizo el despertador) y nuestro amigo después de quitarse de encima sus sábanas Queen y su cobija eléctrica Sunbeam, de bostezar (¡Auuuggggh!) y de hacer la lección número 13 del curso de Charles Atlas, fue a la cocina, tomó un Alka-Seltzer (¡Tsss! ¡Tssss!) y tras eructar convenientemente (¡Erp! ¡Erp!) abrió la puerta de su refrigerador Westinhoouse (¡Brrrr! ¡Brrrr!) sacó una lata de jugo de naranja Sunkist, la abrió con su abrelatas Ecko (¡Click!) se la bebió (¡Gulp! ¡Gulp!) encendió su estufa Acros (¡Flum!) puso a calentar agua (¡Buble! ¡Bouble!) se sirvió una cucharada de Nescafé (¡Splash!) le puso un chorrito (¡Pisss!) de leche Carnation y dos terrones de azúcar de la Tate and Lyle (¡Plop! ¡Plop!) mientras que en su tostador General Electric tostaba dos rebanadas de pan Wonder a las que embarró con mantequilla Gloria (¡Trsss! ¡Trsss!), habiéndose comido después un gran plato de Rice Krispies de Kellogg´s (¡Crisp! ¡Crasp! ¡Crisp!) y luego habiéndose limpiado la boca con una servilleta Scott, fuese al baño a lavarse los dientes con pasta Forhan´s  (que era como la extensión de la piel de sus dientes), habiendo hecho su cepillo Dentamatic al frotar sus incisivos algo así como ¡Brushjjt! Brisschj Braschjt! (…)

Fernando del Paso, Palinuro en México, Edic. Algaguara, Madrid, 1982, págs... 284-7 

jueves, 22 de agosto de 2013

El inquilino, Javier Cercas

He leído con interés El Inquilino (1989), la primera novela corta de Javier Cercas que escribió nada más volver de la universidad de Illinois. El tema es el otro, la impostura, la suplantación que pretende reemplazarnos, que nos hace reflexionar sobre quiénes somos. Fusión no muy original entre lo biográfico y la ficción literaria. 
Mario Rota da clases en una universidad en Estados Unidos. El primer día que comienzan las clases sale a correr y se tuerce un tobillo. A partir de ahí toda su vida parece torcerse y la razón es el nuevo inquilino del edificio en el que vive. El nuevo inquilino parece estar en todas partes apropiándose de la vida de Mario, primero de su trabajo, luego de su novia, de sus amigos... 

Cartas finlandesas

Para mi ahijada Marta García Rodes, con el deseo de que escriba sus propias cartas finlandesas sobre su experiencia como becaria Erasmus

Ángel Ganivet (Granada,1865 – Riga, 1898), considerado por algunos como el precursor de la Generación del 98, fue, entre otras cosas, cónsul de Helsinki en 1886, cuando Finlandia era un gran condado ruso y la capital se llamaba Helsinfors. Durante su estancia en Helsinki le surge la idea de intentar describirles a sus amigos aquel sitio tan lejano y distinto a España, de ahí nacen las Cartas finlandesas que se publicaron en el periódico “El defensor de Granada” durante 1896-98 y que fueron finalmente recopiladas en un libro. En las cartas, de forma amena,  habla de muchos aspectos de la vida en Finlandia: las mujeres, los borrachos, la muerte, los avances tecnológicos, la educación...


“En nombres de mujeres los hay preciosos y no dejaré tampoco de dar varios de los que más me agradan, por si alguna de mis lectoras se halla en estado interesante y preocupado por el nombre que ha de poner “a lo que nazca”: Olga, Dagmar, Hilda, Ida, Lida, Gerda, Lidya, Aina, Selma, Sanny. Mia, Alma, Thyra, Ada, Dina, Aini, Hulda, Edla, Ebba, Elsa”.

 Ángel Ganivet, Cartas Finlandesas,  Austral, pág. 45.


lunes, 19 de agosto de 2013

Más que palabras: trabajo con textos

Pasapalabra para 1º ciclo de la eso